El fantasma de la verdad
El fantasma de la verdad
Toni Montesinos
El Desvelo
Santander, 2018
118 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Hildur es una tragedia. Pero ¿qué o quién es Hildur? Hildur es el nombre de la protagonista de una novela que, al contrario de lo que figura en esta obra, publicó Toni Montesinos (Barcelona, 1972). Es una mujer hipersensible, atrapada en sus emociones, tímida y musical. Así nos la presento en la novela. Muy diferente a la mujer que hace levantarse al autor de la silla para salir disparado a buscar a su creación, recién llegada de Islandia. Llamaremos novela a esta obra de forma un tanto convencional, pues buena parte de ella es un diálogo entre un autor frustrado y su propia fantasía. Podría tratarse, incluso de una escenificación teatral con un punto de absurdo, de algo vanguardista en los años sesenta, en la que se intercalan párrafos de monólogo interior. El formato nos lleva, inevitablemente, a recordar Niebla, de Unamuno. Pero este El fantasma de la verdad contiene el existencialismo en la dosis justa de una especia. El autor pasa por un momento difícil de su vida y debe convertirse en crisálida para salir de él. Aparentemente, estamos frente a una obra seria. Sin embargo, el sentido de culpa aparece con un punto de desapego sobre la literatura. Da la impresión de que Montesinos nos dice que la literatura no debe ser algo tan solemne como se nos presenta. Es sueño, sí, pero eso de utilizarla como catarsis es un buen intento, pero un intento fallido en una proporción muy alta. ¿Alguien cree que la seriedad le salvará de los malos tiempos?
Durante la escritura de Hildur, que la voz del autor dice que le supuso dos años y medio de trabajo, el autor vivió dentro de la obra. Y, recordemos, es una tragedia. A la hora de la verdad, la escritura de una novela supone toda una vida conjurada para escribirla: uno escribe con todo lo que es y lo que ha sido, incluso con la premonición de lo que será junto a la de lo que quiere que sea el futuro. Uno escribe con la memoria y con la imaginación. Durante los diálogos entre los dos personajes, las referencias a ambas son continuas, son el eje de una obra de situación. La acción avanza dentro de un narrador que al comienzo de la novela se ha golpeado la cabeza en el cuarto de baño, pues en el exterior apenas nada se mueve. Así pues, la literatura que debe cauterizar un sentido de culpa por el destino trágico de Hildur personaje de novela, es una parte más de la conciencia del autor. Ese intento de redención nos muestra un punto de azúcar en la obra, como si Montesinos pretendiera que lo que se ha expuesto antes de manera vanguardista y existencialista, puede tener ahora una lectura con un sustrato de caricatura. Lo que sí sabe es que la literatura contiene vida. La ficción se alimenta de la realidad y la realidad se alimenta de la ficción.
El autor, el autor protagonista de la obra, no Montesinos, parece haber vivido con un trastorno obsesivo por el destino que ideó para Hildur, personaje de la novela que lleva su nombre. Muestra cierto desdoble de la personalidad, un deseo de estar ebrio de lo que sea, y otro de estar sobrio para afrontar lo que tristemente llamamos realidad. Pero la realidad no es única y si uno no aporta ficción, terminará enloqueciendo. Y los sueños del autor han ido cambiando. Como lo hace la necesidad de convertirlos en realidad, al menos en realidad para él. De ahí que no tenga otra solución que resucitar a Hildur o que Montesinos la resucite para redimirse. Pero una vez escrito un destino, la redención, maldita sea, es imposible. Queda, pues, la buena voluntad y la ironía, en el buen sentido de la palabra ironía: decir lo contrario de lo que se quiere decir, para ayudarse uno mismo a la hora de cargar con la cruz de la memoria y la imaginación.