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Indigno de ser humano

CÉSAR ALEN.

Esta frase lacónica, decidida, expeditiva da título al libro del escritor japonés Osamu Dazai. En realidad, su verdadero nombre era Tsushima Shuji. Nacido en 1909 en Kanagi y fallecido en 1948. A pesar de su etiqueta de maldito fue un escritor muy apreciado por la sociedad japonesa. De claro sesgo existencialista. La obra de Dazai se compone de tres cuadernos, en los que se adivinan partes autobiográficas, desgarradores hechos personales que marcan un enfoque vital, una manera peculiar de ver el mundo. Ingenua, a veces, y casi siempre tragicómica.

He observado que el suicidio es un tema recurrente en la cultura japonesa, se remonta a su concepción belicista de la sociedad, así como un exacerbado sentido del honor. Y como no podía ser de otra manera el suicidio subyace en todo el libro, incluso más que eso, podría aseverarse que es un personaje más, con peso argumentativo, con decisiva influencia en el desarrollo del texto.

Es como un alivio, un subterfugio, una escapada de los problemas. Cuando algo no va como quiere el protagonista Yozo (alter ego del autor), siempre queda la salida de la muerte, quitarse del medio. Es como si un cansancio vital hiciera mella en él, un hastío innato, clarividente, mnemotécnico. Siempre está ahí, cerca, a mano, como un recurso ante el sufrimiento insoportable, ante la vida inviable, ante el desamor, el desaliento, la debilidad. Y justo, ante esa debilidad ese último acto se convierte en un resorte salvífico, redentor. El juego está en esa contradicción entre la debilidad ante la vida, y la valentía de sacarte de en medio.

Osamu Dazai huye de esas referencias ancestrales e identitarias para colocarse en una equidistancia cultural muy cómoda. Nada importa, nada tiene verdadera importancia. La vida es dolorosa, patética, solo el humor absurdo y su incesante ironía son capaces de combatir ese escenario demoledor. Lo ingenioso de la trama, es que bajo esa premisa de la futilidad se teje todo un entramado argumental que da solidez a la obra. Es ahí donde se abre el sentido del existencialismo como filosofía.

La vida es incomprensible, las relaciones humanas difíciles, el destino queda difuminado en unas tradiciones a las que se siente ajeno. Pero el existencialista encuentra los suficientes y necesarios vericuetos prácticos y hedonistas para disfrutar de la vida, para sacarle partido, para exprimirla, aunque sea a costa de la autodestrucción (alcohol, drogas, sexo), es decir vivir para el placer o no vivir en absoluto. El arte también tiene un lugar entre sus prioridades (el mismo Nietzsche y Schopenhauer pensaban que el arte sublimaba al hombre, daba sentido a su existencia). Dibuja caricaturas para una revista de escasa tirada para sobrevivir. Estudia filología francesa y aprueba sin casi asistir a clase. Nada le llena. Teme al ser humano. Bebe. Bebe mucho sake. Se acuesta con mujeres. Vive de ellas. Existe.

El autor utiliza frases cortas, apenas alguna subordinada. La sintaxis es limpia, acertada, por otro lado, muy del gusto japonés.

Prevalece la historia, el lenguaje es tan diáfano que parece desaparecer en cuanto cumple su función. Pero es lo suficientemente descriptivo para mostrarnos con claridad a los caracteres. La primera persona da una alta dosis de verosimilitud. Y En efecto en la novela se encuentran muchos elementos autobiográficos. En sus apenas ciento veinte páginas encontramos un mundo prolijo de sentimientos extremos, de vivencias al límite. Un enfoque del mundo marginal, de las viejas tabernas en barrios pobres. Habitaciones exiguas en casas depauperadas. La mujer japonesa mostrada como un ser paciente, pasivo, con un cierto enfoque misógino.

En definitiva, lo que a mi entender puede parecer la exposición de un planteamiento derrotista, desesperado o negativo, se acaba convirtiendo en una actitud radical, un verdadero acto de resiliencia que no todo el mundo estaría dispuesto a soportar.

Tsushima, a pesar de su facilidad para los estudios, no llegó a graduarse. De todas formas, su interés por la literatura lo llevó a convertirse en un hombre culto que leía a muchos autores europeos. Aspecto que daba cierta distinción intelectual. Algunos críticos ven evidentes influencias de Dostoyevski, aunque nuestro autor nunca lo confesaría. Lo cierto, es que su obra, especialmente el libro que nos ocupa no dejó indiferente a la sociedad nipona de posguerra, y a su vez, influyó en escritores tan relevantes como el propio Mishima. Él mismo se convirtió en un personaje, una figura mítica y maldita de la literatura japonesa. Su vida estuvo llena de avatares novelescos. Su romance con una geisha fue sonado, y a raíz de esta relación su padre le desheredó. Sufrió una apendicitis que le llevó a consumir morfina hasta el punto de hacerse adicto. Luego tuberculosis (nada raro en aquella época). Para desintoxicarse de la morfina ingresó en un hospital psiquiátrico. Sin contar su afición al alcohol. Además de Indigno de ser humano, escribió El ocaso (otro gran éxito), Colegiala, Ocho escenas de Tokio, Cuentos de cabecera o Recuerdos.

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