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De la sociedad trinitaria medieval y la herencia de clases

Por Tamara Iglesias
“¿La diferencia de clases ha sido siempre una constante social? ¿La pecunia ha inundado la motivación trinitaria de nuestro sistema económico desde el principio? ¿Atendió esta fragmentación ordenada a una propensión personal?” Son algunas de las preguntas que podemos hacernos cuando pensamos en nuestro actual sistema estamental, a menudo considerado erróneamente como reducto del régimen moderno, cuando en realidad la historiografía lo hace sucesor de la política medieval.
Pero situémonos sobre el contexto, querido lector: Para comenzar este viaje por la Historia, nos interesa el periodo conocido como Baja Edad Media (comprendida entre los siglos XIV a XV) y en particular la situación de crisis que vivió la sociedad debido a las deficientes cosechas y a la carestía de alimentos por los conflictos bélicos. Esta situación promovió la migración del campesinado a la ciudades en busca de una mejora en su nivel de vida que se saldaba con tres opciones: hacerse siervo o ayudante de armas (escudero) de algún noble (un puesto que equivalía un mayor crédito que la vida agraria), el tanteo del terreno comercial (la venta de artesanía o incluso el oficio de mercante itinerario por diversas ciudades, tema que puedes conocer más a fondo en este otro artículo) o la seguridad y prestigio que ofrecían los muros de la vida monástica (para saber más de la vida monástica te ofrecemos este otro artículo).
Pero este intento de superar las adversidades y mejorar más allá de la labor de subsistencia, no fue visto por todos con buenos ojos; para la nobleza tal despoblación del rural significó la peligrosa disminución de las rentas (casi hasta la bancarrota), para el clero los atestados beaterios encarnaban una pugna entre los segundones hijos de nobles (que no habían tenido más remedio que enfocarse a la vida eclesiástica) y la plebe, que buscaba ascender a través del estudio y la oración; una competencia acérrima por los altos puestos de la Iglesia que no estaban dispuestos a permitir.

Ilustración miniada en la que podemos ver la estratificación medieval en oratores, bellatores y laboratores

Fue precisamente en esta pugna por la hegemonía que surgió la figura de Adalberón de Laon, artífice de la división trinitaria medieval promotora de la estratificación social moderna y de los rescoldos jerárquicos que aún podemos vislumbrar en nuestra comunidad. Segundo hijo de un miembro de la nobleza (Reginar de Bastogne, conde afincado en Bélgica) y sobrino de Adalberón de Reims (trigésimo noveno arzobispo de Reims), dedicó gran parte de su carrera eclesiástica a la desacreditación de la clase rural que, a su entender, debía tener prohibido cualquier tipo de promoción en los estratos superiores. Para evitar que sus palabras (guiadas por el resentimiento hacia una clase social cuyo progreso había logrado eclipsar su nombramiento como miembro del cabildo de la catedral de Metz) fueran recibidas con animadversión y poco o ningún apoyo, Adalberón otorgó a su aberrante crítica clasificatoria un germen completamente celestial; en su obra “Carmen ad Robertum regem francorum” (publicada en el año 998) dividió a la sociedad en categorías de validez según el supuesto plan del dios cristiano, arguyendo que un intento de abandonar el estrato en el que Dios había impuesto a un hombre, era motivo de castigo divino. “Nuestra sociedad está dividida en tres órdenes: la ley divina reconoce al hombre de Dios, al noble y al siervo, que nunca se regirán por la misma ley. Los hombres de Dios todo lo pueden, a ellos se les concede toda indulgencia, se les regalan todos los dones, pues son la mano del Padre en la tierra. Los nobles son los guerreros, los protectores de las iglesias; defienden a todo el pueblo, a los grandes lo mismo que a los pequeños y al mismo tiempo se protegen a ellos mismos. La otra clase es la de los siervos; esta raza de desgraciados no posee nada sin sufrimiento, sus provisiones y vestidos son suministrados por los nobles y el clero, sin quienes estos desgraciados no pueden valerse. Así pues, la ciudad de Dios, que habéis querido entender como una, en realidad es triple. Unos rezan, otros luchan y otros trabajan. Mientras esta ley divina esté en vigor el mundo estará en paz”, había reflejado Adalberón en su ensayo, y con ello se aseguraba de erradicar cualquier intento de superación en la clase inferior. Relegados a ser simples laboratores (nombre con el que designaba a los campesinos), debían encargarse de la actividad que, según el propio obispo, “resultaba más humillante del género humano y era debida sólo a aquellos siervos desgraciados”: la recolección y producción de alimentos para quienes aseguraban la paz espiritual y militar, así como la sumisión total hacia estas clases superiores. En el segundo peldaño de esta pirámide poblacional, Adalberón situó a los bellatores (la nobleza), caracterizados no sólo por su nivel adquisitivo y sus títulos, si no por ser los defensores de la paz y “la mano militar de Dios” (por lo común más al servicio de los intereses de sus intermediarios terrenales que de la propia deidad).
Y en la cúspide, como era de esperar (y previamente a que llegara a finales del siglo XV el dogma “Rex electi Dei”, “el Rey como elegido de Dios”), situó a los oratores (eclesiásticos), que únicamente podían proceder de familias pudientes que asegurasen la correcta ejecución y comprensión de su misión de predicación y enseñanza de la fe cristiana, así como la adecuada intercesión de los devotos frente a Dios por medio de la misa y el rezo; por ésta “ardua” tarea, la Iglesia debía percibir diezmos, primicias y ofrendas (tierras, animales o productos) que (a modo de donaciones) la convirtieron poco a poco en uno de los mayores sectores capitalistas de la sociedad, mudando la figura del clérigo en la del señor que mantenía un cierto vasallaje. A esta situación de prestigio se sumará su jurisprudencia como consejeros y asesores reales, debida a su valiosa formación cultural que no encontraba competencia en otros sectores.
Ilustración miniada de caballeros pertenecientes a órdenes religioso-militares

Fue tal el prestigio logrado por el obispo de Laon para el germen eclesiástico, que muchos miembros de la clase de los bellatores convinieron una vida a caballo entre el estamento clerical y el nobiliario, convirtiéndose en miembros no levíticos de las Órdenes Religioso-Militares (como los Templarios y los Hospitalarios) que aunaban en su persona el poder de los dos estratos, pudiendo enriquecerse y aumentar su gloria por medio de la participación en las Cruzadas o preconizando los dictámenes del papado en Roma.
En la postrimería de su ensayo, y siendo consciente del peligro que significaba para su estratificación la rama comercial que se había extendido en los últimos siglos como una forma de vida laboral, Adalberón hizo referencia a los artesanos y mercaderes como “lacras sociales”, rufianes y contumaces de las actividades concupiscentes que el dios cristiano desaprobaba. Pero sus palabras, que se habían extendido como la pólvora durante años, no fueron suficientes para evitar que ambos grupos, recogidos en sus viviendas de los burgos (nuevos barrios surgidos junto a fortalezas y ciudades episcopales), lograsen paso a paso y venta a venta, ostentar la gran fuerza económica, cultural y militar que se les había pretendido negar; con la expansión económica de los siglos posteriores la libertad del campesino progresó hasta que el estado de sumisa y esclava servidumbre fue una evocación residual en Occidente, siendo los señores obligados a otorgar la libertad y la autonomía al campesino para estimular la producción, explotar nuevas tierras y mantener sus escasas rentas (en un estado de grave fragilidad por las treguas bélicas de la Edad Moderna, favorecidas por la inclusión de la diplomacia en el juego de la lidia).
El “Carmen ad Robertum regem francorum” había sembrado la semilla de la mayor desigualdad en la sociedad medieval, pero la constancia y pertinencia de la clase desfavorecida permitiría repuntar sus derechos y conformar la nueva burguesía, que por desgracia caería de nuevo en los mismos errores cíclicos y estratigráficos de la Edad Media al olvidar sus inicios y su procedencia humilde; pero esa, querido lector, ya es otra historia.

One thought on “De la sociedad trinitaria medieval y la herencia de clases

  • Solo te ha faltado decir que qué pena que no estuviera Lenin o Marx por ahí que ya vería al cura este.
    Es impresentable comentar un texto histórico con tantos juicios de valor e ironías como la tuya.
    Si no eres capaz de contextualizar ni menos aun de evitar hacer comparaciones con el mundo actual, mejor dedícate a otra cosa.
    Lamentable pero mucho.

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