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La esencia de los 'Romances de senectud', de Lope de Vega

RICARDO MARTÍNEZ.

Senectud equivale a rememoración. La senectud es no solo el recogimiento de la vida biológica que, en buena medida ya ha pasado, sino el balance de la memoria del haber vivido, algo que afecta al individuo no solo en su aspecto exterior sino, sobre todo, en el interior.

En ese momento se está ya próximo al gran juicio final que, sobre cada uno de nosotros, penderá para absolvernos o condenarnos. O al menos esa es la idea que, en más o en menos, hemos alimentado a lo largo de nuestra azarosa y, aparentemente, ilusionada vida; y ello ya fuere por la inmediata y perenne influencia social de la iglesia, de la religión, ya fuere por ese prurito de maldad e inocencia que convive con cada especie animal y que, en el caso del hombre, le lleva muchas veces lejos de sí para asentarse vagamente en un lugar, en un significado de trascendencia.

Un hombre inteligente, brillante en su capacidad observadora, sagaz en las industrias de la vida como Lope nos transmite en este libro lo mejor de sí, y lo hace poniendo la pluma –su distinguido y maravilloso bien- al servicio de su propia causa, la última, para conocer mejor, para conocerse y ahí exponer todo su bagaje de sapiencia y duda, de aceptación quizá. Cierto es, también, en su condición de viejo e innato amador a la vez que sintiéndose libre para ello: “Pésame de que ella sepa/ que la quiero tanto yo, porque siempre vive libre/ quien tiene satisfacción// Por eso digo a las aguas/ que risueñas corren hoy, /trasladando de su risa/ las perlas y la ocasión:// Como no saben de celos/ ni de pasiones de amor,/ ríense los arroyuelos/ de ver como lloro yo”

El caso es que, aun a pesar de tantos y tan viejos avatares, de una vida entregada ora al culto divino, ora al culto femenino, el ánimo vivaz y arriesgado de Lope apenas se refrena; tal vez él sienta tal actitud como un impulso necesario, casi religioso, de entrega, de gratitud a la vida. Más un día el acabamiento, en un momento dado, llegará, acaso cuando: “Callaba la escura noche,/ la luna estaba menguante,/ que solo hablaban las fuentes/ y en los árboles los aires” ¡Qué alto sentimiento poético el del autor para alargar el sentimiento de la vida, para engrandecerlo como una donación, diríase, no terrena!

Estos romances aquí compilados al final de su vida, se nos dice certeramente, que “se caracterizan por un intimismo sin precedentes, así como por un ritmo hechizante, de paseo contemplativo”, de ahí ese decir cantando como si al fin, él mismo, su soledad, fuesen el destino: “A mis soledades voy,/ de mis soledades vengo”

La vida como gozo, como satisfacción. Y la aceptación de un final (al modo de una alegoría) esperanzado en la fe cristiana que, de uno u otro modo, siempre le acogió: “Lego y sacerdote/ Félix parece,/ pues tan presto a sus manos/ Cristo deciende”

Este volumen, se nos precisa también, “es la primera edición crítica conjunta de estos romances, algunos inéditos”. La edición, muy culta, elaborada y documentada, es de Antonio Sánchez Jiménez.

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