Manifesto (2015), de Julian Rosefeldt – Crítica
Por Jaime Fa de Lucas.
Preparen los paraguas para un chaparrón constante de frases y escenas inconexas con un alto grado de pretenciosidad y muy poca voluntad para generar algo verdaderamente reflexivo; más que nada porque no se deja espacio suficiente al espectador para digerir tanta palabrería. La verborrea se la acaba llevando el viento. Incluso los amantes de lo filosófico, lo artístico y lo experimental –entre los que me incluyo– lo tendrán difícil para sacar algo de provecho de esta Manifesto.
Diría que es un bombardeo de palabras que poco tiene que ver con lo cinematográfico, ya que visualmente hay poco que masticar. Julian Rosefeldt podía haber escrito un libro recopilando esos manifiestos –que son reales– y no cambiaría nada. Bueno sí, que no tendría a Cate Blanchett para hacer de gancho. Como obra audiovisual ofrece poca cosa.
Manifesto también fue concebida como instalación artística para ser exhibida en museos. Cada escena tenía su propia pantalla. No he visto la instalación, pero que se haya hecho una película con el mismo material es algo profundamente equivocado, pues este formato produce un efecto aglutinador que reduce el impacto de las escenas e impide que haya un espacio entre ellas para poder asimilarlas.
He de decir que soy de los primeros en reivindicar las propuestas atrevidas que tienen fines artísticos e intentan romper con lo establecido, pero esta Manifesto no hay por dónde cogerla. Más allá de presentar a una Cate Blanchett camaleónica y de jugar tímidamente con la idea de collage, no consigue nada. No funciona. Lanza frases grandisonantes sin filtro y sin aportar algo estable a lo que agarrarse. Se indigesta.