Dani Rovira: «Parece que cuando una persona destaca, la masa siempre se aleja y le señala»
ÁLEX ANDER. Llegar y besar el santo. Dani Rovira (Málaga, 1980) entró hace menos de un lustro en el mundo de la gran pantalla y lo hizo por la puerta grande, participando en una película (Ocho apellidos vascos) que logró recaudar 55 millones de euros y que le valió un premio Goya a mejor actor revelación. Lo gracioso es que Rovira llegó al mundo de la interpretación de la forma más casual posible. Estudió INEF en la Universidad de Granada y empezó a actuar —contando cuentos y haciendo monólogos— para poder pagarse los estudios. Ahora, eso sí, lleva un tiempo encadenando un proyecto tras otro.
Al hablar con él, uno tiene la sensación de estar frente a un tipo bastante normal y espontáneo. Además de un excelente cómico, Rovira es un chico comprometido socialmente. De hecho, es miembro co-fundador (junto a su pareja Clara Lago) de la Fundación Ochotumbao —con la que de vez en cuando organizan galas benéficas en Málaga cuya recaudación se reparte entre doce asociaciones malagueñas de distinta índole—.
El actor estrena ahora Superlópez, la adaptación cinematográfica —dirigida por Javier Ruiz Caldera— del célebre personaje de tebeos creado por Jan —donde Rovira se mete (con bastante gracia) en la piel de un superhéroe tan torpe como humano procedente del planeta Chitón—.
Su último filme es, en cierto modo, un gran homenaje al diferente. ¿Cree que aún seguimos en aquello de ‘clavo que sobresale, pide martillo’?
Sí, todo el mensaje que tiene la película no deja de ser un espejo que se pone ante la sociedad española. Parece que cuando una persona destaca por algún talento, virtud o mérito, o por el simple hecho de ser diferente al resto, la masa siempre se aleja y le señala. El mensaje que le da [en la película] el padre es muy conformista pero, al final, Superlópez atiende a su propia naturaleza y hace lo que tiene que hacer, con independencia de que luego la sociedad lo critique. Yo estoy muy enamorado con ese mensaje de la película.
La peli es un recital de acción y efectos especiales —a cargo de la compañía española El Ranchito, una de las responsables de los efectos visuales de la serie Juego de tronos—. ¿Se llevó muchos golpetazos durante el rodaje?
Bueno, los justos y necesarios. Yo divido la parte de la acción en dos. Por un lado, está la parte de los vuelos. Ahí, físicamente, cuando llevas tantas horas colgado con un arnés y con cuerdas, tu cuerpo se resiente. En cuanto a la parte de la acción, me lo he pasado muy bien junto a los especialistas, dobles, coreógrafos y demás. Lo que más me dolió fue cuando David Fernández me da el botellazo en la cabeza. ¡Y mira que eran botellas de mentira! Igual es que David es más fuerte de lo que yo pensaba…
Si tuviera la oportunidad de contar con superpoderes durante una jornada. ¿A qué le metería mano?
Si fuese durante un día, me molaría ser un superhéroe capaz de inocular dosis de empatía a toda la sociedad. Creo que con una empatía hacia el prójimo, o hacia el planeta o los animales, nos iría muchísimo mejor, pese a intereses de unos y otros. Al final, todos los problemas surgen de ahí, de la falta de amor y de empatía.
Lo de entrar en el cine de la forma que lo hizo usted, ¿tiene algo de heroico?
Yo creo que no tiene nada de heroico. Es una cosa que te viene dada. Muchas veces, muchos superhéroes lo son a su pesar. Para mí, fue más heroico lo que pasó después.
¿El boom mediático?
El intentar no perder la cabeza y seguir haciendo lo que te gusta, cuando el mundo se ha vuelto un poco loco. Aquí los héroes fueron el público, que son los que hicieron esta taquilla histórica. Ellos realmente son los que tienen el mérito de todo esto.
¿Cómo se ve de aquí a veinte años?
A mí me gusta mucho mi trabajo. Me gusta lo que hago y tengo la suerte de poder diversificar bastante lo que llevo dentro. Me gustaría poder seguir subiéndome a un escenario, contando historias que me vayan ofreciendo.
¿Y a nivel personal?
Intentar ser feliz y conseguir que mi círculo más cercano, y lejano, también lo sea. Tampoco soy una persona con grandes expectativas.