Deja que te cuente
Deja que te cuente
Shirley Jackson
MINÚSCULA
Shirley Jackson, la gran maestra de Stephen King
En un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, se repite, cada año, un macabro ritual que consiste en apedrear, hasta la muerte, a un chivo expiatorio elegido por sorteo. Este es, básicamente, el argumento de «La lotería», cuento que Shirley Jackson (1916-1965) escribió en 1948 y que publicó «The New Yorker» con acogida dispar de crítica y público. Con el paso del tiempo, el relato se ha convertido en un clásico del siglo XX y, sin embargo, es más que probable que no hayan oído hablar de su autora. La pervivencia literaria a veces hace justicia y hoy, al cumplirse cien años de su nacimiento, la figura de Jackson empieza a ser reconocida como una de las grandes maestras del género de terror.
Autores como Stephen King, Jonathan Lethem o Donna Tartt reivindican su magisterio; esta semana ha llegado a las librerías españolas una nueva edición de «Siempre hemos vivido en el castillo», su obra maestra, cuya adaptación cinematográfica acaba de finalizar, con Michael Douglas como productor; y para el segundo semestre de 2017 está prevista la publicación de «Deja que te cuente», un volumen de cuentos y escritos inéditos. Además, Valeria Bergalli, editora de Minúscula, responsable de la recuperación de la escritora estadounidense en España, confirma a ABC que otras dos novelas de Jackson («Hangsaman» y «The Sundial», inéditas en nuestro país) están en camino.
De todo ello, en parte, es responsable Laurence Jackson Hyman, hijo mayor de la autora y albacea de su legado. Desde su casa de Los Ángeles, habla en exclusiva con ABC, manifestando su satisfacción porque «lectores de todas partes están descubriendo su obra por primera vez». «Trabajar con sus manuscritos originales ha sido muy estimulante. He vuelto a apreciar su dominio, palabra por palabra, línea a línea, historia tras historia, y no fue fácil hacer el más mínimo cambio», confiesa, para después reconocer que «durante años el trabajo de mi madre no fue tomado tan en serio como el de sus contemporáneos por el hecho de ser mujer».
Menosprecio
La intelectualidad de la época la menospreciaba por las piezas que escribía para revistas femeninas como «Good Housekeeping», «Mademoiselle», «Woman’s Day» o «Woman’s Home Companion». Se trataba, en realidad, de autorretratos cómicos que Jackson pergeñaba, en parte por diversión y en parte para mantener a su familia. «A muchos críticos les costaba imaginar que “La lotería” y “Aquí estoy, lavando platos de nuevo” pudieran haber salido de la misma máquina de escribir Royal. Aunque era muy popular en bastantes géneros, la confusión pudo costarle algunos votos y críticas serias. Lo cierto es que era una escritora profesional, que se sentía cómoda en diferentes voces literarias y estaba orgullosa de ello», argumenta su hijo.
Casada con Stanley Edgar Hyman, profesor de inglés y crítico literario, en apariencia Shirley Jackson era un ama de casa modélica, que escribía en los ratos libres que le permitía el cuidado de sus cuatro niños. De hecho, la historia de «La lotería» se le ocurrió mientras hacía la compra, con su hija Joanne, de dos años, en brazos. Llegó a casa, colocó todo (niña incluida) y se puso a escribir. Cuando ingresó en el hospital para dar a luz a su tercer hijo, pocos meses después de que el cuento apareciera en «The New Yorker», le preguntaron su ocupación. «Escritora», respondió. «Pondré simplemente ama de casa», dijo la recepcionista.
Depresión y agorafobia
Según revela su más reciente biografía, «Shirley Jackson: A Rather Haunted Life», escrita por Ruth Franklin y publicada el año pasado, la autora sufría, desde niña, depresión, ansiedad y agorafobia. De hecho, en los últimos meses de su vida fue incapaz de salir de su habitación. Murió en 1965, a los 49 años, mientras dormía una siesta, víctima de un ataque al corazón. En el posfacio de «Siempre hemos vivido en el castillo», su gran obra, aparecida tres años antes de su fallecimiento, Joyce Carol Oates escribe que fue «a causa de la adicción a las anfetaminas, el alcoholismo y la obesidad mórbida» y recuerda cómo Jackson declaraba abiertamente que no creía que llegara a cumplir los 50.
«Cuando murió, estaba trabajando en dos novelas, una de las cuales fue publicada inacabada. Su muerte, totalmente inesperada, fue un shock para la familia. Mi madre y yo siempre tuvimos una gran relación, incluso cuando me hice adulto. Era divertida y estaba llena de vida. Solía usarme como personaje y me dio grandes líneas. No me importaba y sentía que era muy justa conmigo, incluso cuando escribía sobre alguna calamidad que acababa de hacer», recuerda su hijo.
No es extraño que en una de sus conferencias, recogidas en sus «Cuentos escogidos» (Minúscula, 2015), escribiera: «No se desaprovecha nada; cualquier experiencia sirve para algo». Cuesta, sin embargo, imaginar cómo, en la aparente jovialidad de la vida doméstica, fue capaz de crear un personaje, tan aterrador y enigmático, como la joven Merricat, protagonista de «Siempre hemos vivido en el castillo». «Les pondré veneno en la comida y observaré cómo mueren», asegura el personaje, y tú no puedes dejar de pensar en la cocina de Jackson en su casa de North Bennington (Vermont). Fantasías que, por infantiles, no dejan de ser inquietantes y sádicas, reflejos de un mundo interior que hallaba refugio en la ficción.
Sátira social
Con ecos de Poe, Sinclair Lewis o Mencken, a través de su obra Shirley Jackson fue, igualmente, capaz de realizar una sátira social que en Estados Unidos hoy se antoja más necesaria que nunca. «Es aterradoramente relevante, lo cual es escalofriante. Las historias que escribió entre los años 40 y 60 reflejan, magistralmente, los mismos miedos y temores que nos acucian estos días. Nos mostró el lado oscuro y feo de la vida, recordándonos que “la posibilidad del diablo” está siempre acechante en un día hermoso, mientras los pájaros cantan. Escribió en un estilo disperso, constante y atemporal, que se lee muy bien hoy en día», remata Laurence Jackson Hyman. La prueba evidente es que está de vuelta en librerías.
«Después de largas discusiones –afirman Laurence Jackson Hyman y Sarah Hyman DeWitt en el posfacio– hemos titulado este libro Deja que te cuente, por el único trabajo inconcluso que escogimos. Decidimos incluirlo porque creemos que el personaje creado por Shirley es memorable, casi una Merricat temprana, la narradora poco fiable, con una voz única, de Siempre hemos vivido en el castillo. Creemos que el título del libro abarca todo el material que contiene, y suena casi como si Shirley se inclinara sobre el lector para hacerle una confidencia en un restaurante y le hablara en susurros por encima del cóctel de gambas. Shirley dijo en repetidas ocasiones que, cuando escribía, pretendía que el lector completara la experiencia de hacer ficción; suponía un cierto grado de conocimiento por parte de su lector, o al menos la capacidad de prestar atención, porque consideraba que el escritor y el lector formaban una sociedad. Con gran dedicación y energía, perfeccionó su talento en una gran variedad de estilos, con personajes y tramas atemporales, que han quedado grabados en el recuerdo de mucha gente. Esperamos que esta recopilación sea del agrado de sus muchos admiradores y de sus nuevos lectores en todo el mundo.»