Martingala, de Joan Yago: delicada y fuerte unión de cuatro solitarios

Por Horacio Otheguy Riveira

El autor Joan Yago, nacido en Palma de Mallorca, ha estrenado hace tiempo en Barcelona esta función. Prolífico, es la segunda obra  que nos llega a Madrid (la primera, No soy Dean Moriarty), y lo hace en la intimidad casi secreta de la Sala Intemperie (ex Sala Tú): una vez cerrada la puerta tras el último espectador, el público se sumerge en un modesto comedor diario en que dos jóvenes, una muchacha y una mujer madura encuentran lazos sutiles de convivencia. Están solos, dramáticamente inquietos, dulcemente silenciosos algunos, otros verborreicos, y un extraño ambiente solidario les aúpa con la envolvente ternura de la representación de cada circunstancia. La ficción de lo biográfico, y la narración de alguna clase de esperanza en un ambiente urbano con el que resulta muy fácil identificarse.

Esta Martingala tiene visible —y plausible— influencia de los dramaturgos del realismo psicológico del siglo XX que se introdujeron con éxito en el teatro breve, entrelazando soledades que se fortalecen en situaciones conflictivas. La soledad como una de las bellas artes para vivir con la historia de cada cual, y ser “el ser que se es y ningún otro”, que quería Luigi Pirandello con varias obras breves modélicas como, por ejemplo, El gorro de cascabeles y La morsa. Pero también se percibe el eco de otras de Chéjov (El oso, Pedido de mano, Sobre el daño que hace el tabaco…) y, más cercano en el tiempo, Tennessee Williams (27 vagones de algodón, La marquesa de Larkspur Lotion, Un tipo de romance muy extraño…), y el alemán Maurice Maeterlinck (La intrusa, Interior, Los ciegos). Autores que sentaron precedentes en el arte de contar historias desde el gran escenario de obras largas como en el más íntimo de la brevedad con pocos personajes. Lo hicieron en tiempos en que se montaban espectáculos con varias de estas piezas para que, en ningún caso, se bajara de las dos horas de duración.

Desarrollada en unas pocas escenas con música de fondo para los oscuros entre una y otra, la función está dirigida por Gerard Iravedra con precisión de poeta, aprovechando la entrega incondicional de sus cuatro intérpretes, cada uno de ellos en el extremo de un ring donde en lugar de golpes hay extrañas caricias. Alejados al comienzo se van acercando hasta compartir mesa y mantel en un brindis muy prometedor.

Le basta a Ferrán Vilajosana (El cojo de Inishmaan, Los hermanos Karamázov, Sueños de Quevedo) la entrega de una taza con cerveza a una mujer que acaba de desmayarse en la calle, y luego un simple beso en una de sus mejillas para declarar un amor que irá creciendo fuera de escena; el personaje que menos se explica verbalmente, pero que se expone notablemente en modos y maneras, un hallazgo en una trayectoria actoral cada vez más interesante; en esta ocasión jugándose su transparencia sin miedo a quedar fuera del dolor de una mujer algunos años mayor, en crisis, de manera que nada teme el personaje y tampoco parece el joven actor temer el irresistible talento de Elisa Matilla (¡Ay, Carmela!, Sofocos, Gibraltareña), en cada gesto una sombra de agonía, una tensión resguardada de la lluvia… Y por otro lado la joven prostituta que quiere ser de lujo y atrapar con lúbricas garras al inocente que no puede parar de hablar, cada uno inventándose un personaje a cual más insólito. Espléndido dueto entre Fernando Tielve (No soy Dean Moriarty) que asume las dos vertientes de un personaje perdido que al final empieza a ser coherente con sus debilidades, y Ángela Cervantes (Escoria), la única de los cuatro que puede permitirse un segundo personaje completamente opuesto, que en realidad es el mismo con distinta máscara, pasando con gran eficacia del histrionismo de una puta exuberante a la cotidianidad de una chica asexuada.

La rueda de la fortuna gira que gira en una pieza demasiado breve (60 minutos) que en otros tiempos se representaría con otra de similar duración. Mezcla de sensaciones al salir del teatro: “qué pena que termine tan pronto, sabe a poco”, “qué gusto, qué bien montado, qué intérpretes tan buenos”. Y el deseo de volverles a encontrar… en otra función.


Autor: Joan Yago
Director: Gerard Iravedra
Intérpretes: Elisa Matilla, Ángela Cervantes, Ferrán Vilajosana, Fernando Tielve
Escenografía, atrezzo y vestuario: La compañía
Iluminación y sonido: Rubén Martín Vayá
Música: Nico Casal
Ayudante de dirección y técnica: Eva Rodríguez Martín
Fotografía: Fernando Macián
Diseño gráfico: Dani Rabaza – Münster Studio
Sala Intemperie. Hasta el 29 de abril 2018.

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