Fascinante Laura Cepeda en La camarera de la Callas
Por Horacio Otheguy Riveira
Un espectáculo para una sola voz que permite escuchar muchas otras. Una función teatral completa, de gran riqueza expresiva, bajo la estructura de un monólogo. Un homenaje a María Callas a través de quien fuera su “cameriera” durante muchos años, hasta el momento de su muerte. Así, Bruna Lupoli nos recibe en su casa, feliz de que lleguen visitantes, confiando en que al fin María salga de su depresión y alterne con gente que la quiere bien. Mientras tanto nos habla, se disculpa por no ofrecernos un té con pastas, pero aprovecha a nutrir su soledad de recuerdos íntimos, profundos, de una amistad que empezó siendo convencional encuentro entre ama célebre y muy estricta con sirvienta que integraba un pelotón de siete empleados del hogar.
Llegamos de puntillas, no es para menos, el teatro se ha convertido en un templo en penumbras dulcemente invadido por la voz de la más grande. Sorprendemos a Bruna escuchando a la soprano cuya voz brota de discos antiguos. Esperamos con ella la aparición de quien tarda en llegar, y tampoco llama como solía: “¿No han oído un teléfono? ¿No? Tal vez esté averiado…”.
Somos fantasmas anhelantes de reencontrarnos con la diva, pero es su fiel criada quien, mientras tanto, nos conduce por habitaciones secretas en forma de episodios compartidos con el gran amor de su vida: una pasión platónica, dichosa en los momentos felices de su madame, y sufriente “sombra” ante el infortunio reiterado de la más grande cantante de ópera de todos los tiempos que se enamoró del hombre más rico del mundo, y también el más solo y más trastornado, coleccionista de mujeres como trofeos. Vida y muerte del romance terrible y la autodestrucción paulatina de Callas. Sin embargo, se trata de un monólogo lleno de vida, de amor, de alegría incluso porque la soledad de la única persona que estuvo en todo momento junto a la cantante está poblada de gente diversa, de la ternura infinita que le provocaba la angustia de alguien que lo tuvo todo y se fue muriendo con las manos vacías y el corazón roto, y la felicidad que, sin embargo, sabía descubrir en las pequeñas cosas de cada jornada.
Quien ocupa el papel de Bruna es Laura Cepeda y logra una sobresaliente creación, un personaje que nos conmueve y divierte a través de todo el cuerpo de la actriz, cuya risa es contagiosa, su ternura un cálido abrazo y sus ojos bañados en lágrimas los de los espectadores.
A diferencia de la versión italiana —ciertamente muy aplaudida—, ésta ofrece una perspectiva de felicidad mucho mayor. La tristeza es aquí un canto de esperanza porque la memoria de los muertos y los vivos se rinde ante una ceremonia fabulosa, incapaz de agobio y de vejez, por eso es tan interesante todo el conjunto de esta función. La adaptación, la escenografía, el vestuario (con participación de la actriz) y la dirección del maestro de actores Eduardo Recabarren. Hay desde el primer momento una atmósfera de complicidad encantadora. Entramos en la casa de una amiga, alguien con quien pasar horas, a quien amamos por su sinceridad y su necesidad de comunicación imperiosa, y porque nos cuenta muchas cosas que nos divierten, interesan, emocionan. Y vemos crecer a esta mujer imprescindible en la vida cotidiana de la Callas, hasta convertirse, sin proponérselo, en La Luponi, prima dona a su manera sencillamente prodigiosa, lo mismo señalando las fotos de María que la rodean (con hombres que la amaron y la dirigieron en el cine y el teatro: Franco Zeffirelli, Pier Paolo Pasolini…), comentando lo poco que come, tan delgadísima, y lo menos que duerme… Lo convencional se hace profundo, las pequeñas cosas de andar por casa se tornan poéticas y la tragedia se transforma en un canto de amor bellísimo que nos envuelve con la voz prodigiosa de Callas, la sensibilidad única de Bruna y la interpretación fascinante de Laura Cepeda, la máxima responsable de que dejemos la butaca conmocionados.
Se nos ha brindado la gran ocasión de escuchar la voz herida de una nostalgia bien plantada. Enérgica, que jamás se compadece a sí misma. Ya nunca más escucharemos a María Callas de la misma manera. Bruna Luponi se sentará a nuestro lado y nos servirá un té exquisito, con el rostro y las maneras de Laura Cepeda.
Mucho se ha homenajeado a María Callas en vida, y más aún desde su fallecimiento con 53 años en su apartamento de París en el año 1977. De origen griego, había nacido en 1923 en Nueva York en el seno de una familia muy pobre. Se han escrito más de 30 libros y realizado varias películas de muy diversa calidad. En el teatro, Master Class es una gran obra de Terrence McNally que estrenó en Madrid Nuria Espert dirigida por Mario Gas. En el cine, Franco Zeffirelli, que la había dirigido en el teatro con gran éxito, realizó un homenaje póstumo decepcionante: Callas Forever, con Fanny Ardant y Jeremy Irons. De los seis documentales que se conocen, la crítica internacional destaca Maria by Callas: In Her Own Words, producción francesa dirigida por Tom Volf, aún no estrenada en España. En esta película hay secuencias históricas de Callas en escena y en entrevistas, y sobre ella hablan: Vittorio de Sica, Luchino Visconti, Franco Zeffirelli, Pier Paolo Pasolini, Marilyn Monroe… En ninguno de estos testimonios, por demás interesantes, aparece Bruna, La camarera de la Callas.
Texto original de Roberto D´Alessandro
Versión sobre el original e intérprete: Laura Cepeda
Director: Eduardo Recabarren
Ayudante de dirección: Christian Blay
Diseñador gráfico: Juan Varela Simó
Montaje vídeo y fotografías: Iván Dueñas
Producción: Laura Cepeda
Escenografía: Eduardo Recabarren, Laura Cepeda
Vestuario: Laura Cepeda
Iluminación: Aintzane Garreta
Música: Ráfagas musicales de Medea de Cherubini. Norma de Bellini, Tosca de Puccini y Oh Mio Bambino Caro de Gianni Schicchi
AGRADECIMIENTOS a la Librería Sin Tarima, especialmente a Santiago, Jokim y Miguel.