Corajudas actrices en España, "Teodoras" de una larga posguerra
Por Horacio Otheguy Riveira
Actrices de primer y segundo plano. Actrices con horarios que obligaban a hacer hasta 5 o 6 funciones diarias en condiciones paupérrimas. Actrices por cuyo cuerpo desfilaban personajes banales o de enjundia en tiempos de guerra y de hambruna posterior, cuando en los rodajes de grandes producciones dejaron de poner comida de verdad porque la devoraban los intérpretes.
Ser actriz. Una valentía lindante con la locura de crear en un arte muy maltratado en España, de la misma manera que se maltrataron los derechos humanos durante la guerra civil y en una larguísima posguerra. Y ellas allí, defendiendo textos que no se sostenían o afrontando grandes obras que sorteaban como podían la implacable censura del nacionalcatolicismo.
Todo fluye del testimonio directo entre recuerdos de propia experiencia de una actriz y de colegas disfrutando y padeciendo toda clase de incomodidades cuando no heladas en camerinos y pensiones de mala muerte.
El texto lo escribe, plenamente confundido con la poética del relato oral, Hugo Pérez de la Pica, un hombre de teatro que se entrega desde hace años a labores de intensa admiración por mujeres del espectáculo español (Los ojos de Raquel Meller, Alarde de tonadilla…) e internacional (Isadora Duncan), pero que cuando no es autor crea figurines o dirige, y cuando escribe y dirige también se ocupa del vestuario, la escenografía, la música, la iluminación. Un hombre que respira, sueña y compone teatro que en estas Teodoras desarrolla nuevos esquemas de trabajo, situaciones dramáticas con su toque de humor blanco o negro, con un rigor admirable, tanto en la reconstrucción de escenas ya representadas a lo largo de los años que se evocan como en la propia representación del memorial de la actriz que ahora nos ocupa.
Las teodoras: título que no se invoca en la función, que subyace como símbolo inconfundible de valentía e irónico manto de admiración de emperatrices que no obtuvieron en ningún caso el respeto y la admiración que debían.
En este caso, el resultado es un texto de gran síntesis dramática, confabulados a plenitud actriz, autor y director para plasmar con economía de recursos y mucho juego escénico en el que la única intérprete en escena da de sí un sinfín de acentos y emociones. Abre y cierra la función ante un espejo antiguo, el mismo y otro a la vez, vivisección de la memoria desdibujada tal cual llega del corazón y sólidamente estructurada por el poeta que se atreve a escribirla; espejo en el que se confunde el alma y la soledad del artista, en este caso mujeres cuya sombra se filtra por toda la escena entregándonos pasiones y duelos de notable emotividad.
Por fin me enfrento a la responsabilidad que supone contar con una actriz como Chelo Vivares. Tengo en las manos ese potencial y lo exprimo al máximo.
A partir de relatos más o menos biográficos que me contaba la madre de Chelo, Criste Miñana, actriz de mediados del siglo XX, que fue mi amiga y confidente en largas sobremesas en las que primaba el humor negro, el escepticismo de ella y mi fascinación.
Este conglomerado de pequeñas anécdotas va convirtiéndose en homenaje a todas aquellas actrices que bregaron con la posguerra y más.
Un filtro de entrañable poesía para la vida real de estas cómicas ambulantes.
Hugo Pérez de la Pica
Chelo Vivares actúa en el Teatro Tribueñe en obras muy importantes que conforman el valioso repertorio de la sala dirigida por Irina Kouberskaya, alma mater directa o indirectamente de todas las representaciones: Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, Paseíllo, El jardín de los cerezos, Ligazón, La rosa de papel, Por los ojos de Raquel Meller, El embrujado, La cabeza del Bautista: Federico García Lorca, Anton Chejov, Ramón María del Valle Inclán y un autor contemporáneo, Hugo Pérez de la Pica, también responsable del texto y de toda la puesta en escena de estas Teodoras.
Teatro Tribueñe. Desde el 5 de octubre 2018, viernes y sábados a las 20 horas.