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'Los placeres de la literatura japonesa', de Donald Keen

RICARDO MARTÍNEZ.

Hay un pasaje de Kenkõ citado en el texto que sirve para explicar, creo, ese placer, ese gusto tradicional que avalaría el título del libro: “Alguien dijo, una seda fina no es apropiada para envolver el manuscrito, porque se deteriora fácilmente. A lo que Tona respondió: es precisamente cuando la cubierta de seda se ha deshilachado por arriba y por abajo, y cuando el nácar se ha desprendido del rollo, cando se puede decir que un pergamino es bello” Bien, una definición de sensibilidad, sencillamente definida. Y es aquí donde el lector, como en tantos pasajes de este libro, puede encontrar, sin duda, esa sensación de placer que toda labor emprendido aspira a obtener.

Placer, digamos, como una forma de percepción, como una donación recibida en silencio obtenida desde la comprensión, desde la confianza depositada en el ejercicio emprendido. Tal como pudiera poner de manifiesto a un alma sensible este otro texto: “En este hermoso valle por el que corre el río,/ el palacio de  Yoshino, la residencia celeste/ de nuestro soberano que reina en paz, está rodeado, pliegue tras pliegue,/ por muros de montañas verdes./ En primavera los arbustos se inclinan henchidos de flores;/ al llegar el otoño la ruma flota sobre todas las cosas./ Siempre prósperos, como esas montañas,/ y sin cesar, como el fluir del río, vendrán los señores y las damas de la corte/ a este lugar” Placer también como evocación, en una expresividad casi material y al tiempo induciendo a una especie de ceremonia posible, casi de sueño, donde es posible asistir a un campo abierto a todas las emociones interiores.

No es algo, un texto, un gráfico, que se elabore explícitamente para el oyente u observador, creo, sino poseedor de placer en sí mismo desde el momento en que es concebido, desde el momento en que se piensa. De ahí la  naturaleza del placer, esto es, como prueba de una inteligencia sensible que se percata de lo bello y lo transmite a todo aquel destinatario que tenga acceso a su naturaleza, a su interiorización.

Un destino eterno, como se  comprenderá, de toda literatura: el propiciar belleza, sensaciones elevadas, casi eternas. Paz no sólo en el entendimiento, sino, por extensión,  en el ser. ¿No sería apropiado traer aquí a colación aquel famoso haiku, ejemplo de intuición equilibrada, de armonía, que decía: “Amanece/ y el azar del día/ parece dormir.

Ensueño del sueño. Sueño en el ensueño.

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