Hadjí Murat
HADJÍ MURAT
No seguir un orden en las lecturas y encima no sistematizar de algún modo la distribución de los libros por la casa tiene graves inconvenientes, como bien comprueba uno cada vez que necesita localizar algún libro al que haya perdido de vista hace tiempo. Pero tiene al menos una ventaja: de cuando en cuando pueden aparecer inopinadamente joyas de las que casi ni se tenía noticia de poseer. Tal es lo que acaba de pasarme con este Hadjí Murat, tan olvidado que, para mí, incluso es un Tolstoi inédito. Y que ha resultado ser una joya.
Es un relato de aventuras como los de antes, repleto de cabalgadas, tiroteos, amistad, peligros, lances de honor y sucesos crueles, todo ello inmerso en la naturaleza exótica y salvaje del Cáucaso, poblado entonces (la acción se sitúa en torno a 1850) como ahora por pueblos ferozmente independientes, gobernados por tiranos inmisericordes y gentes sencillas que tan sólo aspiran a vivir en paz. Pero qué va.
Al lector le resulta facilísimo ponerse de parte del héroe, Hadjí Murat, un caudillo checheno enfrentado a un destino trágico: es enemigo mortal de los invasores rusos a los que odia profundamente y combate con una ferocidad que ha hecho de él un guerrero legendario incluso entre sus enemigos. Y sin embargo debe entregarse a éstos y buscar su amparo porque está enfrentado a otro jefe checheno más poderoso, Shamil, quien no sólo planea darle muerte sino que tiene como rehén a toda la familia Murat (madre, dos esposas y seis hijos). La única esperanza del valiente pero acorralado caudillo es que sus otrora enemigos y ahora “aliados” le presten tropas con las que atacar a Shamil, liberar a su familia y, de paso, poner Chechenia a los pies del despótico zar Nicolás I. Vaya papelón.
Aparte de que el relato de la peripecia final del fiero rebelde resulta apasionante (y a fin de cuentas tratándose de una novela es lo único que importa) Hadjí Murat ofrece numerosos aspectos que la hacen interesante para los lectores actuales. Una de las cosas que primero llaman la atención es el hecho de que un autor profundamente ruso, hasta el extremo de que muchos consideran a Tolstoi uno de los constructores de la Rusia actual, trate con no disimulada simpatía la situación del pueblo checheno, solidarizándose con los sufrimientos provocados por las tropas rusas y destacando las virtudes de los personajes de esa etnia, encarnados fundamentalmente en la figura del propio Murat. Y sorprende asimismo el rigor con el que trata el autor a sus compatriotas, empezando por el propio Nicolás I, un anciano déspota al que destruye en las pocas líneas que se tarda en describir cómo el viejo impotente se acuesta con una jovencita y queda tan insatisfecho que para aquietar su espíritu debe entregarse al único consuelo que le queda: recordarse su propia grandeza. Salvo que ni eso le concede Tolstoi, porque justo al día siguiente lo muestra dando prueba de sus dotes de estratega al ordenar un incremento de sus tropas en Chechenia con orden de destruir las aldeas, quemar los graneros y talar los bosques, todo ello con vistas a demostrar a tan díscolos vasallos lo que ocurría a quienes se oponían a los designios rusos. En aquella época, Grozni era la base militar de las tropas cosacas que el imperio zarista utilizaba como fuerzas represoras. Mientras vaya pasando páginas, el lector actual recordará sin duda las imágenes desgarradoras que en la década de 1990 (es decir, casi 150 años después) los medios de comunicación de todo el mundo difundían de esa misma capital chechena sistemáticamente reducida a escombros por unas tropas rusas dedicadas todavía a demostrar qué les ocurre a quienes se oponen a los designios de Moscú. Y que Chechenia sea un mar de petróleo no es la excusa para justificar el reciente arrasamiento de una ciudad y el acoso a sus habitantes porque en tiempos de Hadjí Murat el petróleo era más una molestia que un tesoro fabuloso. La razón última del empecinamiento en poseer ese espacio ingobernable que se abre entre el Mar Negro y el Caspio parece caer más bien del lado que apuntaba George Steiner, según el cual el Cáucaso forma parte ancestral del imaginario ruso hasta el extremo de que juega un papel muy similar al que a mediados del siglo XIX jugaba la Frontera para Norteamérica y sus pioneros. Tolstoi además conocía muy bien la zona por haber participado (desde lejos, la verdad sea dicha) en la guerra contra Turquía y se nota no sólo en las magníficas descripciones de paisajes sino también en el trazado de los personajes, ya sean rusos o chechenos, con sus respectivas vestimentas e idiosincrasias. Al hablar de Hadjí Murat el crítico Harold Bloom citaba de continuo como referencia a Shakespeare. Nada menos.
“En los últimos meses de su vida, había comenzado a estudiar chino, prueba irrefutable de la juventud de su espíritu y de esos momentos de locura que jalonaron siempre su genialidad.” MARIO VARGAS LLOSA
“Tolstói ha mirado con sus sentidos durante toda su vida y luego ha plasmado lo que ha visto: no conoce el ensueño sino la realidad.” STEFAN SWEIG
Excelente articulo