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El escritor y su curiosidad (6)

 Una palabra antes de morir
Han sido distintas y muy diversas las enfermedades las que se han llevado a la tumba a los escritores y poetas. Muertes en la cama, rodeados de familiares y amigos, como cualquier persona normal. Una normalidad que Juan Gelman, el gran poeta argentino, no vio para sus hijos, asesinados por la dictadura argentina de Videla. Su propia muerte la anticipa en el testamento poético que le entrega al cantante Joaquín Sabina, Verdad es y en el que escribe: «Esqueleto saqueado, pronto / no estorbará tu vista ninguna veleidad. / Aguantarás el universo desnudo».

Una neumonía se llevó a Lewis Carroll, el inolvidable autor de Alicia en el país de las maravillas. Religioso, matemático y a raíz del estudio de sus cartas y diarios, sospechoso por su relación con Alice Liddle, ( la que le inspiró el cuento) y con otras niñas. Las amaba a todas, por lo visto. A esto hay que añadirle el posible (no pasa de ser una elucubración) consumo de drogas psicoactivas. Que cada uno saque sus conclusiones. De lo que no quedan muchas dudas es del mal humor que se gastaba antes de morir (algo normal) y la última en sufrirlo fue su enfermera. “Quíteme esta almohada. Ya no la necesito.”, le dijo.

Sabe muy mal” fueron las últimas palabras de Margaret Mitchell, la autora de “Lo que el viento se llevó”. Si no decimos más, levantamos todas las suspicacias. Más aún si tenemos en cuenta que convalecía de las heridas sufridas tras ser atropellada por un taxi. ¿Qué sabía muy mal? Pues una naranja que le habían dado para comer. Así de simple.
De otros, por el contrario, aunque conocemos esas palabras, su significado ha quedado en el aire. ¿Qué quería decir G. A. Becquer con todo mortal…? El poeta falleció con apenas 34 años de tuberculosis, la enfermedad típica de los románticos (los que no se suicidaban). Las altas fiebres le llevaban de un delirio a otro y en uno de ellos dijo estas palabras, una frase cortada.
A Víctor Hugo, el autor, entre otras muchas obras, de  Los miserables, se lo llevó una pulmonía con 83 años. El padre de las letras francesas vivió una época de grandes convulsiones sociales y participó activamente en la política y la sociedad y era tal su popularidad que la Tercera República le honró con un funeral de estado. A su entierro en el Panteón se formó una comitiva de más de dos millones de personas. Según la leyenda, antes de morir dijo estas palabras: Es el combate del día y de la noche… Veo la luz negra.
A Henrik Ibsen, el dramaturgo noruego, autor de Casa de muñecas, una apoplejía lo postró en la cama, paralítico. El día de su muerte oyó a su cuidadora decir a una visita que Ibsen se encontraba mejor, a lo que él le contestó: “Al contrario” Ya no dijo más.
Más teatral (aunque el teatro era cosa de Ibsen, no de Dickens) o quizás más trágico, fue sir Charles, el gran escritor inglés. Se le hacía difícil soportar la presión de escribir mucho y a eso habría que añadir los problemas personales cuando sufrió un ataque al corazón. Ese día se lo había pasado escribiendo y a la hora de cenar le dijo a su ama de llaves que llevaba una hora enfermo. Luego comenzó a hablar de forma incoherente, quiso levantarse y su cuñada intentó ayudarlo a llegar al sofá. Dickens se quedó quieto y dijo:”al suelo”. Es posible que estas últimas palabras se refirieran al accidente ferroviario que había sufrido cinco años antes y que le había inspirado “El guardavía”, uno de sus mejores cuentos de terror. Sus restos reposan en la denominada “Esquina de los Poetas” en la Abadía de Westminster
Antonio Tejedor García

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