José Sacristán: “Ningún productor me ha tocado a mí el culo jamás”
Nuestro compañero Álex Ander entrevista al actor José Sacristán que vuelve al Teatro Bellas Artes de Madrid con la obra Muñeca de Porcelana de David Mamet.
ÁLEX ANDER. Dice que cada vez que sale al escenario saca al niño que fue. Y lo cierto es que, viéndole actuar, es fácil darse cuenta de que José Sacristán (Chinchón, 1937), mantiene intactas las ganas y la pasión por lo que hace. Disfruta jugando a ser otro sobre un escenario y participando de una profesión donde la irregularidad y la inseguridad son permanentes. Eso sí, él lleva años encadenando proyectos en cine, teatro y televisión, por lo que no se queja ni un poquito. Atrás quedaron los años de estrecheces económicas —siendo niño, su familia tuvo que compartir casa durante un tiempo con otras tres familias, cuando su padre salió de la cárcel y fue desterrado a la ciudad de Madrid— y las épocas en las que no resultaba fácil rechazar un papel. Casado por segunda vez y con tres hijos, ahora mismo representa en el Teatro Bellas Artes la obra Muñeca de porcelana, del dramaturgo estadounidense David Mamet. Ahí da vida a un millonario despreciable con el que tiene poco que ver y que, entre otras cosas, cree que la política consiste en nadar entre la mierda mientras buscas el dinero de otros.
En esta obra, Mamet reflexiona sobre la putrefacción política. ¿Qué ha aprendido desde que empezó a interpretar a este tipo miserable y bien relacionado con los políticos?
Aprender no es la palabra, porque ya tengo edad suficiente. Ya tengo incluso más años que Mamet. Y presumo de ser un hombre de mi tiempo y de estar al tanto de lo que pasa. Más que aprender es comprobar o confrontar sus opiniones con las que yo tengo. Y coincido con él, no solo en la denuncia que hace de las clases dirigentes, sino también en el papel que jugamos los de a pie, porque a estos sujetos los ponen [en el poder] quienes los votan. Los ponemos nosotros. Y, en ocasiones, somos reincidentes y volvemos a aplaudir y jalear al chorizo.
A muchos les sorprende la benevolencia con que los ciudadanos juzgan la corrupción. ¿Ve un punto de masoquismo en el asunto?
No, pero creo que quien más, quien menos, llevamos a un corrupto dentro. La tolerancia viene por la incapacidad de poner en marcha mecanismos de corrección. Y no se ponen porque no hemos alcanzado una mayoría de edad, supongo. En otros países, estas impunidades no se dan hasta estos extremos. Y en otros se dan muchísimo más, por supuesto. A nivel vecinal, familiar o provincial hay una forma de comportarnos donde la picaresca y el chorizo tienen su lugar y no lo vemos con tan malos ojos.
¿Por qué dice que no interpretaría nunca a un personaje que defendiese posiciones que usted no defiende?
Porque no pienso darle jarilla a formas de pensar e ideologías con las que estoy totalmente en contra. Jamás haría un personaje que exaltase a los nazis o las dictaduras. No lo haría nunca.
Su padre le metió de aprendiz en un taller mecánico cuando tenía catorce años porque había que ayudar a la economía familiar. Pero, al volver de la mili, le dijo a su progenitor que aquello se había acabado. ¿Cómo se las apañó para lidiar con el poco cariño que su padre sentía por esta profesión?
Mi padre era un hombre del campo, que pierde la guerra y que, lógicamente, lo que quiere para su hijo es que sea un hombre de provecho, no un imbécil que quiera ser actor. No ha habido mejor padre en la historia de la humanidad y lo mejor que pudo hacer por mí fue no hacer ni puto caso de esto y tratar de disuadirme. Yo me las apañé como pude. Pero lo cierto es que, dentro de sus capacidades, mi padre era un hombre que había leído y que estando en la cárcel copiaba poemas y libros.
Empezó haciendo teatro de aficionado y, cuando nacieron sus dos hijos mayores, tuvo que trabajar como vendedor de libros para salir adelante. ¿Qué fue lo más complicado durante aquellos primeros años de carrera?
Nunca me ha faltado trabajo desde que empecé en esto en el año sesenta como meritorio en el Teatro Infanta Isabel. Pero he tenido la irresponsabilidad de tener hijos cuando mi carrera comenzaba y los sueldos eran los que eran. Debo decir que no viví como una servidumbre lo de vender libros. Al contrario, me siento muy orgulloso y honradísimo de haber sido uno de los primeros vendedores del Círculo de Lectores, y luego vendedor de libros clandestinos. Fue una ayuda a la que tuve que echar mano y, afortunadamente, la situación crítica duró unos meses.
Debutó en el cine en 1965. ¿Cómo recuerda el día que el productor Pedro Marsó le llamó para ofrecerle una prueba para la comedia La familia y uno más?
Esa primera llamada la recibí estando en el Teatro Maravillas. El gerente de la compañía me dijo que alguien de la productora de Pedro Marsó me llamaba. No he vuelto a sentir mayor emoción que la que sentí aquel día que rodé mi primera película, una sola sesión, con Alberto Closas a mi lado. Sigue siendo el día más emocionante de toda mi carrera profesional.
En los sesenta y setenta participó en muchas comedias junto a Alfredo Landa y José Luis López Vázquez. ¿Cómo lleva la etiqueta de actor cómico del landismo?
Con toda la dignidad, el orgullo y la satisfacción del mundo en lo personal. Y en lo profesional, entiendo de cine y si nos ponemos a hablar película por película habría sus pormenores. Pero, en lo general y como individuo, me siento orgullosísimo. Alfredo era como mi hermano. Debo decir que mis mejores amigos y amigas están dentro de la profesión.
Lleva más de cien películas a sus espaldas y dice que el cine le salvó de la monótona repetición del teatro. ¿Cree que podría haber vivido solo del teatro?
Creo que sí, si no hubiese tenido más remedio. Me pongo de rodillas delante de carreras como la de Julia Gutiérrez Caba, Núria Espert, Manuel Dicenta, Mari Carrillo, Concha Velasco o Lola Herrera, porque yo lo he llevado siempre muy mal. La primera vez que debuté en este teatro con un papelito en Calígula, en el año sesenta y tres, se hacían catorce funciones [por semana]. Volvimos con El caballero de las espuelas de oro, y otras catorce funciones. En La Celestina, otras catorce. Luego ya volví en el año ochenta y nueve, con Las guerras de nuestros antepasados, y ya eran nueve funciones. Y ahora son seis. ¡Lo vivo como un triunfo total!
¿Por qué se ha sentido el retrato del españolito medio?
Lo fui durante un tiempo. No era ni muy alto ni muy bajo, ni muy guapo ni muy feo, ni muy tonto ni muy listo. Todo se debe a que en el imperio, en los Estados Unidos, cambió el modelo de protagonista. Los galanes fornidos y heroicos fueron sustituidos por los canijos Dustin Hoffman, Al Pacino,… y por ahí me colé yo en España.
¿Nunca ha tenido usted pelos en la lengua?
Hombre, sí. No he querido ser un bocazas. Pero si a mí se me pregunta, yo contesto. Y si se me pide una opinión, yo la doy. Y comparto mi manera de pensar, lo que no quiere decir que esté en lo cierto.
¿Le resultó fácil significarse políticamente en público a favor de un partido u otro, cuando empezó a hacer cine?
No había partidos políticos, estaban en la cárcel. Aquellos sí eran presos políticos. Yo fui compañero de viaje del Partido Comunista. Y, aunque me entregó Santiago Carrillo el carné en mi pueblo, he tenido serias dificultades para ser militante disciplinado. Bueno, no es que fueran dificultades, es que ibas a la puta cárcel. No había temas de conversación sobre el particular.
¿Sabe si alguna vez ha perdido un trabajo por manifestar su simpatía por ese partido?
Que yo sepa, nunca me ha afectado. Y te digo que al principio, la gente que confiaba en mí era gente del régimen. Alguno, como José Luis Sáenz de Heredia, era primo de José Antonio Primo de Rivera. Y es gente por la que yo guardo una memoria de agradecimiento y gratitud total.
Siempre ha dicho que no es saludable esperar los premios, aunque ha recibido unos cuantos a lo largo de su carrera. ¿Fantasea con ganar alguno en concreto antes de retirarse?
No, porque es algo que no depende de ti. Cuando caen, bienvenidos sean. Pero sé que me dedico a algo que no es competitivo. Si decide alguien, en un momento determinado, que me toca a mí el muñeco, pues lo recibo encantado de la vida. Ahora, vivir pendiente de esto es una temeridad. Eso lo aprendí de mi amigo y maestro Fernando Fernán Gómez: a lo largo de tu carrera van a ser muchísimos más los trabajos por los que no te den un premio, que aquellos por los que te lo den. Haz tu trabajo y disfruta con él.
Dice que se relaciona con las críticas en función de la persona que las firma. ¿Qué es lo más cojonudo que ha leído sobre alguno de sus trabajos?
Tengo en la memoria trabajos que han sido muy celebrados por la crítica y otros que no. Sí, le doy la importancia que tiene en función de quién emite el juicio, porque hay unos críticos cuya opinión me importa un carajo.
Algunos le ponen a parir por considerarle excesivamente sincero. ¿Cree que exageran o piensa que vivimos una peligrosa dictadura de lo políticamente correcto?
No te sé decir. Yo no tengo Internet, ni teléfono móvil y no presto ninguna atención a lo que se publica o dice de mí. A mí me hacen entrevistas y yo contesto. Lo que ocurra después, me importa un carajo.
A la hora de aceptar o no una oferta de trabajo, ¿qué pesa más para usted?
Que me gusten la historia, el personaje y los compañeros de viaje. Afortunadamente, puedo elegir.
Ha dicho en varias ocasiones que es una tonadillera frustrada y que le hubiera gustado ser Juanito Reina. ¿Ve factible sacarse esa espinita algún día?
No, ya no, ya he desistido. Ya no canto como cantaba yo antes.
¿Con usted no ha intentado propasarse nunca ningún productor?
Ningún productor me ha tocado a mí el culo. Ninguno ha tenido jamás el más mínimo interés.
¿Y cómo ve todo este asunto del destape del acoso y los abusos sexuales en el mundo del cine?
Esto es algo que viene desde tiempos inmemoriales. No sé qué actriz decía el otro día, en EE UU precisamente, que ella se ha quedado sin muchos papeles porque otras han pasado por el aro y se han llevado el papel. Yo condeno estos abusos y atropellos y [a esos productores] los mando a hacer puñetas.
¿Y la desigualdad salarial?
El productor no le paga más a un hombre por ser hombre, ni a una mujer menos por ser mujer. Le paga más al hombre porque él piensa que el hombre vende más. No porque sea mejor, ni siquiera. Porque en España las que más han ganado han sido Sara Montiel, Imperio Argentina, Isabel Garcés, Lina Morgan, etc. Es el mercado el que marca esto.
¿Piensa en retirarse del oficio después de representar esta obra?
No, nunca jamás he pensado en retirarme. Me gusta, me sigo divirtiendo y me lo paso pipa.
Excelente entrevista a uno de los grandes
Excelente entrevista a uno de los grandes del cine y teatro español