La vida privada de la mujer ateniense en la Época Clásica
Por Kika Sureda Adrover
La vida de los hombres y mujeres atenienses era completamente diferente, vivían de forma separada y la mayor parte de la información que nos ha llegado ha sido por fuentes referidas al hombre y no a la mujer.
Además de la separación física que existía entre ellos también era espacial, en los diferentes ámbitos de la vida social y política. La mujer vivía prácticamente en una reclusión. Mientras los hombres pasaban la mayor parte de su tiempo frecuentando lugares públicos como el gimnasio y la plaza de mercado, las mujeres, se supone que muy respetables, permanecían encerradas en sus casas. Al contrario de lo que podríamos llegar a pensar al admirar los poderosos edificios públicos, los barrios residenciales atenienses eran lugares insalubres, sombríos y miserables.
La opinión pública influía mucho en que la mujer no saliera de su casa además de tener que atender las labores y trabajos para con el hogar. Algunos hogares tenían una esclava, que no liberaba del todo a la mujer de sus ataduras hogareñas y de cumplir con su marido e hijos. Algunas mujeres ricas y acomodadas veían bien que la esclava fuera la encargada de salir a la calle para llevar a cabo los recados. Las que no tenían servicio tenía que salir obligatoriamente, lo cual les proporcionaba un poco de libertad y el placer de poder conversar con otras mujeres a la vez que compartían las labores típicas de ese momento: ir a por agua, lavar la ropa o pedir utensilios prestados.
Las mujeres de todas las clases sociales participaban en festivales y funerales. Sobre todo en los funerales eran fundamentales para el duelo. Una costumbre anclada en la época primitiva. Solón legisló sobre el tema de la mujer y su participación en los funerales, ya que, la participación de éstas había sido solo para familias adineradas, una forma muy banal de exhibir su poder y riqueza. Se estableció que solo las mujeres mayores de sesenta años o con parentesco cercano de hijos o sobrinos podrían entrar en la habitación donde yacía el fallecido y acompañarlo hasta su tumba, solamente detrás de los hombres que presidían la comitiva.
Jantipa, esposa de Sócrates, lo visitó el día que iba a morir y no fue muy bien recibida. Cuando algún hombre era condenado a muerte, se convocaban a hermanas, madres, esposas o cualquier otro familiar femenino para que lo visitara en la prisión. Aún así no era muy aceptado. Otro tema bastante discutido ha sido la asistencia de las mujeres a representaciones dramáticas. Los festivales dramáticos dedicados al culto de Dioniso, eran interpretados por hombres y las mujeres eran entusiastas participantes. Las que no tenían una esclava a su cargo no podían asistir a estos festivales, ya que debían cuidar a sus hijos. Lo curioso es que los antiguos no hablan de estas mujeres, ni si estaban presentes o ausentes, simplemente son invisibles para una sociedad patriarcal.
La separación por sexos se puede comprobar en la arquitectura en la particular separación de alojamientos femeninos y masculinos. Las mujeres vivían en habitaciones apartadas, alejadas de la calle y de las zonas comunes. Y si la casa era de dos plantas, la mujer de la casa y sus esclavas vivían en la parte de arriba. Uno de los motivos era evitar las relaciones sexuales entre esclavos y la inevitable procreación de los mismos, lo cual necesitaba de un permiso de sus amos.
A pesar de la supuestas normas sociales y morales de esta sociedad hay cosas que sorprenden. Andócides, uno de los primeros oradores áticos y miembro de una familia aristocrática ateniense que fue acusado de haber formado parte del grupo que llevó a cabo la mutilación de los Hermas en el año 415 y de profanar los Misterios de Eleusis, cuenta en una de sus obras un infame “ménage a trois” formado por Calias y dos mujeres, su legítima esposa y la madre de ésta, la cual fue su concubina y tuvo un hijo con él.
Otro ejemplo de la violación de las normas es Hipareta, mujer de Alcibiades, la cual abandona su casa para pedir el divorcio. Siguiendo con conductas poco habituales es la de Agarista, mujer de Alcmeónides. Acusó a su marido de celebrar los Misterios en la casa de Carmides. Lo más llamativo es que consiguió declarar que había sido testigo de todo y reconoció a los participantes, algo muy a tener en cuenta debido al poco derecho a opinar que tenía una mujer en esa época.
Las que eran libres estaban recluidas para que no pudieran ser vistas por ningún hombre a excepción de los que formaban parte de la familia. Algún orador se atrevió a manifestar que algunas no merecían ni ser vistas por sus propios familiares. El hecho de que un hombre ajeno a la casa se introdujera en la misma era considerado un acto criminal. Después de hacernos una idea de cómo era la vida de la mujer en esta época no hace falta mucha imaginación para saber como vestían. Las “mujeres respetables” vestían para ocultarse de las miradas de hombres extraños. Un vestido simple, de lana o lino. En cambio las prostitutas vestían con ropas transparentes dejando ver sus encantos a los futuros clientes, de gasa y teñidos de color azafrán. Era usual la depilación del vello púbico, como una señal de distinción social, muy practicado entre las clases sociales altas. Se depilaban el pubis chamuscándolo con una vela o mediante otra técnica depilatoria como los abrasivos: piedra pómez, ceras hechas con sangre de animal, resinas, cenizas y minerales. Las prostitutas solían usar una crema depilatoria llamada “dropax”, una pasta de vinagre y tierra de Chipre. Los cosméticos eran usados tanto por mujeres casadas como por prostitutas. La piel blanca estaba muy cotizada como símbolo de pertenecer a una clase social muy adinerada y sin necesidad de exponerse al sol. El uso de polvos blancos, una sombrilla y el “rouge” para las mejillas, eran los tres elementos con los que salían a la calle. Las mujeres llevaban el pelo suelto con una corona, trenza o redecilla y su esclavas el pelo corto.
Las condiciones físicas de la mujer ateniense no eran las adecuadas, faltas de ejercicio, muchas morían en los partos. Sus ropas se dedicaban a la diosa Artemisa, patrona del ciclo vital femenino. Madres y comadronas eran las encargadas de asistir los partos. Existían algunos médicos varones, aunque algunos textos indican que sus intervenciones no eran muy eficaces. Una vida metida en casa y la edad demasiado temprana no ayudaban a la hora de un parto. La edad más peligrosa estaba entre los dieciséis los veintiséis años. Existía una costumbre espartana de que las muchachas menores de dieciocho años no contrajeran matrimonio, a partir de esa edad estaban en mejores condiciones físicas. Alentaban a las mujeres a realizar ejercicio físico. En la obra de “Lisístrata” se hace alusión a la buena forma de las espartanas.
En Atenas el ejercicio que hacían las mujeres era el movimiento hacia atrás y hacia delante en el telar. Platón también prescribe necesario el ejercicio físico y fecha la edad idónea para la maternidad a los veinte años, y para la paternidad a los treinta. Aristóteles establece que debe ser obligatorio el paseo diario para las mujeres para ir a adorar a las divinidades que propician la viabilidad de los nacimientos sanos. La falta de información sobre la menopausia o la menarquía hacen sospechar que no muchas llegaban a esa edad.
Las mujeres atenienses tenían regulado su comportamiento sexual, la mayoría de estas normas dictadas por Solón, que además era homosexual. Una de estas leyes establece que si la mujer es sorprendida in flagrante delicto su tutor tiene derecho a venderla como esclava. El matrimonio solo era un trámite para obtener hijos. Viendo este contexto es obvio que el adulterio era considerado un delito, en que ambas partes serían castigadas. Se diferenciaba entre adulterio por violación o por seducción. El castigo para el hombre si había cometido violación era mucho menor que si la relación sexual había sido por seducción. No hace falta decir que la mujer tenía muy difícil defenderse en estos casos. Otro hecho llamativo es el establecimiento de la cantidad de relaciones sexuales que debía mantener un matrimonio sin hijos con la finalidad de procrear. La mujer no podía objetar nada, una “buena” ciudadana ateniense debía cumplir. El sexo entre marido y mujer era una tarea de obligado cumplimiento sin tintes íntimos ni emocionales, sólo por patriotismo, para dar hijos a Atenas. Así pues, se saca la conclusión de que la vida sexual de las mujeres atenienses era muy poco satisfactoria. Y ante los castigos severos por adulterio, esta opción se quedaba descartada. Las relaciones homosexuales entre mujeres no estaban bien vistas, por tanto, la masturbación se cree que era lo más aceptable para el desahogo del apetito sexual femenino. En algunas obras de cerámica se recrean instrumentos fálicos usados por mujeres en su autoestimulación sexual.
En este ambiente de opresión sexual, las prostitutas en Atenas además de ofrecer un amplio abanico de diversiones heterosexuales también ofrecían servicios homosexuales. La prostitución en Grecia existía desde el período arcaico. En grandes ciudades, situadas en la costa, los marineros eran sus mejores clientes. Lo que hacía más atractiva la ciudad era la variedad de burdeles, propiedad del Estado ateniense y regentados por esclavas. No solamente ellas eran prostitutas. Muchas fueron liberadas después de contratar “un préstamo” a un pequeño grupo de clientes y una vez conseguida la ansiada libertad podían seguir ejerciendo la prostitución como ciudadanas atenienses. Se les exigía estar registradas y pagar un impuesto especial para poder ejercer la profesión. Las prostitutas de alta clase social se llamaban “hetairas” o “compañeras de hombres”. Además de belleza física, muchas tenían amplia formación intelectual con talento artístico y atributos que hacían que su compañía fuera muy solicitada por muchos hombres casados aburridos de la simplicidad de sus esposas. Una de las prostitutas más famosas del siglo V en Atenas fue Aspasia, comenzó como hetera y acabó siendo señora. Uno de sus hombres fue Pericles, líder político de Atenas. Aspasia hacía recomendaciones a las mujeres atenienses alabando la maternidad, recomendaciones solo para ellas y no para las de su oficio.
A los hombres atenienses se les permitía mantener relaciones sexuales con prostitutas. Las esclavas tenían que estar siempre disponibles para sus señores. No hay muchas noticias sobre la opinión que este hecho tenía entre las esposas.
Como el matrimonio en el hombre no se concebía antes de los treinta años y contando con toda la normativa referente al tema sexual, la única forma de mantener relaciones sexuales era con prostitutas o esclavas. El número de mujeres en esa época era mucho menor que los hombres, lo que ocasionaba que muchos compartieran esclavas o prostitutas. Algunos cohabitaban con una mujer, que era considerada como propiedad sexual, como una esposa. La diferencia es que si nacían hijos de estas relaciones no eran considerados ciudadanos y pasaban a formar parte de la marginalidad social. No tenían capacidad legal para poder heredar.
Las prostitutas atenienses se consideraban mercenarias, manejaban la mayoría de los importes considerables que entraban en Atenas. Sabían utilizar el dinero de una manera extraordinaria. Muchas de ellas, según Herodoto, eran generosas.
Otra parte oscura de la figura de la mujer prostituta era la práctica del infanticidio más a menudo que el resto de ciudadanas griegas. Mataban a los hijos y dejaban vivir a las hijas pensando en el negocio y en la futura sucesión de éstas en el oficio. También compraban muchachas jóvenes, otras eran recogidas de las calles por haber sido abandonadas por sus padres y las colocaban en los burdeles para que aprendieran el oficio y les aseguraran unos buenos ingresos.
No sabemos en realidad si la vida de las mujeres estaba tan limitada como parece si miramos desde nuestro punto de vista actual. Sí sabemos que había leyes para cuidarlas y protegerlas y tenían la satisfacción de que sus hijos iban a ser ciudadanos atenienses. Difícil juzgar la vida de otra época conociendo la nuestra. En algunos relieves funerarios se hace patente el dolor de marido, hijos y esclavos ante la muerte de la esposa. A pesar de todo, era una pieza fundamental en la sociedad y en la familia.
Aunque en la mente de una mujer moderna no hay lugar para el papel de hetera o de esposa recluida, en ocasiones se puede idealizar a la primera y compadecer a la segunda. Los textos antiguos carecen de prejuicios, pero a través de ellos sabemos que hubo cortesanas que llegaron a ser esposas, pero no se hace alusión a ninguna esposa que deseara convertirse en cortesana. La cortesana podía acceder a la cultura ateniense y tenía libertad sexual, si no era esclava. La esposa respetable vivía en reclusión y en la carencia intelectual.