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'Memorias del miedo y el pan', de Antonio Rodríguez Almodóvar

RICARDO MARTÍNEZ.

Decía el libro antiguo: ‘dime tu nombre y te poseeré”. Y poseer ha de entenderse en este caso como pertenencia, como participación, como vínculo. Pues bien, he aquí que este libro discursivo, memorialístico, exhaustivo en acontecimientos y nombres, nos acerca a un testimonio verdaderamente humano en la medida en que los nombres, reales y o por apodos, son numerables, las vicisitudes que conforman la trama variadísimos, y es por ello que aleja de sí un mundo posible de ficción (las memorias tienen mucho de ello en ocasiones), para adentrarnos en un terreno cálido, identificativo, real, intensamente vívido: “Era viuda de Luis Tomás Fernández de Córdoba (1813-1873). Anoten también esta relación social, pues no será la única en la proximidad de la familia Massa-Orellana con los Medinaceli, apellido que sustituyó a Fernández de Córdoba en la continuidad de la misma casa nobiliaria. En la dirección del periódico (se refiere a El Universal. Diario político) a Orellana lo sustituyó Carlos Lastra, un primo de mi abuela, que era marqués de Torrenueva, a quien conoceremos también. Como ven, estamos ante lo más granado del hispalensismo, como a mí me gusta llamar a la pasta de intereses combinados de unas cuantas familias de la Sevilla Eterna”.

El libro tiene un ritmo muy dinámico, una elaboración textual muy abierta, participativa respecto al lector; es una crónica en estado puro donde cada lugar está ocupado por un nombre, un acontecimiento, y la realidad real se hace notar como un elemento vital. Incluso cuando ha de hacerse alusión a determinados períodos más sensibles a la memoria, no se escatima claridad y precisión en el sentimiento propio para exponerlo: “El cuarto ingrediente que les anuncié, alimento mental de mi primera infancia, es sin duda el relato secreto de La Guerra, como se la conoce, por antonomasia de todas las demás. Aquel desgarro, aquella feroz carnicería que había tenido lugar poco antes de mi llegada al mundo, seguía siendo un tema prohibido, cuyo estado obligatorio era el silencio. Y un miedo íntimo, medular, que sin embargo propendía al contagio”.

Es, también, una crónica próxima en el tiempo, por lo tanto bien fácil de seguir y, desde luego, un relato lleno de información que avalaría una vez más el fundamento de la literatura como fuente histórica.

El lector, a buen seguro, se sentirá pisando tierra firme, fiable, y aún podrá dar rienda suelta a su imaginación emocional, pues el libro, escrito con pulcro ritmo y riqueza verbal, tiene pasajes de meditada calidad literaria: “Entre la tarde y la noche, contra las otras llamas del crepúsculo, se formaban las comitivas de regreso, siempre en alegre camaradería. Y si volvíamos la cabeza desde algún punto elevado, aún podíamos ver  las últimas hogueras brillando en la creciente oscuridad, como luciérnagas en alguna lejana arboleda del paraíso”.

Leer para conocer, para sentir este ‘fresco de una época y de una vida, y también ofrenda a la memoria de la tierra y de los paisajes, de los hombres y de las mujeres que fueron construyendo   en silencio, los tiempos nuevos … hasta la ansiada llegada de la Democracia’.

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