El libro que se escribió quitando palabras de las páginas
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
Allá por 2010 el escritor Jonathan Safran Foer se encontraba dándole vueltas a la idea de hacerle un homenaje a Bruno Schulz. Tenía en mente hacer una reedición de uno de sus libros, pero no le apetecía hacer simplemente eso y limitarse a escribir un elogioso prólogo, algo que ya había hecho en 2008 con Penguin Classics. Como por esas mismas fechas el autor estaba interesado por la técnica del troquelado, se le ocurrió hacer algo completamente distinto con uno de los textos de Schulz: lo cortaría en tiras y lo convertiría en un libro diferente, de su autoría y al mismo tiempo de Schulz. El resultado sería una mezcla de ambos. No era la primera vez que alguien hacía algo así ni sería la última. De hecho, alguna vez hemos tenido ocasión de hablar de otros experimentos parecidos, de X de Antonio Orihuela, de 2005, y de la historia que diez años después Florence Meunier escribió borrando palabras de un contrato de licencia de iCloud.
Volviendo a Foer, el libro elegido fue Street of Crocodiles. Foer le quitó varias letras al título y bautizó a su nuevo libro como Tree of Codes. Tijeras en mano, aplicó esa misma técnica a lo largo de 134 páginas. A continuación se puso en contacto con una editorial llamada Visual Editions, que tenía ya cierta experiencia publicando experimentos literarios ‒lo había hecho con Composición nº1 de Marc Saporta‒, y estos a su vez echaron mano de un grupo de especialistas en troquelados de los Países Bajos. El resultado, aparentemente pasto de una trituradora de papel, es en realidad una obra de arte que además de libro casi puede considerarse una escultura.
Foer llevaba años con la idea de crear un libro troquelado quitando palabras. Se había planteado hacerlo utilizando enciclopedias, o incluso libros de su propia autoría, como materia prima. Al final, se decidió por el libro de Schulz como un sincero homenaje. Foer insistía en que Tree of Codes no era suyo ‒muchas frases son literalmente de Schulz‒, con la misma modestia con que afirmaba que lo que todos consideraban libros suyos también se habían escrito cortando palabras de otros, en concreto del diccionario.
En cualquier caso, Tree of Codes es una mina de oro para los amantes de la «metatextualidad», de la «intertextualidad» y de la «hipertextualidad». Con menos de 3.000 palabras, es una lectura rápida: la mayor parte del tiempo el lector se dedicará a pasar las páginas con cuidado, tratando de insertar cada hoja en blanco donde le corresponde, capa sobre capa. Sin embargo, no solo es artificioso, además es tremendamente absorbente. Sí, Tree of Codes parte del libro de Schulz, pero incorpora imágenes nuevas en cada página. Foer no solo se limita a suprimir todo lo que sobra de Schulz y a sintetizar su punto de vista. Si comparamos párrafo por párrafo los dos textos, las nuevas incorporaciones son evidentes. Foer es capaz de combinar palabras y frases inconexas en formas nuevas y afortunadas, llenas de poesía.
Ahora bien, dejando a un lado su poesía, ¿funciona como novela Tree of Codes? Recordemos que el punto de partida tiene una trama narrativa muy leve. Repleto de meditaciones metafísicas, ll libro de Schulz trata sobre el declive de un padre hacia la locura. Lo que en el relato de Schulz es una enfermiza obsesión hacia el trabajo se convierte, en la reinvención de Foer, en una obsesión por el sexo y por la mujer, en un ejercicio que podría tildarse de psicoanálisis. La narración de Foer también descarta gran parte de los detalles autobiográficos de Schulz y gran parte de su pesimismo, apuntando a una visión más amplia y concluyendo con un final más trascendente. Como era de esperar, teniendo en cuenta las obras de Foer, hay pasajes que evocan la inocencia abrumada por la catástrofe social, indicios del Holocausto que mató a Schulz antes de que él mismo pudiera escribir sobre esas cosas.
Aunque, no nos engañemos, lo que llama la atención de Tree of Codes es lo que hace de él un artefacto artístico y no un libro. Destaca, ante todo, su fragilidad. Editado en rústica y no en tapa dura por necesidades del diseño, solo habría que imaginar al librero de turno pasándolo mal mientras uno de sus clientes hojea sus páginas, con la esperanza de que no eche a perder el vulnerable red de papel que es el libro. Parece mentira que un libro de estas características se haya convertido en una de las obras más potentes de Foer. Un digno homenaje para Bruno Schulz.