Machado de Assis despliega su grandeza en 'El alienista y otros cuentos'
RICARDO MARTÍNEZ.
No en vano viene siendo considerado este autor como uno de los más relevantes de la literatura brasileña cuya vida transcurrió prácticamente en su totalidad durante el siglo XIX. Por su rico vocabulario, por la impecable trabazón con la que narra y argumenta, por la fluidez del discurso, envolvente y alusivo siempre al hombre crédulo, pero, sobre todo, por el desparpajo y sentido del humor –revestido, como no podría ser menos, de sutil inteligencia- es por lo que su obra ha llegado intacta hasta nosotros, y a buen seguro que perdurará, pues el buen lector siempre encontrará compañía y comprensión en estas historias que, sin dejar de tocar en ningún momento lo cotidiano, lo común, se eleva hacia una imaginación desbordante, irónica, riquísima en el anecdotario.
Pudiera parecer un gesto de humildad tal como el propio autor nos presenta estos cuentos en una jugosa advertencia preliminar, si bien tengo para mí que la mejor ironía empieza aquí: “En cuanto al género en que se encuadran -escribe- no podría decir que no sea inútil. El libro está en manos del lector. Diré solamente que si hay páginas que parecen meros cuentos y otras que no, me defenderé de las segundas diciendo que los lectores de las otras pueden encontrar en ellas algo interesante” Y así podrá acreditarlo con creces cualquier avezado lector que, al adentrarse en estas historias seductoras, llegue al texto titulado ‘Teoría del figurón’ donde podrá leer: “El sabio que dijo ‘la gravedad es el misterio del cuerpo’ definió la compostura del figurón. No confundas esta gravedad con aquella otra que, si bien reside en la facha, es puro reflejo o emanación del espíritu; esta pertenece al cuerpo, únicamente al cuerpo, es una marca de la naturaleza o una disposición vital” O bien, continuando con las instrucciones vitales a su hijo, escribe, en otro apartado: “Los tejemanejes de empresa, todo hay que decirlo, no contradicen esa vulgaridad de aparente buen tono propia de un figurón consumado, pero, si puedes, adopta la metafísica: resulta más fácil y atractiva”.
Una páginas más adelante, en la narración titulada ‘El secreto del gurú’, nos cuenta la práctica de curación llevada a cabo por éste: “Diego Meireles los desnarigaba con muchísimo arte; luego alargaba delicadamente los dedos hacia una caja donde fingía guardar las narices supletorias, tomaba una y la aplicaba al lugar vacío. Los enfermos, de tal modo curados y suplidos, se miraban los unos a los otros…”
El disfrute lector, creo, está garantizado, y el propio autor, con su ironía deliberada a sabiendas, sigue justificando este libro hacia cualquier lector suspicaz advirtiendo a partir de la primera justificación inicial: “ de las páginas que parezcan meros cuentos me defenderé con San Juan –‘esto es para la mente que tenga sabiduría’- y con Diderot para decir que ‘escribir un cuento llena el espíritu de alegría, y cuando el tiempo fluye y el cuento de la vida llega a su fin habrá gente que no haya encontrado ni eso’ De este modo –remata su justificación preliminar- venga de donde venga el reproche, espero que del mismo lugar venga la absolución”
Esto es, de ti, lector, que, es muy probable, habrás de concluir al final del libro recordando aquella famosa frase de confesonario: ego te absolvo.