Una educación
Una educación
Tara Westover
Cómo una educación puede salvar una vida
«Podéis llamarlo transformación. Metamorfosis. Falsedad. Traición. Yo lo llamo una educación.»
Nacida en las montañas de Idaho, Tara Westover ha crecido en armonía con una naturaleza grandiosa y doblegada a las leyes que establece su padre, un mormón fundamentalista convencido de que el final del mundo es inminente. Ni Tara ni sus hermanos van a la escuela o acuden al médico cuando enferman. Todos trabajan con el padre, y su madre es curandera y única partera de la zona.
Tara tiene un talento: el canto, y una obsesión: saber. Pone por primera vez los pies en un aula a los diecisiete años: no sabe que ha habido dos guerras mundiales, pero tampoco la fecha exacta de su nacimiento (no tiene documentos). Pronto descubre que la educación es la única vía para huir de su hogar. A pesar de empezar de cero, reúne las fuerzas necesarias para preparar el examen de ingreso a la universidad, cruzar el océano y graduarse en Cambridge, aunque para ello deba romper los lazos con su familia.
Westover ha escrito una historia extraordinaria -su propia historia-, una formidable epopeya, desgarradora e inspiradora, sobre la posibilidad de ver la vida a través de otros ojos, y de cambiar, que se ha convertido en un resonante éxito editorial.
Tara Westover nació en Idaho en 1986. Inició sus estudios en la Brigham Young University con diecisiete años y se graduó en Arte en 2008. Gracias a varias becas pudo seguir estudiando y obtuvo un posgrado en el Trinity College, Cambridge, en 2009. Consiguió una maestría en Filosofía y se graduó en Historia en 2014, después de una estancia en la universidad de Harvard. Actualmente reside en Londres. Una educación es su primer libro, que se ha traducido en veintidós países y ha sido aclamado por los lectores y la crítica. Está considerado uno de los libros más importantes del año según The New York Times, BBC, Daily Express, Library Journal y Entertainment Weekly, y ha figurado desde su publicación en las listas de más vendidos.
No es común que una persona tenga un doctorado por la Universidad de Cambridge de Reino Unido, uno de los centros de estudio más prestigiosos del mundo, sin haber asistido nunca al colegio ni tener ningún tipo de certificación escolar.
Pero la historia de Tara Westover parece más bien sacada de un cuento de otra era que de un libro sobre la vida moderna en Estados Unidos.
La joven creció en una zona rural de Idaho, en una familia seguidora del “sobrevivencialismo” o survivalism, un movimiento de individuos o grupos que se preparan activamente para sobrevivir una posible futura alteración del orden político o social, que pensaba que las escuelas eran parte de un plan del gobierno para lavar el cerebro a las personas.
Su padre acumulaba una colección de armas y suministros para cuando llegara el fin de la civilización y para protegerse de cualquier intento del Estado de intervenir en sus vidas.
Incluso cuando sus miembros resultaron heridos en varios accidentes de tráfico, la familia evitó ir a hospitales porque estaba segura de que los médicos eran “agentes de un Estado maligno”.
La familia de Westover, que seguía una interpretación fundamentalista del movimiento de los Santos de los Últimos Días que se rige por las enseñanzas del Libro de Mormón, controlaba su vida y cualquier contacto que tuviera con el mundo exterior.
“Era una vida dura, violenta y autosuficiente, como una paranoica “La pequeña casa en la pradera“”, explica Sean Coughlan, el corresponsal de educación y familia de la BBC.
Westover recuerda que su padre temía posibles incursiones o redadas por parte de agentes federales y por esa razón compraba poderosas armas, capaces de derribar un helicóptero.
En ese contexto, nunca fue al colegio y su infancia transcurrió cabalgando en las montañas y trabajando en un lugar de venta de chatarra.
Y cuenta que el hecho de que sus padres aseguraran que la educaban en casa no era más que una pantalla para aislarla de cualquier enseñanza proveniente del exterior.
Pero en aquella época no le parecía extraño no asistir a la escuela como los otros niños.
“Pensaba que los demás estaban equivocados y que nosotros estábamos en lo correcto. Creía que eran espiritualmente y moralmente inferiores”, dice Westover en una entrevista con la BBC en Cambridge, donde vive actualmente.
“Estaba convencida de que era a ellos a los que les estaban lavando el cerebro y no a mí”.
Westover, quien ahora tiene 31 años, relata su infancia en el libro “Educada”, que se publicará este mismo mes.
En él cuenta cómo se vio obligada a autoeducarse, porque la primera vez que asistió a clases formales fue a los 17 años, cuando ingresó a la universidad.
Su madre y su hermano le enseñaron a leer y escribir, pero nunca había aprendido nada de historia, geografía, literatura o nada que tuviera que ver con el mundo exterior.
La joven solo tenía acceso a libros y publicaciones afines a las creencias de su familia.
Pero al mismo tiempo sus padres le inculcaron que cualquier persona podía aprender lo que quisiera si se lo proponía.
“‘Te puedes educar a ti misma mucho mejor que cualquier otra persona’, me decían”, recuerda.
Así, un día decidió comprar libros de texto a escondidas y dedicarse a estudiar metódicamente noche tras noche hasta conseguir el conocimiento necesario para pasar los exámenes de ingreso a la universidad.
Pero cuando finalmente llegó al salón de clases, vivió en un “estado permanente de miedo”.
“Era como un animal del bosque. Vivía en estado de pánico todo el tiempo. La sala de clases me parecía aterradora. Nunca antes había estado en una”, recuerda.
Poco a poco comenzó a adaptarse, a adquirir nuevos conocimientos y a probarse a sí misma que era capaz de enfrentar el desafío.
Así fue como pasó un tiempo en la Universidad de Harvard, en Massachusetts, EE.UU., y más tarde ingresó a la Universidad de Cambridge, en Inglaterra.
Ahí obtuvo un doctorado a los 27 años, sin nunca haberse graduado de la secundaria.
“Creo que a muchas personas les han enseñado que no pueden aprender por sí mismas”, dice.
Actualmente está separada de sus padres y de su religión. Y reconoce que dejar de lado sus creencias fue “una experiencia traumática”.
Sobre su libro, dice que lo más difícil de relatar no tuvo que ver con las peleas familiares o las restricciones que le imponían.
“Se me hizo más difícil escribir de las cosas positivas, de las cosas que perdí. La risa de mi madre, la belleza de las montañas”