All You Can Eat Buddha (2017), de Ian Lagarde – Crítica

 
Por Jaime Fa de Lucas.
Un hombre de gran tamaño entra como huésped en un hotel de algún país tropical. Se trata de nuestro Buda particular –el “All You Can Eat Buddha” del título–, un ser aparentemente desganado que sólo se entusiasma cuando come. Ian Lagarde equipara al protagonista a una figura mística, algo que en principio puede sonar interesante, pero que no tiene ningún trasfondo verdaderamente espiritual.
El lado “místico/espiritual” del protagonista se manifiesta cuando salva la vida a un pulpo varado –y éste a su vez le da las gracias y le desea lo mejor de forma verbal– o cuando ayuda a una chica que no come a recuperar el apetito. Dos hazañas que dan algo de vida a la película, pero que no consiguen evitar el aburrimiento que ésta genera.
Uno de los principales problemas de All You Can Eat Buddha es que su protagonista parece habitar en una burbuja de apatía y glotonería que no resulta nada interesante, algo que se ve acentuado por un desarrollo lento y tedioso. Tampoco ayuda que el enfoque de Lagarde esté a medio camino entre lo cómico y lo serio, ya que genera una atmósfera indefinida. Por si esto fuera poco, muchas veces se dedica a divagar con imágenes y escenas cuya relevancia es cuestionable.
En definitiva, es una película que alterna entre detalles relativamente sutiles, escenas extrañas e imágenes intrascendentes y que en ningún momento transmite algo intenso o se convierte en una experiencia visual interesante. Apenas hay algo que impulse a la película a ir hacia delante, de ahí que el espectador pierda el interés. Lagarde intenta llamar la atención con algunas extravagancias, pero suele perder el norte con bastante facilidad.

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