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Un breve recorrido por la historia de la interpretación de los sueños

“Tus visiones devendrán más claras solamente cuando mires dentro de tu corazón. Aquel que mira afuera, sueña. Quién mira en su interior, despierta”, dijo alguna vez Jung al hablar de los sueños y las visiones que los acompañan. Intuimos (por decir lo menos) que los sueños son la expresión de nuestras más hondas profundidades. No es casual que existan un sinnúmero de cuentos y novelas, poemas y épicas, crónicas históricas y piezas de arte en los que se narran soñadores capaces de ver el futuro, de entender misterios del pasado o, simplemente, de percibir algo que el mundo físico no muestra con claridad. Esas “fantasías” que visitan nuestra mente mientras dormimos, esas que muchas veces pueden parecer triviales, han sido estudiadas y tomadas como mensajes (a veces divinos) desde que el hombre tiene memoria. Dicha práctica abarca culturas, eras enteras, ha resultado en guerras, en el surgimiento de imperios, en matrimonios y muertes, y en una gran cantidad de decisiones tomadas a lo largo de la historia de la humanidad. Así de poderoso es el mundo de los sueños.

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La historia de la interpretación de los sueños es tan antigua como los sueños mismos; una de las más tempranas referencias escritas a un sueño que es descifrado se encuentra nada menos que en la épica de Gilgamesh, una de las primeras obras de literatura que han sobrevivido al tiempo. En los textos sagrados y muchas de las mitologías humanas, por ejemplo, los sueños revelan el futuro como fantasmales presentimientos, pensemos en la Biblia y la historia de la escalera de Jacob, o en el episodio en el que el faraón egipcio sueña la hambruna que habría de azotar a su pueblo. En su calidad reveladora, entonces, los sueños son capaces de unir miembros de una misma comunidad o fe. Contrariamente, los sueños también han sido capaces de iluminar eventos del pasado —cuántas historias no conocemos sobre sueños que develan misterios de hechos que sucedieron mucho tiempo atrás.
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Las culturas antiguas fueron tocadas de manera esencial por el mundo de los sueños. En Egipto se han encontrado jeroglíficos que ilustran sueños en los que la interpretación resulta bastante evidente. En la antigua Grecia, los sueños contenían frecuentemente premoniciones del futuro, omens o avistamientos; los griegos, además, construyeron templos conocidos como asclepeion, lugares a los que los enfermos iban a pedir por su salud y cuya curación, se creía, llegaba por la gracia divina y se incubaba dentro de los sueños, sucesos con propiedades curativas. Los grandes pensadores chinos también practicaron la interpretación de los sueños y se preguntaron si quien soñaba no estaba dentro de un sueño siendo soñado por alguien más —idea plasmada en la conocida fábula de Chuang-tzu y la mariposa.
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Durante los siglos XVIII y XIX, en Europa, una transición mayor ocurrió cuando la interpretación de los sueños —condicionada hasta entonces por lo religioso, los espiritual y lo simbólico— se enfrentó con el racionalismo, que explicaba los sueños como simples productos de mecanismos mentales. El filósofo británico David Hartley, por ejemplo, describió en su libro Observations on Man (1749) tres fuentes principales de los sueños: las impresiones e ideas con las que hemos tenido contacto de manera reciente, el estado del cuerpo (particularmente del cerebro y del estómago) y los mecanismos de asociación en nuestra mente que, de acuerdo a Hartley, siguen trabajando mientras dormimos. Pero aún en una época en la que el cerebro y los sueños trataron de explicarse de manera racional, existieron personas como Walt Whitman, un artista que siempre creyó en el poder de la información que llega hasta nosotros cuando dormimos, un rasgo siempre evidente en su poesía.
La Interpretación de los sueños (1899) de Sigmund Freud habría de revolucionar, una vez más, esta práctica tan humana. A grandes rasgos, este imprescindible texto habría de dar un lugar a los sueños que intuitivamente pareciera irrefutable. Para el creador del psicoanálisis, los sueños eran la expresión de nuestro inconciente, de nuestros deseos reprimidos, de nuestros traumas y de nuestras más soslayadas emociones, esas que, sin embargo, condicionan cada uno de nuestro pensamientos y actos. Después de él vendría Jung que, sin descartar completamente las teorías de Freud, las llevaría más lejos integrando el concepto de los arquetipos (símbolos o metáforas primordiales que existen dentro de todo ser humano) y el inconciente colectivo, como algo que completaba la existencia del inconciente personal.
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En la época actual, existen un sinnúmero de métodos para descifrar nuestro sueños, además de estudios científicos para explicarlos. A pesar de que la ciencia adquiere, a cada minuto, más información sobre el lado más fisiológico o psicológico de los sueños como procesos cognitivos, es inevitable que nuestra mente, simbólica y metafórica, no se sienta iluminada cuando soñamos que volamos, o que cuando soñamos que alguien querido muere, despertemos llenos de tristeza. Los sueños son concebidos frecuentemente como fantasía, sin embargo, su poder, el deseo de saber si tienen algo que decirnos, nos acompaña cada noche cuando vamos a dormir.
 
 

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