Chuquiago
CHUQUIAGO
MIGUEL SANCHEZ-OSTIZ
La línea del horizonte
Si hay una ciudad amada en las geografías vitales de Sánchez-Ostiz, sin duda es esta Chuquiago, el nombre aimara de la capital boliviana, a la que va y viene desde 2004 y por contar el tiempo sumergido en ella, ya alcanza un año y medio de su vida. La Paz, ciudad de barrocos excesos, de realidades inabarcables, de acumulativa humanidad que impregna sus calles como trazadas a cordel.
Recuerda el autor que Gómez de la Serna la hubiera bautizado como cataclismática y de su termitero urbano han hablado los propios, Jaime Saenz y Victor Hugo Viscarra, sobre todo, y los ajenos, Allen Ginsberg, Christopher Isherwood, Paul Morand o Cees Noteboom. De Chuquiago en primera persona también escribieron los de aquí: Eugenio Noel, Ciro Bayo y Ernesto Giménez Caballero, pero ningún retrato foráneo tan arrebatado como el que nos brinda la maestría literaria y el espíritu admirativo y zumbón del autor de estas páginas. Así son sus derivas por los laberintos callejeros pacenses, así el retrato de sus personajes inolvidables impregnando un relato vibrante de pura literatura.
En Chuquiago la realidad es pura fantasía, nos recuerda Sánchez-Ostiz, «¿para que inventarse mundos imaginarios si están en La Paz?».
La Paz no es París ni sus atractivos los mismos, pero allí no son los nombres de las calles, sino las calles mismas las que te atrapan: la gente, su pulule y su actividad de termitero, sus decires y lenguas, el aroma de sus guisos. Una calle te lleva a otra, un rostro a otro. La misma calle no es siempre la misma. Todas tienen sus horas. No hay ciudad mala para el vicio de callejear hasta darse por perdido, pero para ese deporte La Paz es única.
MiGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
(Pamplona, 1950)
Novelista, articulista, crítico de arte y literatura, ensayista, dietarista, poeta, también ha hecho incursiones en la literatura de viajes. Su figura de referencia es Pío Baroja de quién ha publicado varios trabajos biográficos y ensayos. Es la suya una obra ecléctica y singular en el panorama de nuestras letras, merecedora de algunos de los grandes galardones literarios, entre ellos el Premio Herralde por su novela La gran ilusión (Seix Barral, 1989), el Premio Nacional de la Crítica en 1998 por No existe tal lugar (Anagrama, 1997), el Príncipe de Viana de Cultura, 2001 y, un año más tarde, el premio Euskadi de Literatura por su ensayo Sin tiempo que perder (Alberdania, 2009).
Autor de una obra ingente afinada en varios registros bien provistos de humor, vitalidad y, sobre todo, un espíritu entregado a toda suerte de intereses, como se percibe en su blog Vivir de buena gana. Entre la veintena de novelas, algunas tan arriesgadas como Las pirañas (Seix Barral, 1992), o El escarmiento y Perorata del insensato, ambas en Pamiela; sin olvidar que la lista de sus diversos poemarios, ensayos y dietarios es realmente extensa.
Bolivia se ha convertido en una pasión tan particular que ya ha alumbrado varios títulos: Cuaderno boliviano(Alberdania, 2008), este Chuquiago. Deriva de la Paz que ahora editamos en versión española y muy pronto Cirobayesca boliviana (Renacimiento).