Teatro en el cine: "La Escalera", primera obra con pareja homosexual en los 60

Por Horacio Otheguy Riveira

La escalera, de Charles Dyer, fue un acontecimiento internacional desde el debut en la Royal Shakespeare Company, 1966, aunque muchos países (como España) no permitieron su estreno. En lengua castellana, los prejuicios socioculturales impidieron el menor movimiento. Buenos Aires fue una excepción, estrenada en 1972 con actores de gran prestigio (Duilio Marzio, Ignacio Quirós), producida por “el Zar” Alejandro Romay (1927-2015), sin duda el empresario más emprendedor y audaz del teatro argentino, propietario responsable de la restauración del actual Nuevo Teatro Alcalá de Madrid.

Aquel estreno porteño fue muy bien recibido por público y crítica, pero a los dos meses la retiraron a causa de amenazas de sectores homófobos. Hay que tener en cuenta que dos salas de Romay fueron incendiadas: una por ensayar Jesucristo Superstar, y otra, dedicada al popular género de revista musical, por un espectáculo estrenado con éxito, que contenía un sketch que parodiaba un periodo de la dictadura militar. Incendios nocturnos, sin víctimas.

De La escalera, para la gran pantalla se ocuparon nada menos que dos pesos pesados como Richard Burton y Rex Harrison en 1969, dirigidos nada menos que por Stanley Donen: un todoterreno que había triunfado con géneros tan diversos como el musical (Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos), la comedia romántica (Dos en la carretera), la comedia policiaca (Charada, Arabesco) o la intriga futurista (Saturno 3),  un crack en el difícil arte de dirigir a estrellas consagradas como Cary Grant, Audrey Hepburn, Gene Kelly, Debbie Reynolds, Ingrid Bergman, Sophia Loren, Gregory Peck Kirk Douglas…

La escalera, dentro del género de comedia dramática con decidido enfoque social, no sólo no ha perdido actualidad como tal, aceptando el carácter histórico de la trama, perfectamente situada en las tensiones de los años 60, sino que lo que entonces parecía impensable, en la actualidad ya es un hecho en casi toda Europa (especialmente en la moralista Gran Bretaña donde transcurre la acción), varias localidades de Estados Unidos y algunos países de Latinoamérica. Con cada día mayor distribución mundial, ya existe la institución matrimonial entre personas del mismo sexo, a pesar de los embates furibundos de las religiones institucionalizadas.



La intimista obra de Charles Dyer (Inglaterra, 1928) —quien destacó como actor en larga trayectoria de cine, teatro y televisión— se desarrolla como una comedia-dramática de carga psicológica, con las clásicas peculiaridades del género en la escena estadounidense: el universo cotidiano con la audaz capacidad de supervivencia en una sociedad que no admite el amor entre hombres. Y lo hace con la misma naturalidad de un matrimonio estándar. El montaje relata la historia de una pareja homosexual acosada por los problemas judiciales que les acarrea una demanda por escándalo público. El puritanismo y la intolerancia de la época harán que la pareja se vea finalmente envuelta en una vorágine de discusiones y reproches mutuos que harán peligrar una relación de 20 años.

A finales de los sesenta, en España la censura frustró lo que hubiera sido un exitazo, ya que el director teatral José Tamayo y los actores Fernando Rey y Paco Rabal trataron de representar la función en Madrid, pues venían de un gran éxito estrenado en 1962, también dirigido por Tamayo: Becket, o el honor de Dios, de Jean Anouilh, un drama histórico en torno a las figuras medievales de Thomas Becket y el rey Enrique II de Inglaterra, una gran amistad de juventud, desde antes de la coronación hasta el trágico final cuando el monarca ordena la muerte de quien había nombrado obispo y acabó creyéndose el papel, convirtiéndose en el principal enemigo del totalitarismo ateo del monarca.

Sí consiguieron estrenarla en 2003, José Luis Pellicena y Julio Gavilanes como intérpretes, con una versión de Pedro Vïllora. Hace hoy 37 años después de su estreno londinense, y 30 años más tarde del frustrado estreno de Tamayo. La dirigió Ángel Fernández Montesinos, quien así escribió en el programa de mano:

En 1895, Oscar Wilde fue condenado a trabajos forzados, por un “delito” de homosexualidad. Afortunadamente, en esa época la reina Víctoria ya había suprimido la pena de muerte para esta clase de “delitos”… Quizás, recordándole, como una víctima de las leyes inglesas, en La escalera, nuestro Charly, repite, “Que Dios nos proteja a Oscar Wilde”… Charly, como Wilde, está a punto de ser otra víctima de la hipócrita y absurda justicia inglesa… La escalera, además de un grito y un documento de denuncia social, es la historia de una pareja, Charly y Hare, que sufren persecución y acoso psicológico por parte de la policía. El autor coloca a nuestros dos personajes en la situación límite de una citación judicial. Esta situación provoca un enfrentamiento entre la pareja, surgen discusiones, problemas familiares, celos, miserias, en fin todo ese mundo de reproches, recuerdos, sacrificios y egoísmos, tan habitual en cualquier pareja que lleva 20 años viviendo juntos.
Charly, tremendamente egoísta, con sus respuestas y frases agudas, que el cree muy “wildeanas”, y Harry, generoso, lleno de complejos y fiel enamorado, son dos seres humanos, dos tipos, que viven en un barrio inglés, donde son considerados por sus vecinos como “raritos”. Dos seres humanos, que en esta madrugada, en la que transcurre la acción, solo tienen un bagaje lleno de frustraciones.
José Luis Pellicena, pletórico de facultades y veteranía, crea un Charly, elegante, cínico y complejo, frente a Julio Gavilanes, como Harry, un ser lleno de sinceridad, pasión y ternura. Ambos realizan una excelente interpretación, llena de matices y humanidad. Ha sido una pequeña gran suerte haber podido contar con estos dos actores, tan apasionados por este texto, un texto que también sufrió la persecución por parte de la censura. Me refiero a la infatigable y esperpéntica censura española del franquismo…
Wolgang Burman, ha acertado una vez más, con esta escenografía, creando una peluquería de barrio, con una especial atmósfera claustrofóbica. La acción, en un barrio londinense, durante la madrugada de un día de marzo de 1966.

Ángel Fernández Montesinos

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