Mandy (2018), de Panos Cosmatos – Crítica
Por Jaime Fa de Lucas.
Ya que los traductores españoles suelen tirarse a la piscina para traducir los títulos de las películas extranjeras, cumpliendo su labor de aquella manera, esta Mandy bien podrían haberla titulado “Mandanga”, haciendo referencia tanto a las estupideces que aparecen en pantalla como a la estética fruto de una dosis generosa de narcóticos.
Panos Cosmatos plantea una historia de venganza mil veces vista como excusa para recrearse con florituras estilísticas y crear un ambiente alucinógeno. El apartado audiovisual es interesante y Nicolas Cage está aceptable, pero esto no es suficiente para compensar la cantidad de excesos, caprichos e incoherencias que presenta el relato, además del alto grado de vacuidad que lo impregna todo.
Desde un punto de vista estructural, Mandy también deja mucho que desear. La primera mitad no es más que una concatenación insípida de imágenes psicodélicas con poco desarrollo narrativo y personajes planos. La segunda mitad se limita a mostrar una escalada de violencia totalmente previsible que no despierta ningún interés. Hay un desequilibrio bastante evidente entre las dos partes y la transición no es precisamente sutil.
Lo cierto es que Cosmatos ha conseguido algo peculiar: hacer una película de dos horas en la que casi todos los aspectos narrativos están sin desarrollar y apenas tienen sentido. 120 minutos de vacío rodeados de un sugerente envoltorio. Quizá esté hecha para ser vista bajo los efectos de las drogas, con el cerebro disminuyendo sus funciones para estar al mismo nivel que la película.