'La caricia del fantasma', de Oriol Alonso Cano

HÉCTOR GARCÍA DE FRUTOS.

Conozco a Oriol Alonso Cano. Escribe como vive, hila significantes como goza. El espléndido ‘La caricia del fantasma’ da cuenta en ese sentido de una obra poética consecuente, consecutiva de un estilo.

En una reciente entrevista, el autor define así su poesía: “Hablar con el silencio”. Hay, sin duda, tonalidades de silencio. El silencio con el que se las ve Oriol Alonso Cano es atronador. Es el silencio que se conforma en coágulos, en signos aislados, en impulsos estridentes de lo callado. Cada palabra que emplea es sentencia en el mundo de los vivos, hálito en las tumbas de los muertos. Entre vida y muerte, el abanico de estados del cuerpo es desplegado sin sordidez, pero con furia.

El poeta no se conforma con la ausencia; invoca, atesora, se aferra a la libra de carne de lo que quedó. Y lo que quedó, es la sombra densa de un amor. El psicoanalista Jacques Lacan, tomando consideraciones freudianas, acuñó el término ‘hainamoration’, odioenamoramiento, para dar cuenta de lo más material de la pasión que puede darse entre dos seres hablantes. Quién firma el volumen sabe algo de eso, y afiló con el trauma de la despedida el rigor de su pluma. La caricia equivoca, en su decir, con el impacto que deja rastro de contusión.

Persiste el fantasma… en estas palabras que leemos, sin apenas verso, intuimos que éste va más allá del espectro. El fantasma juega su partida en un tablero: de un lado, el escritor; del otro, a ratos la Señora vestida de negro, a ratos la mujer incandescente.

Quedó algo, dice este compendio; quedó algo.

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