Todos lo saben (2018), de Asghar Farhadi – Crítica
Por Jordi Campeny.
Un iraní, afincado en Alemania, vuelve de vacaciones a su país natal. Sus amigos de la Universidad celebran su llegada con una excursión en el mar Caspio. Invitan a Elly, la maestra de la hija de uno de ellos. Al día siguiente, Elly desaparece sin dejar rastro.
Una española, afincada en Argentina, vuelve con sus hijos a su país natal para festejar la boda de su hermana. Toda su familia y vecinos celebran el enlance en un pueblo indeterminado de la meseta castellana cuando, al término de la celebración, la hija de la protagonista desaparece sin dejar rastro.
La primera historia corresponde al arranque de A propósito de Elly (2009); la segunda, al de Todos lo saben (2018), dos películas del director iraní Asghar Farhadi, separadas por nueve años, pero con evidentes paralelismos y ecos entre ellas. A parte de elementos idénticos en la trama, ambas son puro Farhadi, aunque una esté rodada en su país, y la otra, por primera vez, en España. Entre una y otra encontramos sus trabajos más célebres: las oscarizadas Nader y Simin, una separación (2011), El viajante (2016) y su cinta rodada en Francia El pasado (2013). En todas ellas hallamos el mundo y la mirada del maestro iraní; una mirada sabia y severa, compleja, sutil y minuciosa alrededor de temas de gran calado: las apariencias, la manipulación y la mentira, el pasado, la descomposición familiar… Todo ello al servicio de la reflexión en torno a algunos conflictos morales.
Hacía muchos años que el director iraní deseaba rodar en España. Durante un viaje a nuestro país con su familia se encontraron con la foto de una niña desaparecida colgada en una farola. Su hija, de la misma edad que la niña perdida, se asustó mucho, y su padre guardó aquel momento en algún punto indeterminado de su memoria hasta que, muchos años después, volvió a él e hizo una película. Farhadi halla elementos en común entre su país y el nuestro, aunque pueda parecernos que tenemos poco o nada que ver con un país como Irán. Farhadi considera que compartimos idiosincrasia y apego ancestral a las raíces, sobre todo en las zonas rurales, y una forma parecida de gestionar las emociones. Esto le ha permitido zambullirse de su país al nuestro y hallar universalidad en los temas de fondo. Vivió una temporada en un pueblo de la zona rural de La Mancha, se empapó de todo: de la tierra, del viento, de sus gentes y su pasado, de sus liturgias y sus desdichas. Cruzó este mundo con el suyo y le salió su última película, la excelente Todos lo saben.
En ella observamos los rasgos habituales de su cine; es una película de temas hondos y tratamiento de melodrama cruzado con thriller. Es precisa, compleja y envolvente y, aunque cabe reprocharle un discutible giro de guión en su resolución, acaba resultando muy solvente y, por momentos, incluso poderosa. La trama, que contiene elementos del habitual thriller de secuestros y de desgarrado melodrama, vira peligrosamente hacia el folletín en el irregular último tercio de la película, pero la mano maestra del Farhadi director logra el equilibrio con el Farhadi guionista, y el resultado es notable, importante, a pesar de la acogida entre tibia y mala que tuvo la película en su estreno en Cannes, donde inauguró el Festival el pasado mayo.
A parte de la mano y la sabiduría del director, lo que sostiene y por momentos hace grande a Todos lo saben es el trabajo de todo su elenco protagonista. Brillantes, soberbias ellas, Penélope Cruz, Bárbara Lennie, Elvira Mínguez –su mirada–. Más contenidos pero igualmente sobresalientes ellos, Eduard Fernández, Ricardo Darín y, sobre todo, un Javier Bardem en cuyo personaje recae el interrogante moral más interesante de la película, marca de la casa. El precio a pagar por no corromperse moralmente.
Entre grandes virtudes y algunas arbitrariedades argumentales se construye Todos lo saben, en definitiva. Gran película que, aunque puede que no logre la finura ni la precisión de algunos de sus trabajos precedentes, se les queda muy cerca. Convencido que todos compartimos el mismo sustrato y que nos atenazan los mismos miedos, Asghar Farhadi nos recuerda que qué importa quién nos cuente lo que somos, porque somos tanto un cincuentón castellano de un rincón polvoriento de La Mancha como una joven que se debate entre la tradición y sus sueños en un barrio del norte de Teherán. Nuestras contradicciones pueden hallar su reflejo tanto en los ojos de Eduard Fernández como en los de Taraneh Alidoosti.
Magnífica película. Da gusto ir al cine y ver obras así.
Muy buenas interpretaciones.
Para que luego digan algunos que el cine español no es bueno.