Infiltrado en el KKKlan (BlacKkKlansman) (2018), de Spike Lee – Crítica
Por Jaime Fa de Lucas.
En Infiltrado en el KKKlan, Spike Lee saca la bandera y el martillo pilón para hacer hincapié, una y otra vez, en la injusticia racial que se vive en Estados Unidos. Para ello se apoya en la historia real de Ron Stallworth, primer afroamericano que formó parte del departamento de policía de Colorado Springs, a finales de los 70, y que tuvo el coraje de infiltrarse en el Ku Klux Klan con la ayuda de un compañero judío. Ron hacía las llamadas telefónicas y el compañero iba a las reuniones presenciales –por la evidente razón de que Ron era negro–.
La secuencia inicial, con Alec Baldwin soltando todo tipo de improperios supremacistas, ya deja entrever que la película va a ser de todo menos sutil. Durante todo el metraje, Spike Lee expresa sus ideas de forma clara y directa, pero cayendo en la redundancia y muchas veces siendo excesivamente obvio. De hecho, da la sensación de que Lee se ha centrado tanto en la dimensión ideológica que se ha olvidado de hacer cine de calidad. Más que una película parece una reivindicación audiovisual y, por desgracia, ésta tampoco aporta nada nuevo al tema, más allá de subrayar los prejuicios y la estrechez de miras de ciertos individuos, algo que todo el mundo ya sabe.
La historia de Infiltrado en el KKKlan tiene potencial y Lee consigue que el espectador mantenga el interés hasta el final desarrollando la trama con agilidad y creando escenas graciosas y diálogos con chispa. Ayudan mucho las buenas actuaciones de John David Washington y Adam Driver y la excelente ambientación. La fotografía de Chayse Irvin es competente.
Uno de los puntos negros es que los personajes blancos son en su mayoría caricaturas, algo que a nivel ficcional limita el impacto de las quejas de Lee. Aunque lo más cuestionable es la parte final que incluye grabaciones reales, ya que además de buscar la provocación gratuita, se quiere subrayar con hechos que las ideas que aparecen en la película tienen validez. Esto demuestra cierta debilidad, pues el director necesita acudir a la realidad para dar peso a su creación o para intentar justificarse a sí mismo.