'No tengo tiempo', una obra de Jorge Moruno
DANIEL FERNÁNDEZ.
“Las luces van donde las ve el hambriento” , René Char.
En 1951, Albert Camus escribía: “El porvenir es la única especie de propiedad que los amos conceden de buena gana a los esclavos”. Sesenta y siete años después, Jorge Moruno se ha preguntado, aun sin saberlo, por la validez de la frase del literato francés.
En su libro No tengo tiempo, publicado por Akal, el sociólogo estudia la problemática que, en lo relativo a la figura del trabajo, afecta a nuestros días. El mayor valor del ensayo no radica en la sagacidad con la que examina la precariedad ad infinitum, la vigilancia perpetua vía redes y wearables o la progresiva exigencia de robotización, sino en que logra poner de relieve una cuestión a la que aún no se ha dado solución: cuál es la forma óptima de orientarse en un espacio, el de lo laboral, que no admite a un elevado número de personas y que, cuando las admite, las maltrata.
No obstante se han ofrecido respuestas –el auge de la Formación profesional o el exilio son dos de las principales–, el problema es urgente: “Es difícil pensar de qué modo te haces valer dentro de una relación de la que te expulsan, pero en la que te obligan a regirte por ella” (p. 100), escribe el autor. De un lado, existe un discurso que sigue midiendo la valía con el éxito profesional; del otro, las posibilidades de prosperar laboralmente han ido limitándose. La gravedad de que opere el argumento de un relato roto no solo reside en la pobreza que afronta –y que habrá de afrontar– la población, sino en la pérdida de valor y de identidad que experimentarán las víctimas: “Estar explotado va a ser un privilegio porque la otra opción es ser un excluido”, observaba en Eldiario.es a finales de marzo.
Es por ello que Moruno propone un reto: formular cuál es el modo de librarse “de la sociedad del trabajo aprovechando que se derrumba la sociedad del empleo” (p. 93). Y su solución es la política. Siempre que la responsabilidad de la problemática laboral no sea de naturaleza política, será personal, por lo que se reproducirá la perversa lógica de los triunfadores –una categoría que excluye per se la “expansión horizontal” (p. 110)– y sus opuestos, que son mayoría.
Byung-Chul Han, poseedor de una mirada próxima a la de Moruno, explica que, a día de hoy, la vía política no ha resuelto el problema “por el aislamiento del sujeto de rendimiento, explotador de sí mismo, [en razón del cual] no se forma ningún nosotros político con capacidad para una acción común”. De ahí que, en los últimos años, las formas de resistencia se hayan refugiado en lo personal –una muestra es La resistencia íntima, el libro con el que Josep Maria Esquirol que ganó el Premio Nacional de Ensayo de 2016– y no exclusivamente en el grupo.
Sabedor de ello, Moruno insta enérgicamente a “abrir el horizonte de la realidad” (p. 38) y edificar un imaginario en el que, primero, se valoren “trabajos más allá de lo estipulado como <<productivo>>”; y, segundo, se garantice “el bienestar reduciendo todo lo posible la dependencia de tener que vender el tiempo a cambio de un salario” (p. 97).
Son palabras que expresan el litigio por el futuro, la lucha por que la mayoría no sea presa de la exclusión. Jorge Moruno, igual que Camus a principios de los cincuenta, ha escrito un libro a fin de que la propiedad del porvenir vuelva a ser de los esclavos.
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[1] CHAR, René: Poesía esencial, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005, p. 363.
[2] CAMUS, Albert: El hombre rebelde, Alianza. Madrid, 2015, p. 271.
[3] Igual que George Steiner pasaba la factura de la historia al idioma alemán después del nazismo, en unas décadas será relevante ver cuál es el precio que habrá de pagar el inglés por haber sido la lengua en la que se han expresado nuestros tiempos.
[4] HAN, Byung-Chul: Psicopolítica, Herder, Barcelona, 2014, p. 18.
[5] Han habla del Bannoptikum, “un dispositivo que identifica a las personas alejadas u hostiles al sistema como no deseadas y las excluye. El panóptico clásico sirve para disciplinar. El Bannoptikum se ocupa de la seguridad y eficiencia del sistema”. Ibídem, pp. 99-100.