Jane Eyre cumple 171 años: una heroína de novela, cada siglo más cercana

Por Horacio Otheguy Riveira

Charlotte Brontë había cumplido 31 años en 1847, cuando publicó Jane Eyre con el masculino nombre de Currer Bell. Tenía un impulso creativo extraordinario potenciado por el común objetivo de ser escritoras de sus hermanas Anne (Agnes Grey) y Emily (Cumbres borrascosas). A pesar de su juventud tenía la experiencia de un internado y una gran decepción amorosa. Carecía del origen de solitaria orfandad miserable de su personaje, pero había conocido a muchas chicas de su condición. Entre la documentación experimental y el talento de una narradora muy bien dotada, Charlotte conforma una personalidad femenina de rompe y rasga, de fuertes connotaciones de rebeldía que abriría caminos hacia los duros senderos feministas que empezarían por obtener el derecho a voto. Pero en su novela lo que importa es el perfil decididamente personal de una chica sin atributos aparentes que avanza con la fuerza de un ciclón. A tal punto es valiosa su aportación literaria que el cine y el teatro le han brindado adaptaciones a lo largo del tiempo, en un incesante devenir de contar con Jane para impulsar la irresistible fuerza de un ser muy vulnerable que se hace fuerte, de un ser desamparado que adquiere la belleza y la energía de la mujer que se acepta tal cual es y no admite injusticias ni es capaz de tolerar derrotas.

Jane Eyre, es una niña avispada y rebelde en casa burguesa, encerrada por su carácter en una institución presuntamente religiosa, verdaderamente carcelaria, represiva. Pero ella de todo hace cuenta nueva segura de forjarse una mujer independiente. La novela trasunta episodios duros y apasionados, entrelazados con la miseria y la riqueza afectada de heridas emocionales, hasta que, mágicamente el dios de los finales felices llega a punto para coronar de gloria a la otrora desamparada, y colocarla en brazos del vil metal convertido en el merecido reposo junto al amor de su vida. Sin embargo, el cuento de hadas se convierte en el siglo XX y lo que va del XXI en símbolo de empeño, fuerza de voluntad, perfil femenino contra viento y marea para ser siempre ella misma.

Se han realizado siete versiones cinematográficas desde 1934, algunas para televisión de tanta calidad como las producidas para los cines. Orson Welles y Jean Fontaine fueron los primeros protagonistas de gran fama: Alma rebelde, 1943, y entre otras parejas célebres del cine y el teatro, destacan William Hurt y Charlotte Gainsburg, dirigidos por Franco Zeffirelli en 1996, y la más reciente, del californiano Cary Joji Fukunaga con Mia Wasikowska y Michael Fassbender. De las muchas versiones teatrales internacionales destaca la estrenada en 2017 en Londres en el National Theatre, también dirigida por una mujer, Sally Cookson, responsable de una de las versiones más completas, con tres horas de duración.

Brontë murió de tisis como sucede con la mejor amiga de Jane en la novela. Tenía 38 años y esperaba su primer hijo. Está enterrada en el cementerio de la iglesia de San Miguel y Todos Los Ángeles, de Haworth, Yorkshire. De los muchos trabajos escritos alrededor de su vida y su obra (escribió tres novelas más), destaca la biografía de Elizabeth Gaskell, quien logró acceder a una correspondencia que había sido silenciada: Vida de Charlotte Brontë.

Ariadna Gil en una laboriosa tarea escénica de actriz/observadora del devenir del personaje, según la peculiar dirección de Portaceli.

Anna Maria Ricart ha escrito una versión teatral a la que Carme Portaceli aporta un punto de vista audiovisual de potente registro, con el ritmo habitual de sus puestas en escena, de una agilidad y belleza visual muy notables (La rosa tatuada, Sólo son mujeres, Las troyanas). El subtítulo de “Una autobiografía” corresponde con las primeras ediciones de la novela, por otra parte narrada en primera persona. En esta puesta en escena Jane Eyre nos cuenta su experiencia con apenas participación dramática de sí misma. Los otros personajes interactúan, pero ella tan solo se asoma en las escenas vitales de su experiencia, de esta manera Ariadna Gil realiza un esfuerzo mayúsculo con irregular resultado, pues su voz y su cuerpo están durante casi dos horas al servicio de una observadora de su propio personaje, una narradora a menudo exaltada que en el tramo final se acerca a un mitin feminista: nada más lejos de la profunda religiosidad del personaje y de una valentía ligada a conceptos de justicia muy alejados de semejante fervor. Pero han pasado muchos años, e igual que en otras partes del mundo, esta producción toma la fuerza de la heroína y la conduce a un primer término de ideal femenino subrayando un mensaje liberador que se enriquece con el tiempo.

Es una versión más atractiva estéticamente (un escenario único con puertas por las que entran y salen los personajes de su vida, enriquecido con muy atractivas proyecciones) que ideológicamente, pues el arrojo del personaje se subraya exteriormente, saltándose muchos episodios fundamentales y acelerando el final. En este proceso escénico escogido por la directora, quienes más destacan son los intérpretes que sí dan vida a situaciones clave de la trama, como Gabriela Flores Pepa López y Magda Puig —cada una con varios personajes— y Abel Folk en un Edward Rochester impactante al comienzo, conmovedor en su decadencia.

La audacia del planteamiento vale como tal, se erige en un mandato que torna de gran vitalidad procesos ya muy antiguos, características de los novelones de la época. Si el personaje sobrevive y enamora una y otra vez es porque quienes ven en ella un arquetipo rompedor lo encuentran con facilidad entre sus páginas. Esta versión ha tenido un reciente éxito importante en el Teatro Español, del 5 al 21 de octubre, llenando en muchas funciones sus 700 butacas, y en la actualidad a punto de iniciar larga gira.


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