La necesidad de la ficción
Los cuentos que nos leen en la cama para quedarnos dormidos entre las nubes de un mundo imaginario.
Las historias que leemos por nuestra cuenta sentados en la alfombra de nuestro cuarto o las que nos inventamos jugando cuando somos pequeños, llenas de fortalezas invisibles, amigos y enemigos ficticios, compañeros de aventuras y quimeras. Historias en las que se viaja sin límites a través del tiempo y el espacio sin tener que salir de los confines del parque ni atravesar la valla del patio del colegio o las paredes pintadas de nuestra habitación.
La inacabable oferta de películas y series que inundan nuestro escaso (y por eso valioso) tiempo libre. Accesibles en todo momento desde alguna pantalla, en cualquiera de sus versiones e infinita gama de tamaños que hoy tenemos disponible: desde la que ocupa toda la pared de la sala de cine a la diminuta del teléfono móvil.
Las tramas que transcurren en el escenario y vivimos al mismo tiempo que los actores. Respirando con ellos realidades hipotéticas, dramas, comedias que en realidad no existen pero que nos invaden y emocionan mientras dura la función.
Todos los libros que leemos.
Y los que escribimos.
Con todas sus historias
La tradición de zambullirse en una atmósfera imaginaria donde las cosas en realidad no ocurren, pero, a la vez, no dejan de pasar, acompaña al hombre desde los inicios del tiempo. Una necesidad de respirar realidades de ficción que (si son de calidad) nos ayudan a crecer y a madurar. A alimentar la imaginación, a reflexionar y aprender, a nutrir y dar rienda suelta al pensamiento. Y en el peor de los casos, si la ficción que consumimos es menor y no es capaz de enseñarnos nada sobre la vida, el amor o la muerte (los temas obligatorios de todas las obras de arte) al menos servirá por un rato para entretenerse y evadirse de una realidad que, a menudo, abruma, atrapa y ahoga.
Pero sea clásica o moderna, desarrollada entre las páginas de un libro, las tablas de un escenario o cualquier método audiovisual, una buena historia de ficción debe trasladarnos a situaciones que nuestra vida diaria y cotidiana no ha puesto (aún) frente a nosotros pero que implican nuevas cuestiones o problemas morales que como espectador, lector o creador debemos solucionar. Debe convocarnos a resolver ecuaciones que van más allá de nuestros juicios, de nuestros estereotipos y nuestro paradigma de pensamiento. A relacionarnos con la realidad desde un lugar muy distinto al que ocupamos cada día y pasearnos por todas sus aristas. A descubrir el otro lado de las cosas, ese en el que nunca hemos reparado, que nos han escondido deliberadamente o que, consciente o inconscientemente no queremos reconocer. A aprender que no existe el blanco ni el negro sino que la vida está teñida de una variada gama de grises; que todos somos un poco héroes y un poco villanos, que a menudo somos a la vez el bienhechor y el malo en el cuento de alguien y que no siempre la Historia, ni Dios ni nuestros padres nos han contado toda la verdad.
De vez en cuando, hay gente a quien se le escucha decir que la vida se pasa sin darse cuenta. Quizá lo digan aquellos que, en realidad, viven sin darse cuenta de descubrir y aprovechar las infinitas posibilidades de vivir realidades que no existen en el inacabable universo de ficción.
Porque mientras vivimos arrastrados por la velocidad y la inercia de las cosas, seguimos necesitando el remanso de islas de ficción para vivir, para conocernos y para poder gestionar la realidad.
Fernando Travesí
Hermoso!!!
Gracias Indhria, un beso!
Una excelente descripción de cómo obra en algunos de nosotros la magia que le ponemos a la realidad en que se vive. Esos textos o imágenes o juegos, nos permiten precisamente como dice el autor del artículo, ” descubrir y aprovechar las infinitas posibilidades de vivir realidades que no existen en el inacabable universo de ficción.”
Muy interesante.
Gracias por su comentario Norma. Me alegra que le gustara la columna. Sí, todo un mundo a explorar en ese otro lado de la realidad que, a menudo, nos engancha e involucra tanto, o más, que este. Un saludo.