El escritor y su curiosidad (8)
LA ESCRITURA, UNA PROFESIÓN DE RIESGO
Al finalizar los talleres impartidos a grupos de adolescentes sobre la creación literaria y la escritura de los cuentos, siempre hay alguno que se acerca y deja caer aquello de “me gustaría ser escritor”. Que mi primera reacción sea una sonrisa, es inevitable. Pero en buena lógica habría que pararle los pies y la imaginación y, antes de que sea tarde, hablarle de los peligros a los que se expone. Porque ser escritor es una profesión de riesgo. No hay más que ver la larga, demasiado larga, lista de escritores que se han ido antes de tiempo. Una media mucho más elevada que en las personas normales; y más, también, que en creadores de otras disciplinas como cineastas, pintores, músicos, etc. ¿Por qué? Una pregunta que a la que nadie ha dado respuesta. Ni los psiquiatras se han aventurado a ello, y mira que esa gente le echa valor a la hora de sacar teorías. Hay casos concretos en los que no cabe la duda, como el de Kennedy Toole, a quien la frustración de ver su novela rechazada una y otra vez lo llevó al suicido. Cuando la madre de Kennedy logró su publicación y el libro se convirtió en éxito mundial podía haber llevado por el mismo camino a alguno de los editores que lo rechazaron, pero no hubo tal. Ni falta que hace, que errores se cometen a diario aunque la consigna sea un yo no he sido.
Uno de los que abrió la lista debió ser Empédocles de Agrigento, filósofo y poeta griego, el de los cuatro elementos eternos (agua, aire, tierra y fuego) Tenía claro que su cuerpo no pertenecía a esa categoría y esa pudo ser una de las causas por las que lo arrojó al volcán Etna Siglos después, entre los romanos, encontramos a Catón el Viejo, el primer escritor de importancia en lengua latina que se arrancó sus propias entrañas antes que pedir clemencia a César. De entonces para acá, una legión. Hay quienes han utilizado un arma de fuego, como Hemingway o entre los nuestros, el romántico, Larra (¿Qué su amante le devolviera las cartas minutos antes fue la razón última del disparo en la sien?). Otro más, el conde Jan Potocki, el autor del Manuscrito encontrado en Zaragoza. Con su toque de distinción, como no podía ser de otra manera: nobleza obliga, y no iba a palmarla como un plebeyo al paso de una vulgar bala de cobre. Por eso se fabricó una propia. De plata, of course. Asa de azucarero y lima que te lima. No vamos a hurgar en sus motivos, que como decía Ambrose Bierce, todos tenemos derecho a quitarnos de en medio.
Para todos tiene la muerte una mirada, dejó escrito Césare Pavese en su más bello poema. A él le atrapó con apenas 41 años, en un hotel de Turín, tras dejar constancia de su desesperación en el diario: “Todo esto da asco. Sin palabras. Un gesto. No escribiré más”
La canción Alfonsina y el mar que cantó Mercedes Sosa y compusieron Ariel Ramírez y Félix Luna contribuyó a popularizar una versión romántica del suicidio de la poetisa Alfonsina Storni, lo que se aleja bastante de la realidad. Alfonsina se lo pensó y repensó. Luego lo escribió en un poema, Voy a dormir. La noche anterior a su suicido envió tres cartas: una a su hijo Alejandro, otra a su amigo Gálvez y la tercera al diario La Nación. En ella, este poema de despedida. Con los dos últimos versos bien claros, que no hubiera dudas en su interpretación.
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido..
Cuentan que en una hoja del hotel dejó garabateadas tres palabras: me arrojo al mar.
Otra escritora que también eligió el agua como tumba fue la americana Virginia Wolf. Solo tres años después de la muerte de Alfonsina y por la misma causa, la depresión, Virginia acabó sus días en el río Ouse, cerca de su casa. “Estoy convencida de que me estoy volviendo loca de nuevo. Siento que no podemos volver a pasar por terribles momentos como aquellos. Y no me recuperaré esta vez«, le dejó escrito a su marido en una carta de despedida.
Y finalizo con Yukio Mishima, un escritor japonés. Hoy en día, los mártires han cambiado de bando y aquí ya no hay quien muera por sus ideas. Ni falta que hace, por supuesto. Sorprende más en gente como Mishima, tan exageradamente conservador. Decidió irse antes de tiempo y para ello utilizó el ritual tradicional de su país, el harakiri. ¿Razón? No pudo convencer a los militares para que dieran un golpe de estado contra el gobierno civil y devolvieran al emperador a su trono. El día de su suicidio había enviado a su editor la última novela de su tetralogía, El mar de la fertilidad, considerada como su testamento ideológico.
Antonio Tejedor García