La trayectoria de los aviones en el aire
La trayectoria de los aviones en el aire
Constanza Ternicier
COMBA
El principio de incertidumbre envuelve el colapso físico de la estudiante chilena Amaya Tripet, becada por su gobierno en Barcelona y de fin de semana en Londres. «A pesar de que estabas en una ciudad más bien grisácea, la luz del sol estaba enceguecedoramente brillante. Entreabriste los ojos y, pese a la dificultad, te diste vuelta hacia el otro lado. Ahí estaban las últimas personas con quienes creías que te ibas a encontrar: padre y madre.» La cama del hospital es el origen de un viaje que se dispara en amores, la trayectoria de los aviones al otro lado de la ventana y, sobre todo, las causas de su colapso. Los ojos azules de los médicos londinenses le provocan un ardor irrefrenable, y ese ardor, cada vez que lo siente, es una sacudida en la memoria y a sus esperanzas de libertad adulta.
La trayectoria de los aviones en el aire es una novela introspectiva, narrada con una voz potente, capaz de trasladar al lector a los delirios de una joven sedada y que confirma a Constanza Ternicier como una narradora a tener muy en cuenta. «Ternicier ha creado un discurso literario que logra imponer su identidad dentro del panorama que ofrecen las generaciones más jóvenes», en palabras de José Promis para El Mercurio.
Constanza Ternicier, nacida en agosto de 1985 en Santiago de Chile, es narradora y melómana, además de obstinada viajera. Doctoranda en Teoría Literaria por la Universidad Autónoma de Barcelona, publicó en 2015 la novela Hamaca, ambientada en los movimientos neohippies del Chile actual. Toda su narrativa parte de la música y vuelve a ella. Es feliz en Barcelona.
Abriste un ojo y luego el otro, así como la gente suele
abrir los ojos cuando no entiende muy bien qué es lo
que está pasando, dónde se ha quedado dormida o a
qué lugar ha venido a despertar. Cuando está todo más
claro, uno se despierta abriendo los dos ojos al mismo
tiempo. Había una cortina celeste cerca de ti, de ésas
encargadas de separar los espacios. Todavía no sabías
bien de qué o de quién te estaban separando, pero seguro
que había muchas de esas cortinitas por toda la sala.
Alcanzaste a darte cuenta de que estaban agarradas al
biombo con unos ganchos que bien podrían haber sido
unos espermatozoides. Te reíste sin ganas de reírte. A
pesar de que estabas en una ciudad más bien grisácea
y que apenas conocías, la luz del sol estaba enceguecedoramente
brillante. Molesta, una luz definitivamente
molesta. Entrecerraste los ojos y, pese a la dificultad, te
diste vuelta hacia el otro lado. Ahí estaban las últimas
personas con quienes jamás creías que te encontrarías:
padre y madre. Pero ellos no estaban solos, no. Había
también una enfermera muy bajita con cara de filipina,
un doctor oriental que tenía cara de guardar en sí mismo
la paciencia del mundo entero y una doctora flaca y alta
que tenía cara de nada. Todos inclinaron la cabeza hacia
la izquierda y adoptaron la misma expresión mezcla
de sorpresa y ternura que la gente suele poner cuando
alguien que parecía que nunca iba a despertar finalmente
lo hace. Y entonces vino la algarabía, los saltos, el batir
de palmas, los abrazos y todas las otras muestras de
entusiasmo que pueden existir en el mundo. Y luego
un silencio que no explicaba en nada la secuencia de
acciones que se habían sucedido al momento en que
tú, Amaya Tripet, abriste un ojo y luego el otro. ¿Qué
esperaba esa gente? ¿Que fueras tú la que dijera algo,
si ni siquiera entendías dónde estabas ni qué hacían
tantos tubos rodeándote, como si fueses un parque de
diversiones acuático?
First Breath After Coma. Podría haber estado sonando
la canción de Explosions in The Sky en el aire