Rupertine del Fino
Rupertine del Fino
Philipp Mainländer
GUILLERMO ESCOLAR EDITOR
La novela corta Rupertine del Fino, que se presenta traducida por vez primera al español (Guillermo Escolar Editor), fue escrita por el filósofo y literato alemán Philipp Mainländerpoco antes de poner fin a su vida en 1876. Ambientada entre Alemania e Italia, constituye una de las mejores muestras de literatura decadentista de la segunda mitad del siglo XIX, y sus apasionados personajes representan con gran eficacia los dos polos en torno a los cuales gira el pensamiento profundamente pesimista de este destacado seguidor de Schopenhauer: la dionisíaca voluntad de vivir y una resignada renuncia a la vida. Pocas obras consiguen conjugar literatura y filosofía como esta nouvelle, rebosante de sombrío romanticismo, que se publicó por entregas en 1899 en el Allgemeine Zeitung de Múnich, y cuyo contenido anticipa La muerte en Venecia de Thomas Mann, quien pudo leerla cuando residía en la capital bávara, mientras leía a Nietzsche y Schopenhauer y trabajaba en la redacción de Los Buddenbrook.
Philipp Mainländer (seudónimo de Philipp Batz) nace en Offenbach am Main en 1841. Tras recibir impreso el primer volumen de su obra fundamental, la Filosofía de la redención (Philosophie der Erlösung), decide quitarse la vida. Corría la noche del 31 de marzo al 1 de abril de 1876. Tenía treinta y cuatro años. En primera instancia, su hermana Minna (quien también se suicida en 1891) se hizo cargo de su legado manuscrito; ella misma dio a conocer el segundo tomo de la obra magna de Philipp, así como el resto de su producción, en la que se encontró, además de la presente novela (Rupertine del Fino), otras piezas dramáticas y poéticas. Sólo en los últimos años, gracias a la labor de traducción y difusión de investigadores como Manuel Pérez Cornejo y Carlos Javier González Serrano, la herencia intelectual de Mainländer está recibiendo la atención que merece. Sin duda, es Mainländer una figura imprescindible para entender el progreso de la filosofía a lo largo del siglo XIX en Alemania y toda Europa.
De la introducción (Manuel Pérez Cornejo)
Cabría decir que Mainländer anticipó con su vida y obra lo que Thomas Mann, Visconti y Britten se limitan a recrear en el ámbito de la ficción literaria, cinematográfica u operística. Pero todos ellos parecen haber querido mostrarnos que la contraposición entre Apolo y Dionisos es aparente, y que tanto la severa belleza formal como la excitada pasión de vivir no son sino máscaras que ocultan al mismo actor: la voluntad de morir. No queda otra salida ni para Mainländer, ni para von Aschenbach en La muerte en Venecia, ni para nosotros: sólo nos resta rogar a ese Dios que ya no existe que nos conceda, antes de zambullirnos para siempre en el abismo del no-ser, que nos permita contemplar por un instante desde la orilla el beatífico resplandor que arroja la belleza en el momento de extinguirse.
Del epílogo (Carlos Javier González Serrano)
Mainländer lleva a cabo en esta obra uno de los más anhelados (y pedagógicos) proyectos trazados en su monumental Filosofía de la redención: anexar, a través del hilo de una historia (y de una historia, por cierto, muy humana), el desarrollo de su metafísica con el incesante y cambiante fluir de la realidad, es decir, trazar el camino por el que, mediante el seguimiento de los avatares ocurridos a los distintos personajes, podemos llegar a hacernos una idea del verdadero desenvolvimiento del mundo y, llegado el caso, desengañarnos de él. Un propósito que, por ejemplo, comparte con El Criticón de Baltasar Gracián. Pero, más allá del aparataje narrativo, Mainländer presenta en esta novela un conflicto eterno que recuerda mucho a aquel dictumlatino con el que su maestro Arthur Schopenhauer caracterizó a la historia: eadem, sed aliter (lo mismo, pero de otra manera). Y este conflicto consiste en que, a pesar de que los seres humanos se dan de bruces continuamente contra aspiraciones frustradas, deseos imposibles o circunstancias onerosas, por otro lado no dejan de seguir queriendo, de seguir deseando, de permanecer en la trampa que les tiende su voluntad, lo que hace pensar a Mainländer (y también antes a Schopenhauer) que el ser humano nunca escarmienta ni mucho menos aprende.
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