Pasión bucal, preámbulo erótico
ANTONIO MORENO AYORA.
No hay título más sugerente ni más indicativo de una realidad que este que Isabel Alamar ha elegido para su poemario A la intemperie de tu boca (Playa de Ákaba, Madrid, 2018). Es evidente que al unir en un mismo sintagma “intemperie” y “tu boca” se crea un simbolismo no precisamente meteorológico sino de una calidez sensual unívoca en la que se potencia el clima de desamparo y desprotección total frente a cuanto representa la boca como entidad amorosa. Y es que justamente en ese ámbito de lo amoroso es donde se sitúa un poemario en cuyo quinto verso ya se anuncia –y se repite varias veces– un mensaje inconfundible y a partir de aquí inalterado: “te busco, te deseo”. Evocar, pocos versos después, el momento “en que nuestras pieles / se tornan halógenas / bajo el cielo”, es crear una insinuante ambientación sensual que va a explosionar con muy diferentes manifestaciones en la sección –principal de todo el libro– “Contexto labial”, integrada en una primera tanda por diecisiete poemas cuyos títulos ya pronostican que nos vamos a mover por el tan tórrido territorio de los besos y al albur de unas sensaciones que acaban en vivencias enfebrecidas y en horas de cálida emoción, pues no en vano uno de esos títulos habla de “El incendio de tu boca” y contiene, entre otras, la apreciación de que “No hay ningún cortafuegos / capaz de contener el incendio / atlántico de nuestros labios”.
Por esa primera sección las sílabas se anudan con fluidez en versos muchas veces de cómputo extenso e impregnados, además, de una irresistible quemazón emotiva gracias a la cual los vocablos del campo semántico del ‘fuego’ se suceden para ensalzar escenas en que se resalta “mi saliva abrasiva”, o “sueños hechos de pólvora”, o “del ardoroso magma”, o “fluidos incandescentes”. Es a este campo semántico al que se suma también el de los ‘sabores’, como corresponde a una expresividad en que se realza lo dulce (“versos de almíbar”, “me deshago en miel”) a la vez que su referencia contraria (“salitre de tu boca”), comprendiéndose pues que la antítesis es un recurso de uso constante en este “contexto labial” heredado de la más pura tradición amorosa del clasicismo literario, y así registramos, por ejemplo, “con su mandato de lava y su lento y estremecido rocío”, o “violenta de nácar, suave de ámbar”. A pesar de que los poemas son breves (puede bastar con cinco versos, como en “Aquí estoy”), adquieren una emoción desbordada y una situación en que el mencionado deseo puede reconcentrarse en el espacio de la boca (“Estoy marcada por el ritmo de tu boca”) o extenderse en una geografía amplia que abarca toda la piel: véase, como ejemplo, “en este Al Andalus de nuestra piel”.
Lo cierto es que la protagonista de la experiencia amorosa (una mujer, sin duda, tal como atestiguan los morfemas de femenino de un caso como “Estoy marcada por el ritmo”) no cesa de relatarla con una sencillez apabullante que no menoscaba, sino que encumbra, los álgidos momentos de pasión que igual pueden exponerse razonadamente (“porque si me deshago en miel y en mil / orquídeas salvajes, es por ti, amor”) que constatarse para un futuro de esperanzados latidos (“Si es necesario / en la cúspide de un membrillo, / dibujaré mil atardeceres rosas”).
Esa aludida sencillez no impide que los versos se inserten a veces en una intertextualidad de altura lírica reconocible, como ocurre en esta pareja “Humedades de luz me dan / y oscuridades de sal me quitan”, cuya estructura se sostiene en el tándem hernandiano “Soledades me quita, / cárcel me arranca”. Por lo demás, la tensión pasional se mantiene no solo por la entidad propia de los significados sino igualmente gracias a recursos como la exclamación (“Qué dulce presión palpitante producen / tus labios pegados a los míos”), la hipérbole (“Ahora que mi deseo / es un escándalo de luz”) o incluso la recurrencia a terminología gramatical (“pese a que me duelas silábicamente / a veces en toda la oración”).
Una buena parte, tantos como otros diecisiete poemas que dan lugar a otra segunda tanda, extienden el frenesí de los labios a ámbitos sensitivos menos concretos y más diversos por lo que respecta a la experiencia del deseo –así se titula el primero, “El deseo”–, que se va intensificando en los sucesivos títulos (“En la hora de los cuerpos”, “A mordiscos”, “Amándonos”…) para alcanzar las cimas del placer desde un punto inicial en que se dice que “…mi pasión es ya llama viva” hasta otros en que el amor es necesidad, éxtasis, exploración temblorosa, y en muchos sin duda erotismo desinhibido, por el cual lo mismo cabe “acrecentar cada vez más la voz de mi sexo”, que oír esa voz con una incontenible obnubilación y temblor: “Y mi sexo es un acuífero bosque. / Avanzo desbordada, adentrándome bien en el vértigo”. Por estos poemas, el incendio de los labios se ha propagado ya al resto de todo el cuerpo y por esto mismo lo que empieza siendo “esta pura dicha que tu boca intercambia con la mía” se aclimata en una enardecida emoción en la que el mismo lenguaje, aunque inefable, logra metaforizar la completa entrega y el más inasible y vibrante placer: “Y en esta nueva cueva que habito, / además del silencio, hay una grieta / y en la grieta un pliegue rugoso, / y en el pliegue una descarga”.
Léase con atención, para entender este limbo de sensaciones y de goce derramado, poemas como “De erótica”, “A las ocho te espero”, ese en que la boca se apresta a decir “sí a la llamarada y al crisol de tu sangre / latiendo con fuerza dentro de la mía”, o el extenso y ágil, enhebrado con términos gramaticales y atmosféricos, “Brevedades”, con el que concluye esta contundente sección.
La próxima “Luz ovárica” es la que cierra el libro, compuesta de otros cuatro poemas en donde la protagonista aspira a definirse como ser que comparte y endulza la vida, que la vive deseando culminarla a través de “muchas dosis de vértigo” y, en última instancia, sentirse tan íntimamente compensada que pueda reconocerse como una colmada feminidad entendible como “Luz ovárica”.
Con este poemario, de enfoque tan particular y de estilo sorprendente en todos sus versos, Isabel Alamar ha continuado su quehacer lírico iniciado en 2017 con el título Cantos al camino. Autora incluida en varias antologías –la más cercana la de 2013 Un viejo estanque–, es así mismo su nombre uno de los seleccionados en el reciente volumen Mediterráneas. Antología de poesía de escritoras del Mediterráneo (Lastura, 2018), en donde, entre otras observaciones, se la comenta explicando que sus versos, “en ocasiones, condensan un erotismo no exento de reflexión sobre la existencia y sobre el ser mujer”. Baste con cuanto hemos dicho para adentrarnos al menos en la lectura de A la intemperie de tu boca, libro que además dispone de un breve pero esclarecedor prólogo de nuestro admirado Alfonso López Gradolí.