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Crónica de la 20ª edición del Festival de Cine Alemán

 
Por Juan Manuel Moratinos.
Quizás porque el 20 es un número lo bastante redondo como para ser digno de conmemoración del evento que lo cumpla, la vigésima edición del Festival de Cine Alemán celebrado entre los pasados 12 y 17 de junio en el cine Palacio de la Prensa de Madrid ha sido un tanto especial. Y no sólo por la fiesta que en medio de la semana brindó la organización a cineastas y periodistas en la Sala Equis, sino especialmente por el notable nivel de las películas exhibidas en esta edición.
Tres largometrajes de un total de los doce filmes exhibidos merecieron pase de prensa previo como anticipo también de su estreno inminente en nuestro país. Y sin duda estas tres cintas formaron parte de lo más lustroso del festival:
Abrió el certamen En tránsito (Transit), de Christian Petzold (Something to Remind Me, Barbara, Phoenix…), un trepidante relato sobre los refugiados de la Francia ocupada con una peculiaridad muy especial: si bien se nos cuenta la huida de un judío alemán que, suplantando la identidad de un escritor muerto alcanza con su visado el puerto de Marsella intentando embarcarse hacia México, desde el principio advertimos cómo la ambientación en todo momento (las calles, los coches las vestimentas…) son sorprendentemente actuales. Eso, unido al hecho de que no se muestra nunca al ejército invasor (sólo oímos que cada vez están más cerca de Marsella), produce una asfixiante sensación que crece con cada una de las subtramas y arroja el subliminal mensaje de que la historia puede repetirse hoy de nuevo, ya que no hay tanta diferencia entre los refugiados de entonces y los de ahora.
Filmada en blanco y negro, y esta vez sí con el inequívoco escenario de la II Guerra Mundial, El capitán (Der Hauptmann), de Robert Schwentke, nos cuenta la historia real de la huida de un soldado alemán en abril de 1945 en el noroeste de Alemania quien, tras encontrarse un uniforme de capitán abandonado, no duda en usarlo como último recurso para sobrevivir y comandar una brigada especial que finge provenir por orden directa del propio Hitler contra los desertores (cuando en realidad él es uno de ellos). A la barbarie consustancial del régimen nazi se le suma la desesperación de un ejército en retirada y a la desbandada, incapaz de asumir su irremisible derrota y trágico destino. Con estos ingredientes el resultado al que asistimos es un auténtico desfile de monstruosidades a cargo de unos seres deshumanizados hasta los límites de un paroxismo atroz. Cabe destacar que esta película ha resultado ser la ganadora del Premio del Público del Festival.
Cuatro manos (Die Vierhändige), de Oliver Kienle, es un thriller psicológico de una crudeza e intensidad tales que oscila enigmáticamente entre el hiperrealismo más exaltado y un aparente surrealismo que es más el producto de las pesadillas de sus atormentadas protagonistas. Mientras dos niñas hermanas están tocando el piano a dúo (de ahí el título del film), presencian el asesinato de sus padres en su propia casa a cargo de dos asaltantes. A partir de ahí se desata una historia de venganza, especialmente por parte de una de las hermanas, que no decrece veinte años después. Y es que los estragos por el trauma que arrastran desde aquel día son de tal magnitud que esa venganza se acaba convirtiendo en un tortuoso viaje a los infiernos en el que las disputas entre ambas hermanas se nos muestran tanto desde lo más visceral de sus quebradas mentes como desde el devastador efecto que sus conductas ejercen sobre otras personas. Una excelente película, espléndidamente rodada, que trasluce un guion sabia y trabajosamente elaborado. Y un género bastante inusual en el cine alemán actual que nos remite al mejor Aronofsky o a Brian de Palma, incluso con ecos polanskianos.
Del resto de las películas cabe destacar:
La revolución silenciosa (Das schweigende Klassenzimmer), de Lars Kraume, describe la reacción de los alumnos de un instituto en la antigua RDA (Alemania Oriental) tras enterarse de la invasión de Hungría por parte de las tropas soviéticas en 1956. Un minuto de silencio guardado ante sus extrañados profesores en apoyo al pueblo húngaro será el arranque de una historia de solidaridad, compañerismo (también de deserciones) entre unos jóvenes dispuestos a reivindicar la libertad en medio de un ambiente opresor, a pesar incluso de las graves repercusiones familiares que ello conlleva.
303, de Hans Weingartner (Los educadores), es una tierna road movie de suaves tintes melodrámaticos. Dos jóvenes alemanes se conocen en la carretera al poco de iniciar un viaje hacia el sur de Europa (él hacia el norte de España para conocer a su padre auténtico y ella hacia Portugal para reunirse con su novio). Durante el viaje, y básicamente a través de sus conversaciones (densas pero cargadas de autenticidad) vamos descubriendo sus mentalidades, inquietudes y miedos, todo ello aderezado por la belleza de los paisajes que atraviesan. A pesar de la linealidad, previsibilidad y la larga duración de la cinta el ritmo y el interés no decaen en ningún momento, y en esto radica el gran acierto de esta película, fruto sin duda de un guión trazado con admirable pulso narrativo.
Las tres cimas (Drei Zinnen), de Jan Zabeil, es un drama familiar que sitúa a una joven pareja y al hijo de ella durante unas vacaciones en un refugio de montaña. Aparte de que el niño sabe que el hombre no es su padre se suma el cariño que éste siente por él, que va más allá de lo que la mujer incluso puede soportar. La tensión se acentúa por las continuas llamadas del padre auténtico a la mujer y a su propio hijo. Lo que en un principio se palpa como una turbia situación más o menos llevadera explota al final durante una excursión del hombre con el niño hacia las Tres Cimas, cumbres montanas que parangonan el título del film y simbolizan la presencia en el lugar de sus tres protagonistas.
Timm Thaler o el niño que vendió su sonrisa (Timm Thaler oder das verkaufte Lachen) nos adentra a un original cuento, en el que un niño es chantajeado por un diablo que le hurta su sonrisa a cambio de concederle extraordinarios poderes adivinatorios. Se trata de algo más que una película infantil de género fantástico, la cual, aun bordeando la estética Disney, soslaya con acierto su rancia y manida moralina y lleva el mensaje a un relato más propio del universo Dickens. Si a ello sumamos su potente colorismo visual y una narración muy afín a Tim Burton, el resultado es un film entrañable y original tan recomendable para pequeños como para mayores.
También cabe destacar en la edición de este año del festival la restauración (digitalización) de un clásico del cine mudo alemán como Espías (Spione) del gran Fritz Lang. El acompañamiento musical durante la proyección consistió en una audaz y convincente apuesta de música electrónica con elementos del jazz a cargo del teclista y compositor Matthias Hirth.
En definitiva, una más que interesante y atractiva edición del 20º Festival de Cine Alemán, de la que cabe esperar el estreno en nuestro país de cada una de las películas con distribución antes mencionadas (En tránsito ya fue estrenada) y la posibilidad de que alguna de las otras cintas se terminen por proyectar igualmente en nuestros cines a no mucho tardar.

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