«Cuando caiga la nieve»: cuatro personajes en busca de sí mismos
Por Horacio Otheguy Riveira
El alma de las cosas y las cosas de la gente entre cenizas y sueños rotos. Pequeñas emociones y de las otras desfilan por un escenario ficticiamente nevado entre desconocidos; se entrecruzan diversos tipos de existencia y les une la búsqueda afanosa de ilusiones que ni siquiera sabía que tenían.
Cuando caiga la noche es la obra teatral de un poeta y el poema de un dramaturgo llevado a cabo por intérpretes carismáticos que saben crear el ambiente propicio para encantarnos en un paisaje desierto donde no son necesarios otros artilugios que su propia humanidad.
Cuando nieva ocurre algo extraño, es como si todos los sonidos disminuyeran. No sé, es un efecto meteorológico raro. Parece que las partículas de nieve atrapan a las partículas de aire que transmiten el sonido. Y eso hace que se genere una sensación de silencio mientras la nieve está cayendo. Me lo dijo una chica con la que me acosté una noche. No me acuerdo qué estudiaba, pero le encantaba seguir la evolución de las borrascas, los huracanes y todo ese tipo de fenómenos meteorológicos. Me lo contó mientras desayunábamos al día siguiente.
Cuando caiga la nieve entrelaza las historias de cuatro personajes solitarios alrededor de una anécdota macabra: el robo de una urna funeraria en una calle cualquiera de la ciudad de Madrid. Evocando pasados, presentes y futuros, brotan «naturalmente» los testimonios de cada uno sobre aquel día en que inesperadamente se extraviaron unas cenizas. La vida y la muerte llegan a escena con la tierna opacidad de un lugar incierto, melancólico, y en él se van desglosando dramas de ausencia y reencuentro, situaciones humorísticas y delicada constancia con la búsqueda de sí mismos.
Dirige con mano musical y coreográfica Julio Provencio, creador del ambiente abstracto con energía poética donde todas las historias se tornan verosímiles y entrañables para que el cuarteto de intérpretes respire al unísono, sin alteraciones ni estridencias, en una armonía de voces solitarias que encuentran en el escenario un lugar donde expresarse libremente, a cara descubierta, con la fuerza del monólogo que busca en el espectador al ser ideal que no le interrumpa, que le deje correr bajo la nieve ficticia de su soledad…
El Hombre sin cabeza de la Plaza de Oriente, el Joven, el Limpiador, la Hija: un cuarteto propio de poetas saltimbanquis, de cómicos de la legua que se encuentran por casualidad y, en medio de una estepa o la plaza mayor de un Madrid desvencijado, se entregan lo mejor que saben y pueden, y resulta que saben y pueden mucho; actores que desde el primer momento atraparon las palabras escritas por Javier Vicedo Alós para despojarse por completo de sus últimos grandes personajes e incorporaran estos nuevos con la certeza de que les estaban esperando, de que fueron soñados y escritos para ellos.
Así se les percibe, escucha y aplaude, con grato recuerdo de sus últimos teatros: Chupi Llorente (Beatriz Galindo en Estocolmo), Fernando Delgado-Hierro (He nacido para verte sonreír), José Luis Alcobendas (El concierto de San Ovidio) y Fabián Augusto Gómez Bohórquez (Moerugomi, Basura para quemar).
Trabajo diez horas frente al Palacio Real todos los días de la semana. Da igual si llueve, si nieva o si hace un calor insoportable. La cosa no está para bromas.
Antes el negocio iba bien, últimamente hay demasiada competencia. Me parece también que los turistas ya están muy acostumbrados a nuestros trucos. Efectos de la globalización.
Antes podían tirarte una moneda de un euro o incluso de dos, ahora te tiran diez céntimos, veinte… Una ilusión óptica. El secreto es sorprender, descolocar al espectador, que no entienda lo que está pasando. Mi cabeza está escondida dentro de un esmoquin blanco. Saliendo del cuello de la camisa hay un alambre muy fino que sostiene un sombrero y unas gafas de sol. De modo que la gente ve a alguien que camina muy elegante con sombrero y con gafas de sol pero sin cabeza. Soy el Hombre Invisible.
Sólo hay que prestar atención al cielo. Enormes bandadas de aves. Cada otoño lo mismo.
Forman grandes uves en el cielo, como si supieran nuestro alfabeto.
Vienen de tierras septentrionales, allí se aparean durante el verano aprovechando que los días son más
largos. La luz hace que puedan buscar más alimento, más alimento hace que puedan tener más crías. ¿Parece
sencillo, no? Cuando vuelve el frío se van hacia el sur, hacia otros rincones del mundo más cálidos. Siguen buscando comida, la comida que la nieve sepulta silenciosamente en el norte.
Siempre están moviéndose. Siempre tienen un viaje pendiente. Es algo genético, está programado, metido
no sé sabe cómo en sus cabezas diminutas. O se mueven o no sobreviven.
¿Y nosotros?, ¿nos pasa lo mismo a nosotros?
Vuelan en uve porque ahorran energía volando juntas, piensan en la eficiencia. Tienen un sentido positivo
de comunidad.
El autor de la obra es Javier Vicedo Alós (Castellón, 1985), autor también de los poemarios Fidelidad de una sombra (Ed. Pre-textos, 2015), Ventanas a ninguna parte (Ed. Pre-textos, 2010) y La última distancia (Ed. Puerta del Mar, 2010). Con sus obras poéticas ha obtenido el Premio de Poesía Joven RNE (2010) y el Premio de Poesía Bancaja de Creación (2007). Como dramaturgo fue merecedor del Premio de Teatro Calderón de la Barca 2014 por su obra Summer evening (Ed. Centro de Documentación Teatral, 2015). Fue residente de la Fundación Antonio Gala para jóvenes artistas. Su obra poética ha sido traducida al italiano y al francés.
Reparto: José Luis Alcobendas, Fernando Delgado-Hierro, Fabián Augusto Gómez Bohórquez y Chupi Llorente
Dirección: Julio Provencio
Texto: Javier Vicedo Alós
Creación sonora: Nacho Bilbao y Diego Merino
Diseño de iluminación: David Benito
Vestuario: Yeray González Ropero
Cartel: M. Milagro Sánchez
Fotografía: Susana Martín
Producción: La Belloch Teatro [Carolina África, Laura Cortón, Almudena Mestre]