Por Jaime Fa de Lucas.
Sin rodeos: Hereditary es un fiasco. Una de las mayores decepciones que me he llevado en los últimos años, quizá por las expectativas generadas por la crítica. Por eso la decepción es doble: en lo referente a lo cinematográfico y a la crítica que presumen ejercer los medios más conocidos de Estados Unidos y España y que a partir de ahora debería escribirse entre comillas, «crítica», si bien yo optaría por darle otro nombre: «impulso mercadotécnico disfrazado de análisis crítico imparcial». No me puedo creer que personas que se dedican a valorar películas –y han visto cientos de ellas– sean incapaces de detectar las abominables incongruencias en las que cae la película en su último tramo.
No se puede negar que Ari Aster acierta en varios aspectos. El inicio es bueno, generando suspense con un aire a David Lynch –especialmente el detalle de las hormigas– y con algunos destellos visuales interesantes. Las actuaciones de los miembros de la familia son de gran nivel y la fotografía de Pawel Pogorzelski está muy cuidada –estos dos aspectos son los que más destacan–. No cabe duda de que es una película muy precisa a nivel audiovisual, pero…
Los problemas de Hereditary están en el guion –aviso de spoilers–. La película empieza a hundirse tras la decapitación de la hija. La muerte de la niña aporta un giro inesperado, pero el desarrollo posterior es nefasto, ya que, en un intento por ser original y no repetir la fórmula de «el espíritu de la muerta que aparece para vengarse», Ari Aster decide superponer diferentes elementos típicos de las películas de terror: espiritismo, sonambulismo, pesadillas, lazos familiares oscuros, problemas psicológicos de los protagonistas, etc. Esta acumulación de elementos, puesto que no construye un tejido intelectual consistente, la vuelve confusa, haciendo evidente el descontrol narrativo que sufre Aster y generando un desequilibrio demasiado marcado entre el batiburrillo que presenta la historia y la precisión de la banda sonora y la fotografía.
Otro problema fatal es que, más allá de alguna escena aislada, no da ningún miedo, de hecho funciona mejor como drama con cierta intriga que como película de terror. Creo que la culpa de esto es que Ari Aster tampoco controla el tono. Introduce elementos cómicos de forma torpe, en momentos en los que no encajan, rompiendo así la atmósfera amenazante que en ciertos momentos sí consigue. Básicamente lo que sucede es que Aster lleva simultáneamente al espectador en direcciones opuestas –un claro ejemplo de un director que no sabe cómo guiar al espectador, cómo hacerle sentir exactamente lo que él quiere–. Esto provoca que haya momentos en los que no sabes si asustarte o reírte, algo que a su vez debilita la sensación de terror a la que aspira el conjunto.
La guinda a este pastel difuso la ponen los sucesos sin fundamentar que abundan en la parte final. La madre de repente vuela y se apuñala a sí misma… El padre muere quemado, pero no sabemos si es por un hechizo relacionado con el cuaderno de la hija o porque la madre está loca y lo ha quemado ella… Aparecen individuos extraños, desnudos, que se unen a la fiesta… Tampoco queda claro por qué la niña decide manifestarse… Ni siquiera el simbolismo de las miniaturas está bien expresado… Ni el título, «Hereditary», que hace alusión a algo «hereditario»… Un desastre.
Observaciones:
– La niña sabe que puede ponerse enferma si come nueces y se come un trozo de tarta sin preguntar. Y claro, no lleva el inhalador que le cura, ni la madre se preocupa de que lo lleve. Luego el chaval decapita a su hermana y ni se inmuta.
– Me parece bastante cutre que se utilice el sonido –el «clo clo» de la niña– como elemento fácilmente recordable, como si se tratara del estribillo de una canción pop, con fines comerciales. Algo que seguramente venga de los aplausos de Expediente Warren: The Conjuring, una película muy superior en la que este elemento sí que era verdaderamente terrorífico.
– La escena del chaval siendo coronado en la buhardilla, aparte de que no tiene ningún sentido, intenta dar peso al relato añadiendo una capa de simbolismo religioso y mitológico que en realidad está vacío.