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Fantasmas de gloriosa gente de teatro en un emocionante "Bar bajo la arena"

Por Horacio Otheguy Riveira

Trece intérpretes asumen el perfil y algunos gestos de grandes del teatro que pasaron por el María Guerrero y su cafetería. No hay imitaciones, sólo toques ligeros de cariñoso homenaje, en realidad todos ellos poseídos por la pasión, los miedos, las audacias de gente de teatro como Aurora Redondo, Andrés Mejuto, Fernando Delgado, Adolfo Marsillach, Luis Escobar, María Asquerino… y otros aún en activo como Manuel de Blas, José Luis Gómez, Nuria Espert, José Sacristán, Julia Gutiérrez Caba… portadores todos de mensajes que se dan al oído, dirigidos a lo más íntimo de cada espectador, a través de Anton Chejov, Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Eugene O´Neill, William Shakespeare, Federico García Lorca, benet i Jornet, Buero Vallejo…

Y el exquisito veneno del teatro nos mata a todos para, a continuación, hacernos revivir como en cuento de hadas con el elixir de nuevos escenarios, renovados intérpretes. Un bar bajo la arena se representa en una sala para 80 espectadores hasta noviembre: una aventura indispensable escrita por José Ramón Fernández y dirigida por Ernesto Caballero, con música y espacio sonoro de Luis Miguel Cobo.

 

Una fotografía de ensayos, en una tonalidad perfecta para representar el mundo de los muertos que fueron extraordinarios hombres y mujeres de teatro. Un clima onírico, extraño, que rápidamente se convierte en divertido, mágico, sublime…

La puesta en escena comienza en el hall de entrada, con una decoración que marca la diferencia, nos señala el camino para abandonarse al mágico hechizo que comparten intérpretes y espectadores tras las cinco palabras de rigor: «La función va a comenzar». Todo el hall está empapelado como entonces y las paredes pobladas de fotos donde, por ejemplo, María Jesús Valdés alterna con Nuria Espert mientras cientos de compañeros recorren escenarios ante los cuales vivimos emociones imperecederas. Tributo al tiempo en el que nació el Centro Dramático Nacional en el ya histórico teatro María Guerrero de la mano de Adolfo Marsillach, exactamente en noviembre de 1978. Bajo su escenario se creó una confortable cafetería donde artistas y público compartieron momentos inolvidables hasta que se decidió, lo mismo que en otros teatros, convertirlo en una sala pequeña, la Sala de la Princesa, donde ahora se reconstruye aquel ambiente y por el que desfilan personajes entrañables del teatro nacional interpretados a su vez por estupendos actores y actrices que no les imitan, sino que saborean unos pocos estilos y les basta el recuerdo vago para recrear fuegos artificiales emocionales.

Una experiencia única, formidable.

Nuevamente, tras el brioso homenaje a Max Aub y su «Laberinto mágico«, la unión de José Ramón Fernández con Ernesto Caballero afianza un concepto escénico muy interesante relacionado con la manera de traer al presente el pasado, logrando que cuanto tiene de nostálgico insufle vida en el presente, lo mismo en el fracaso de los perdedores de la guerra civil, que en los fugaces éxitos teatrales de tantos grandes de nuestra escena. Por eso también en lo poético y lo ideológico, estos muertos de tras el telón, abren el baúl de los recuerdos y nos vuelven a ofrecer breves secuencias de obras maestras. Y así, una vez más, los muertos nos llegan tan cercanos como el poderoso influjo de la memoria: esa hechicera sin la cual el teatro hubiera muerto hace tiempo, y sin embargo cada temporada tiene más fuerza. Los amantes de este arte somos —como el personaje que interpreta Pepe Viyuela—, eternos adolescentes asombrados, como aquella primera vez que pagamos nuestra entrada y nos dejamos envolver por la vida de los otros… bien dispuestos a construir la nuestra en su eterna compañía. Y Viyuela nos guía, tierno y fabuloso con su bolsa cargada de plastificados programas de mano, y cuando va a decaer en una tristeza por el tiempo ido para siempre, le alcanza un Buster Keaton que sonríe para que continúe la fiesta del recuerdo y no nos abandone nunca.

El circuito cuenta con todos, y cada uno aporta mucho, incluso en las más breves intervenciones o en las escenas corales, un elenco integrado con suma de ilusiones y talentos. Si a cada cual le toca una parte bien consolidada, al público le corresponde la misión de disfrutar las numerosas sorpresas del espectáculo —algunas canciones incluidas— y luego contar por ahí las menos posibles, para preservar el encantamiento, ya que entrar en la Princesa del María Guerrero es entrar en un ámbito mágico en el que, como solía decir María Asquerino (también aquí evocada): «… mis queridos muertos siempre tienen algo bueno que decirme, algo bueno, claro, no te vayas a creer otra cosa de brujas y esas tonterías…».

Entre las maravillas ofrecidas como en Parque de atracciones, he aquí algunos momentos especialmente memorables:

El tímido visitante es asaltado con el característico humor de los personajes de «Wielopole, Wielopole», de un polaco que en 1981 fascinó a los teatreros de Madrid: Tadeusz Kantor (1915-1990).

Homenaje a Nuria Espert en tiempos de «Doña Rosita la soltera», aquí interpretada por Isabel Dimas, junto a Jorge Basanta en el papel estelar de Víctor García, quien dirigió a la Espert en «Yerma», «Divinas palabras», «Las criadas», y la torturó con una personalidad neurótica que destruía cuanto amaba hasta que se destruyó a sí mismo a base de grandes dosis de alcohol en París, 1982, con 48 años.

Un alto en el camino. El autor rinde homenaje a su gran amigo Benet i Jornet, quien hoy padece una enfermedad incurable, a través de Jorge Basanta, quien trasunta a ambos en un monólogo de profunda tristeza. interpretado con gran economía de recursos, distante y tierno a la vez: «Hola Papitu… Te sonreías y te acordabas de Motín de brujas, con Marisa Paredes, María Asquerino, Julieta Serrano… Eso fue el día que nos conocimos, aquí arriba, en el bar… Te sonreías y me decías: `Aquí te ponen una obra cada 20 años…´Hablamos mucho de la palabra y el pensamiento mientras recorríamos librerías de París… pero no te acuerdas de nada de eso, no te acuerdas de mí, ya no te acuerdas de nada…»

Las carcajadas brotan con la energía de Jardiel en «Eloísa está debajo de un almendro» y su Práxedes (divertidísima Maribel Vitar) que a Viyuela le lanza su peculiar manera de ser: «¿Se puede? Sí, porque no hay nadie. ¿Que no hay nadie? Bueno, hay alguien, pero como si no hubiera nadie. ¡Hola! ¿Qué hay? ¿Qué haces aquí? Perdiendo el tiempo, ¿no? Tú dirás que no, pero yo digo que sí. ¿Qué? ¡Ah! Bueno, por eso… ¿Que por qué vengo? Porque me lo han mandado. ¿Quién? La señora mayor. ¿Que qué traigo? La cena de la señora, porque es sábado y esta noche tiene que vigilar. ¿Que por qué cena vigilando? Pues porque no va a vigilar sin cenar. ¿Te parece mal que vigile? Y a mí también. Pero ¿podemos nosotros remediarlo? ¡Ah! Bueno, por eso… Y ahora a dejárselo todo dispuesto y a su gusto. ¿Que lo hago demasiado deprisa? Es mi genio. Pero ¿lo hago mal? ¿No? ¡Ah! Bueno, por eso… Y no hablemos más. Ya está: en un voleo. ¿Bebidas? ¡Claro! No iba a comer sin beber. Aunque tú bebes aunque no comas. ¿Lo niegas? Bien. Allá tú. Pero ¿es cierto, sí o no? ¿Sí? ¡Ah! Bueno, por eso…»

 

Texto: José Ramón Fernández
Dirección: Ernesto Caballero
Reparto: Jorge Basanta, Isabel Dimas, Luis Flor, Carmen Gutiérrez, Ione Irazabal, Daniel Moreno, Julián Ortega, Francisco Pacheco, Raquel Salamanca, Juan Carlos Talavera, Janfri Topera, Maribel Vitar, Pepe Viyuela
Escenografía: Mónica Boromello
Iluminación: Tomás Muñoz
Vestuario: Juan Sebastián Domínguez
Fotos: MarcosGpunto
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Producción Centro Dramático Nacional
TEATRO MARÍA GUERRERO. SALA DE LA PRINCESA.
Funciones 28 de septiembre a 25 de noviembre 2018, martes a domingo 18 horas.  

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