Javier Sagastiberri toma el relevo a los veteranos de la novela negra con Un dios ciego
JOSÉ LUIS MUÑOZ.
Hay mucha novela negra en este país, y hay tribus a los que hay que dar de comer aparte: los escritores vascos, sin ir más lejos, un grupo cohesionado en torno a la editorial de Donostia Erein y a su excelente colección Cosecha Roja en la que habitualmente publican todos ellos. Javier Sagastiberri (Donostia, 1959), junto a Noelia Lorenzo Pino, Anton Arriola pertenecen a esa generación que toma el relevo de los ya veteranos y clásicos Jon Arretxe y José Javier Abasolo, los iniciadores.
Sagastiberri cultiva lo que en términos genéricos se ha venido a llamar la novela de procedimiento, centrada en la investigación policial que lleva al descubrimiento del delincuente. Un dios ciego es la tercera entrega, tras El asesino de reinas y Perversidad, de una saga protagonizada por dos ertzainas femeninas, Itziar Elcoro y Arantza Rentería, como protagonistas. El donostiarra juega con dos tramas, aparentemente desconectadas (el asesinato a manos de un sicario de un conocido abogado y la fuga de una prisión de un peligroso delincuente) para construir una novela ambientada en un Bilbao nada plácido.
Neguri es un sistema de clanes muy cerrado. Es una casta aparte. Sólo se casan entre ellos. No todos son ricos, por supuesto. En Neguri hay ricos y no tan ricos, incluso los hay que son casi pobres. Pero todos tienen pedigrí, como los perros de raza. Bilbao, la ciudad transformada a golpe de inversión cultural, le sirve a Javier Sagastiberri como escenario en el que bandas de narcos dirimen sus diferencias amputando los dedos de sus víctimas. En la otra ribera se veía la Universidad de Deusto y otros edificios de estilo tradicional, que contrastaban con el conjunto de elementos vanguardistas que habían crecido alrededor del museo de Gehry. Esa vista resumía el cambio que había sufrido la ciudad, antes un núcleo industrial, ahora una ciudad de servicios que competía por los turistas con otras ciudades del norte.
Hay en la novela guiños continuos a sus colegas; a Jon Arretxe y su peculiar investigador africano Touré del barrio de San Francisco; a Sergio Vera, el alma mater del festival Las Casas Colgadas de Cuenca, reconvertido aquí en capo ciego del narcotráfico en Bilbao (Sí, la organiza un gran tipo. Se llama como yo, Sergio, y es un erudito. De ahí cogí yo la afición. Tiene un club de lectura “Las Casas Ahorcadas”. Le pedí permiso para llamar así a mi empresa. En ese club vamos conociendo la novela negra de distintos países. Y ya que han mencionado lo de los dedos amputados, hemos dedicado un año al noir japonés, por si les interesa profundizar); o a Goiko, el investigador creado por José Javier Abasolo. Y también referencias cinematográficas a algunos de los clásicos del cinema noir francés, a Jean Pierre Melville en concreto. Seguía poniéndole la cara de Alain Delon y recordaba que en aquella película se referían en algún momento a la soledad del samurái, sólo comparable, creía recordar que se decía, a la del tigre en la selva.
Novela muy dialogada, de principio a fin, porque Javier Sagastiberrti se siente cómodo poniendo palabras en boca de los personajes de su novela y tiene muy buen oído, pero en la que no faltan, cuando son precisas, una pintura somera de los escenarios. El piso era de techos altos, pero la escayola se caía a trozos y la humedad y el frio transmitían una sensación de decadencia. El viejecito que las esperaba, con un cuello largo y una cabeza enorme, en la que la calva aparecía adornada por manchas oscuras y feas rugosidades, era casi un espectro que sonreía desde un tiempo pasado.
Javier Sagastiberri acierta de pleno con la creación de personajes, desde los protagonistas a los secundarios. como ese singular dúo de policías femeninos, Itziar Elcoro y Arantza Rentería, que arrostra peligros en comandita, y nos descubre algunas de sus claves vitales de Arantza, la personalidad más oscura. Joder, claro, todos tenemos padres. ¿O que te crees, que me engendró el espíritu santo? Yo quería a mi padre. Yo era pura rabia y podía acabar de cualquier cosa: yonqui, atracadora, puta o asesina. No creas, lo probé casi todo.
Una lectura muy recomendable la de esta novela que se mueve dentro de los cánones de la novela negra de procedimiento.