Lolita Flores ama con valentía, mata sin escrúpulos y muere gritando que el amor es una catástrofe

Por Horacio Otheguy Riveira

Con los elementos de la mítica tragedia, Fedra de Paco Bezerra aporta muchas novedades tras un lenguaje de notable riqueza por el que se mueve Lolita Flores como si hubiera nacido recitándolo.

Tardía para las obras teatrales, la experiencia de la cantante la ha ido llevando de la farsa (La asamblea de las mujeres) a la comedia romántica (Prefiero que seamos amigos), pasando por algunas comedias untadas con monólogos ingeniosos (Sofocos), y de allí a nada menos que un drama costumbrista para una sola voz, versión de una obra clásica catalana/universal como La plaza del diamanteCon estos antecedentes, Fedra la incluye en el estrato superior de las más grandes, es decir, las que pueden dominar cualquier género, invocando dioses misteriosos y mucho trabajo orgánico, desde el fondo de las más oscuras vivencias personales para atravesar los detalles siempre peligrosos de la voz, los gestos, las miradas: esa selva amazónica invadida de riesgos por los que pasa el más pulido trabajo actoral, revivido en cada función hasta un instante antes de comenzar, para ya ante el magno silencio del público dejarse poseer por el personaje hasta el aplauso final. Una ovación, en este caso, que saca de golpe a la actriz de un estado hipnótico…

Desde su estreno en Mérida, esta Fedra colma a Lolita de satisfacciones porque es su primer portentoso personaje, el más completo, uno capaz de pasar de una dulzura fascinante a condenar a muerte a un joven porque no ha querido amarla; capaz también de rendirse ante el influjo tenebroso de amar sin condiciones, arriesgándolo todo, reina de un país, amantísima madre de un único hijo, esposa de un rey que vive a su aire entre amantes y negocios por tierras lejanas.

Fedra es fascinante y detestable, siempre hermosa con sus bellas piernas de juvenil tersura en un cuerpo vencido por la desdicha, con pechos nunca acariciados por las manos más deseadas, los labios marchitos, secos, la mirada perdida, desolada. Veinte años mayor que Hipólito, clama al cielo su pasión y la defiende hasta el último suspiro.

Lolita Flores, Críspulo Cabezas, Juan Fernández [foto/ Jero Morales]

Cada situación transcurre en el confortable ámbito creado por Mónica Boromello, una escenografía muy sobria en cuya elegancia se esconde, agazapada, la desgracia fatal en el seno de un mundo de ricos por donde campea el machismo intolerante y la insatisfacción imperecedera con una mujer que ama con locura a un hijastro que vive a diario entre animales porque se encuentra fatal entre congéneres… y jamás ha estado con una mujer, pues… “ese tipo de placeres, yo… ni los busco… ni los conozco”.

Vestidos con telas nobles, en trajes de exquisita factura, cómodos e impolutos, cada uno ha de padecer una inconsolable soledad: el hijo entrañable porque cela a su hermanastro, heredero del trono; la nodriza sabia porque muerta Fedra sus brazos protectores se quedarán vacíos. El vestuario diseñado por Almudena Rodríguez Huertas se une de manera inquietante con el hábitat de Boromello, de una belleza pulcra en la que transcurren emociones descontroladas.

Alrededor de un personaje tan absorbente como el de la protagonista, otro de los hallazgos del texto es el desarrollo de cada uno de los cuatro que la acompañan en manos de actores idóneos. La sabiduría de Tina Sáinz y Juan Fernández sobrecoge en la sagacidad y la ternura, así como en la tristeza de la nodriza y el autoritarismo del monarca. A su lado, también se maneja entre extremos Eneko Sagardoy, pura bondad, generosa entrega para sacar a su madre biológica de la postración, y brutal cuando ella le confiesa su verdadero amor: Eres igual de obscena y deleznable que todas la mujeres.

Críspulo Cabezas es el objeto de deseo, un chico desamparado huido de sí mismo entre caballos; necesita ocultar su oscura debilidad, tal vez atraído en secreto por otros hombres, quizás prisionero de una asexualidad vergonzante. El actor se entrega  con delicada sensualidad cuando demuestra cariño a su madrastra, y luego con alucinada fragilidad cuando confiesa su impotente inocencia ante el padre.

Ante la cautivadora cadencia del texto, sobran los efectos sonoros y tal vez también algunas de las imágenes proyectadas. La voz de los cinco intérpretes está dirigida por Luis Luque como toda su puesta en escena, atento a la necesaria lentitud de algunas escenas como de las pausas. Todo tiene un ritmo interior que recuerda a ciertas danzas asiáticas, calibrado a la perfección, permitiendo con maestría que el texto palpite por sí mismo en un contexto de poética contención dramática.

La mera aparición de Fedra desde la oscuridad del escenario hasta el lecho donde se deja estar, al principio sin ánimo de resurrección, marca la pauta de un ritual de armónica conjunción, vibrante tras el mandato de un texto formidable que da buenas ocasiones para que el personaje se muestre, se explique, se adore y se flagele.

(…) Fedra.- Siendo la verdad, no entiendo por qué tendría de seguir ocultándola.
Acamante.- ¡Porque, además de tratarse de mi hermano, tiene veinte años menos que tú! ¡Por eso! ¡Y porque ni en mis peores pesadillas hubiese imaginado que acabaría escuchando a mi propia madre decir semejante abominación! ¡Haz uso del sentido común y mide el alcance de lo que podría suponer una escándalo semejante!
Enone.- Acamante tiene razón. Piensa en la corona y en este país.
Fedra habla ahora con Acamante.
Fedra.- Tanto Teseo como tú le habéis ofrecido vuestro cuerpo a miles de mujeres de distinta posición y diferentes edades; vuestro corazón ha estado abierto a todas sin ningún tipo de excepción. Y, cuando digo a “todas”, me refiero, incluso, a personas de mi propia familia. ¿O, a caso, tu padre no estuvo con mi hermana, antes de casarse conmigo? ¿Supuso eso alguna deshonra para la corona o para el país? Entre los actos más sensatos de los mortales ha estado siempre el de pasar por alto aquello que no es honroso. No entiendo por qué vosotros, ahora, no podéis hacer lo mismo conmigo.
Acamante.- Mi padre volverá y será cruel con los dos. Contigo y con mi hermano. Ya sabes que la cólera lo ciega. Y, entonces, os arrepentiréis.
Fedra.- ¿Desde cuándo los cobardes llegaron a algún sitio?
Acamante.- He conocido a muchos valientes que tampoco han acabado en ningún lugar.
Fedra.- Siempre es digna la derrota del que lo intenta, pero qué pena de aquel que pierde por el puro miedo a perder.
Enone.- Escucha, Fedra, a Acamante, y atiende a lo que te dice. ¿De verdad no te da miedo?
Fedra.- ¿De quién? ¿Del rey? El reino del amor lo considero yo por encima de todo y no tengo miedo de ningún regreso.
Enone.- Va tu alma camino de un precipicio a sabiendas de que se va a despeñar.
Acamante.- Y lo peor es que todos vamos a ir cayendo tras de ti. No me puedo creer que una reina intachable como tú esté dispuesta a sumergir a todo un país en la deshonra más absoluta por darle rienda suelta a una absurda pasión.
Fedra.- Absurdo es estar como he estado hasta ahora y no hacer nada por evitarlo. Pero entiendo que, a vosotros, eso no os importe, porque para vosotros lo importante son otras cosas. Creéis que me amáis, pero a la vista está que preferís verme muerta.
Enone.- Fedra, no digas eso.
Fedra.- ¡Se acabó! El amor es lo más maravilloso que existe sobre la faz de la tierra y ningún hombre ni ninguna mujer debería sentirse avergonzado por haber caído en sus redes; lleve ese amor el nombre que lleve y tenga la edad que tenga.
Enone.- ¡Qué humillación y qué ruina tan oscura para esta casa!
Acamante.- ¿Te olvidas de quién soy? ¿Cómo puedes pronunciarte acerca de algo tan aberrante con esa falta de decoro?
Fedra.- Porque he visto a la muerte de frente y la he tenido aquí, a esta distancia; y porque ahora sé que el amor y la vida no esperan. Y no esperan porque conocen de primera mano que, al que mucho aguarda, se le termina abriendo un agujero alrededor de los pies y la tierra lo devora. Y, cada vez que eso sucede, el amor y la vida se esfuman, y ya ni se puede amar, ni se puede vivir, ni se puede hacer nada, porque la tierra, cuando te traga, lo hace para siempre. Por eso puedo pronunciarme así, porque, en donde antes tenía una mano oscura, que me estaba dejando sin aire, ahora tengo una flor, una orquídea que me ha nacido aquí, entre el pecho y la boca, y la voy regar. La voy a regar con lo que tenga a mano: con lágrimas, con sudor o con sangre, me da igual, pero a mí esta flor no se me seca. (…)
 

Acamante, su hijo (Eneko Sagardoy) intenta salvarla de una incomprensible depresión. Cuando ella sola recupere energía, arrasará con todo en busca de un amor no correspondido. [Foto Jero Morales. Festival de Mérida].
Éxtasis en la cercanía del cuerpo amado, saboreando caricias que desaparecerán en el instante en que su hijastro (Hipólito, Críspulo Cabezas) diga la maldita palabra: “Madre”. [Foto/ Jero Morales],
 

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Fábula, ensueño y violento realismo en “Fedra”, de Paco Bezerra
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FEDRA

Autor: Paco Bezerra
Director: Luis Luque
Ayudante de dirección: Álvaro Lizarrondo
Intérpretes: Lolita Flores, Juan Fernández, Críspulo Cabezas, Eneko Sagardoy y y Tina Sáinz
Escenografía: Mónica Boromello
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Música: Mariano Marín
Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Vídeo escena: Bruno Praena
Productor Jesús Cimarro
Una producción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Pentación Espectáculos
Teatro La Latina. Del 13 al 30 de septiembre 2018

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