Trilogía de la guerra
Trilogía de la guerra
Agustín Fernández Mallo
Con una intensidad creativa que no da tregua al lector, Trilogía de la guerra despliega un caleidoscopio de narraciones que cristalizan en un insólito pero certero retrato del siglo xx y el desconcertante xxi. Como si W. G. Sebald y David Lynch se hubieran aliado para desvelarnos la cara B de nuestra realidad.
Agustín Fernández Mallo, uno de los grandes renovadores de nuestras letras, llega aquí a cotas no exploradas y escribe su proyecto más ambicioso, con su estilo integrador de disciplinas como la ciencia, la cultura popular y la antropología, en una novela atravesada por una poética de enorme magnetismo que logra trazar un mapa concreto y trascendental de la contemporaneidad.
Agustín Fernández Mallo
En el año 2000 acuña el término «Poesía Postpoética» —que investiga las conexiones entre el arte y las ciencias—, cuya propuesta ha quedado reflejada en los poemarios Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001, 2012), Creta Lateral Travelling (2004, Premio Cafè Món), Joan Fontaine Odisea (2005), Carne de píxel (2008, Premio Ciudad de Burgos de Poesía), Antibiótico (2012), y en el volumen Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998-2012) (Seix Barral, 2015), que recoge todos los anteriores e incluye un largo poemario escrito entre 2012 y 2015, entre León y Palma de Mallorca. Su ensayo Postpoesía, hacia un nuevo paradigma fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo en 2009.
Su narrativa incluye las novelas Nocilla Dream (2006), Nocilla Experience (2008), Nocilla Lab (2009) —recogidas en el volumen Proyecto Nocilla (2013)—, El hacedor (de Borges), Remake (2011) y Limbo (2014). Su primera novela, aclamada por el público y la crítica, ha sido designada como una de las mejores novelas de la primera década del siglo xxi por medios como Quimera. Más allá del término «generación Nocilla» que la prensa cultural acuñó para designar a un grupo de escritores que compartían determinadas características, la aparición de Nocilla Dream convirtió a Agustín Fernández Mallo en un escritor imprescindible en el panorama de la literatura contemporánea española, y uno de los autores que más ha influido en las nuevas voces narrativas de la escena literaria en español.
Escritor ecléctico, considerado uno de los mayores renovadores de la literatura, su producción artística abarca géneros híbridos que combinan el videoarte, la palabra escrita y el spoken word, la música, el cine y la performance. Junto con Eloy Fernández Porta, ha desarrollado el dúo Afterpop, Fernández&Fernández, y con Juan Feliu ha creado el grupo musical Frida Laponia. Fernández Mallo ha filmado también varios cortometrajes que se pueden descargar en su blog El hombre que salió de la tarta.
Trilogía de la guerra
Agustín Fernández Mallo
Premio Biblioteca Breve. Seix Barral. Barcelona, 2018. 496 páginas, 21 €. Ebook: 12,99 €
ASCENSIÓN RIVAS | 02/03/2018 | El Cultural
Es difícil que uno sobreviva a su propia leyenda, pero aún lo es más que se reinvente y que conciba un espacio nuevo después de haber disfrutado el éxito en uno anterior. Agustín Fernández Mallo (1967), el autor del Proyecto Nocilla, lo ha conseguido en esta Trilogía de la guerra. Con el mismo carácter transgresor de entonces y con una mayor actitud narrativa, Fernández Mallo ha compuesto este libro total que está llamado a ser uno de los más importantes del año, probablemente de los últimos años.
Trilogía de la guerra tiene una escritura hipnótica que atrapa al lector desde la primera frase (“Damos por supuestas tantas cosas”). Más aun, desde el verso de Oroza que le sirve de lema (“Es un error dar por hecho lo que fue contemplado”), que evidencia una mirada científica sobre la realidad y que remite a la construcción de un universo absoluto, como también pretendía el poeta. La novela, de título revelador, tiene una prosa clara y abierta que da pie a un discurso ordenado aunque poblado de imágenes caprichosas o irracionales. Consta de tres partes, cada una de las cuales está contada por un sorprendente narrador externo que vive los hechos y que describe lo que ve sin apenas selección. Estas tres voces complementarias, que se expresan desde el “yo”, relatan experiencias propias. Con ello se consigue la verosimilitud, especialmente necesaria en una obra muy compleja cuyo contenido abunda en aparentes incoherencias.
Como el libro de Sebald, Los anillos de Saturno, citado en el texto, Trilogía de la guerra es en su contenido, estructura y estilo una novela fractal, es decir, un texto infinito que reproduce, en cada pequeña porción, un universo infinito a veces igual al que lo contiene, aunque más frecuentemente con variantes. Este texto infinito (antes lo denominé “libro total”), extiende sus infinitas imágenes en forma de redes que se relacionan con otras como sucede en internet. Sin dejar esto de lado, nos encontramos, además, ante una novela sobre la guerra, más bien sobre las infinitas formas (a veces muy sutiles) que adoptan las guerras de nuestro tiempo, sobre la devastación de países y sobre la destrucción a la que se ven sometidos los seres humanos, a veces por causa de la muerte y otras por el éxodo o la alienación. No hay tregua. Por donde quiera que detengamos la mirada vemos aniquilamiento, barbarie y desolación. Para mostrarlo, el autor se sirve de todo tipo de imágenes. Algunas son arbitrarias e insólitas como las del lorquiano Poeta en Nueva York, clave para entender parte del texto. Y otras son las fotografías reales tomadas por Dámaso Carrasco durante su confinamiento en la Isla de San Simón durante la Guerra Civil, posteriormente recogidas en Aillados y reproducidas en la novela. Pero Fernández Mallo no se queda en las imágenes y también se sirve de otras formas discursivas: literatura, cine, historia, política, tratados de matemáticas o física… Todo sirve para representar la complejidad contemporánea, desde la descripción de un paseo por Manhattan que parte de los Cloisters y desemboca en Wall Street y en la Zona Cero (“el origen de todas las guerras y contiendas contemporáneas”), hasta las referencias a películas en cuya estética domina el color rojo, pasando por escenas propias del Realismo Mágico, alusiones a ese otro libro de libros que es El Quijote(también a otros más escondidos como La jalousie de Robbe-Grillet o los obsesivos de Thomas Bernhard), incluso a obras simbólicas como el poema “La Aurora”, interpretado como alegoría de nuestro mundo tras los atentados de las Torres Gemelas.
Esta novela total, que también pretende darle la vuelta a la Historia reciente y hacernos reflexionar sobre la realidad de forma no acostumbrada, es además una crítica feroz contra el sistema que nos aniquila y que se muestra a modo de delirio, como las vacas que pastan en un aeropuerto fantasma de Normandía. Imágenes inauditas y sorprendentes cuyo sentido solo se intuye porque también existe lo inefable.
Ambiciosa, brillante e inteligente, Trilogía de la guerra es, sobre todo, un magnífico mosaico que trata de reflejar la desmesurada complejidad de nuestro tiempo y nuestro desamparo en él como individuos.
«Trilogía de la guerra»: Fernández Mallo, de vivos y muertos
En «Trilogía de la guerra» -premio Biblioteca Breve 2018-, el escritor coruñés sale definitivamente del agotado territorio Nocilla y nos sumerge en una novela con ambición de totalidad
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Seguramente Agustín Fernández Mallo sabía llegado el momento en el que debía dar ese do de pecho que su obra necesitaba, incluso para salir del tópico Nocilla, estímulo promocional de grupo que se hubiera convertido en su cementerio de no haber salido de él. Esta novela lo saca decisivamente de esa tela de araña, que ya habían abandonado todos los que la formaron, para seguir irregulares singladuras.
La trayectoria del propio Fernández Mallo tenía bastante de irregular. Si bien nunca dejaba de ofrecer atisbos de valía, le faltaba dar una obra que le alejara de aquel artificio. «Trilogía de la guerra» lo consigue. Aunque me haya parecido excesiva, y necesitada de recorte, sobre todo en la sección segunda, es una buena novela, que alcanza cotas de alta calidad literaria por momentos, que coinciden con sus partes inicial y final. Incluso en la zona intermedia, tanto la vivencia del protagonista en Manhattan, como su extensión a Montevideo y a Cabo Polonio en Uruguay, logran alcanzar una temperatura que, sin embargo, se pierde en la extensa parte dedicada a Kurt, tanto por exceso de menudencias discursivas, como por su desconexión con las otras, que sí habían ido aportando desarrollos a la idea central de la novela. De hecho, el propio Fernández Mallo debió darse cuenta de que ese centenar largo de páginas que ocupa la parte sobre Kurt no funcionaba igual y ha tenido que imaginar al final un pretexto metaliterario algo cogido por los pelos.
Formas visuales
En esta novela permanecen algunas de las mejores condiciones de su estilo. La más sobresaliente de todas me parece que sigue siendo la habilidad en el trazado de metonimias muy creativas, lo que debe Fernández Mallo a su condición de poeta, puesto que es capaz de trazar puentes entre realidades muy distantes, sobre todo una excelente mirada hacia la elocuencia de los objetos. Una construcción dormida en una isla, una sala con viejos ordenadores ya muertos, unos halcones volando en el cielo de Manhattan, las maneras distintas que adopta la basura, unas playas de Normandía que recuerdan muertos; todo el libro se va llenando de realidad contundente como si las cosas elegidas por la retina del narrador anduviesen buscando ese lado insólito que las hace ser vistas como nunca lo habíamos hecho antes. En ese sentido, «Trilogía de la guerra» es un magnífico compendio de formas desautomatizadas que ponen frente al lector un cúmulo de realidades conectadas, sin que en ningún caso hubiésemos previsto tal conexión.
Para entenderlo ha creado un narrador que apenas tiene rostro, cuya personalidad está diluida en unos ojos que van haciendo sucesivos montajes casi siempre visuales. Lo que Fernández Mallo debe a su tiempo es que ejercita su estilo como formas visuales. Un escritor que no hubiese visto tanto cine, y sobre todo series de televisión, no habría podido escribir una novela tan llena de imágenes. Esto Fernández Mallo lo tuvo siempre. La diferencia aquí es que ha incorporado a esa retina educada en el fotograma dos condiciones que la llevan más allá. La primera es deudora de W. G. Sebald, homenajeado en el modo que mejor puede hacerse: seguir su estilo.
Naufragios de la razón
Eso le lleva a plantear ante cada objeto o situación una andadura reflexiva, extrayendo bastante enjundia. Me parecen menos interesantes, pese a que nadie lo hace y por ello son generalmente celebradas, las metonimias científicas, marca de la casa, pero que juegan en un terreno que no soy capaz de calibrar. Más importantes son las que arranca de la red. «Trilogía de la guerra» nace de internet, o mejor, de aplicar la idea de red a la tela de conexiones entre los vivos y los muertos, como si hubiese una forma de vida más allá de la Historia oficial, hecha de los restos de tantos naufragios de la razón y el instinto que han estado en el origen de los distintos apocalipsis de los que la novela se hace eco.
La soberbia parte final, con el deambular de la pareja del protagonista por las playas de Normandía, es pieza mayor de escritor, que por cierto se reivindica como narrador. Muestra la madurez que su obra demandaba y que ha repartido por diferentes páginas de una novela a la que, no obstante, una poda de su parte central habría beneficiado.
Inspección de la realidad
Agustín Fernández Mallo nos emplaza a revisar la existencia en ‘Trilogía de la guerra’, una obra cuyos narradores especulan sobre el presente diseminado
Podría decirse sumariamente que la literatura de Fernández Mallo se articula según la provechosa idea de red, estableciendo conexiones, algunas cáusticas o tal vez humorísticas, que la desatada escritura va consintiendo por “esa tontería que son las analogías”. En Limbo (2014) había tres historias, sin aparente ligazón, y en Trilogía de la guerra hay tres libros (así llamados), cuyos narradores especulan sobre el presente diseminado, bajo la imposición de la guerra como generadora de muertos, en un sinuoso embate contra la realidad, con el cuerpo evaluado como “la suma de todas las personas que ya no están”. Un modo de decir que somos epílogo, sin ninguna garantía de conocimiento de lo que nos precede. De ahí la necesidad de disponer un periplo de engarce con la historia como registro del mal adjunto a la cronología, opuesto a la percepción accidental de una realidad “eminentemente desordenada”.
Este conflicto lo aborda Fernández Mallo con tres sujetos muy afanosos en la indagación de los residuos históricos: un escritor que habita clandestinamente en la isla de San Simón, en la ría de Vigo, que fue refugio de piratas, lazareto y campo de concentración en la Guerra Civil; el cuarto astronauta de la misión lunar, que no salió en las fotos porque las hacía él, y una mujer solitaria en un recorrido por las costas del desembarco de Normandía que recompone y evoca el mismo viaje realizado en compañía años atrás. Pero se trata de voces narrativas, flujos de conciencia, más que personajes, que en alguna ocasión pierden la conciencia durante un año, creando así una dudosa fiabilidad como promotores de sí mismos, aunque no de la inspección a que someten tanto sus vivencias como los imaginativos brotes que van ensartando con los sucesos e historias de las gentes con las que se topan.
Trilogía de la guerra resulta tan acaparadora que es imposible no admitir cierto barullo entre la ocurrencia y la brillantez
Trilogía de la guerra resulta tan acaparadora que es imposible no admitir cierto barullo entre la ocurrencia (el encuentro espectral en Central Park entre Dalí y Lorca, los astronautas como tres cerditos) y la brillantez (ese sonido nunca oído, reconocido como “el amor en estado puro”). La solidez poética, bien trabada con un fondo científico, solicita una lectura turbadora del fundamento de la realidad, constantemente escrutada, que aquí no adquiere fijación porque los narradores se desplazan al albur de los estímulos que los llevan a otras geografías y ciudades, revestidos de la falsificación de ser siempre los mismos, lo que produce una oscilación del punto de vista, acaso una reprobación del improductivo ensimismamiento del individuo, que no es nadie sin la pertenencia a la sociedad que lo ampara y destruye. Y sin embargo hay en estas sugestivas páginas una invitación de conciliación con los muertos que, aunque más declarada que expuesta, apunta a un estrato en el que la novela es un organismo de portentosa asimilación que no deja fuera de campo nada que nos atañe.
Con esa libertad y alguna prolijidad de talento especulativo (el libro del astronauta se diría un débito a la novela norteamericana), Fernández Mallo nos emplaza a revisar la estructura de la realidad, restituyéndola con otras metáforas, con un nuevo carácter germinativo, cuyo potencial resida en la combinación de ciencia y poesía, de rigor y anomalía, una alianza de incertidumbre capaz de crear el aliento que produce la apelación a los significados. Una apelación que incumbe también a la novela como género de resonante y equívoca recepción.