'Refugio', de Terry Tempest Williams
Refugio
Terry Tempest Williams
Traducción de Regina López Muñoz
Errata Naturae
Madrid, 2018
425 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca / Fuente: Tan alto el silencio
Fe, esperanza y caridad. Las tres virtudes teologales se pueden interpretar de varias maneras, algunas dañinas. Otras son las que hace de ellas un refugio contra el horror de vivir. De las primeras interpretaciones, será otro libro el que dé pie a exponerlas. En este, sirven de refugio contra el imperio de un mundo que se desmorona. Ponen techo y paredes contra el acoso de la amenaza global, la ecológica, y la individual, el cáncer. Gracias a ellas la autora, una joven Terry Tempest Williams (Utah, 1955), encuentra sostén contra la amenaza de la destrucción. Por un lado, está el motivo ecologista, la conservación y recuperación del Refugio, esta vez escrito con mayúsculas. Se trata de un hábitat ideal para aves migratorias y endémicas, una laguna cerca de la ciudad de Salt Lake City, en la que un pequeño grupo lucha por recuperarla para la conservación y recuperación de aves. Las aves vuelan, pero ella, la autora, pasa por un momento de su vida en el que está más atada que nunca a su lugar de origen.
Pertenece, como cabe sospechara, a una familia mormona. Fe, esperanza y caridad es algo más que las virtudes teologales, es la autopista hacia el más allá. Pero no es de eso de lo que se ocupa. Tempest Williams trabaja en dos vertientes: el Refugio está amenazado por la crecida del lago salado, constantemente amenazado. En cuanto se produzca un trasvase del agua del lago mayor, la salinidad liquidaría todo el ecosistema. Mal asunto. Su brega es con las autoridades, con distintos proyectos, y con una pequeña parte de la población que, al igual que ella, todavía cree que es necesaria la conservación de la naturaleza, todavía cree en la ecoterapia. Salvando a las aves, se salvan a sí mismo. El egoísmo, algo que puede estar engarzado con la fe, la esperanza y la caridad, resulta así que es altruista y, por tanto, necesario. Pero junto a esa vertiente, que descubre casi por casualidad, está la tradición, los rituales mormones.
A lo largo del tiempo que abarca el relato, el conservacionismo comparte acción con la muerte de la madre. Un cáncer irá dando fin a su vida. Sus fases de recuperación se alternan con las recaídas y esto condiciona la vida de Tempest Williams. El Refugio es donde se encuentra a sí misma libre de la carga, con la buena esperanza y la parte de ilusión que contiene la fe. Si este mundo ha supuesto una lucha, el que viene después será todo descanso. No hará falta la caridad, virtud que practica entregándose al santuario para aves. El desastre ecológico parece anunciado, ya que se encuentran en franca minoría frente a los intereses de la mayoría de los ciudadanos que, el propio sustantivo lo indica, están más preocupados por los servicios urbanos y las carreteras que por las garzas. Durante la primera mitad del libro, con esto mantiene la tensión narrativa y el lector, que se ve inmerso en una batalla de la que lamenta no participar, no precisa de ninguna otra estrategia del relato que no sea la autobiográfica, la memoria que va y viene de un mal a otro, de una esperanza a otra. Pero Tempest Williams descubre que el cáncer ha sido algo a lo que han estado predispuestas las mujeres de su familia.
Entonces, sin abandonar su refugio y a su madre, emprende una investigación acerca de las consecuencias de las pruebas nucleares que tuvieron lugar en el desierto de Nevada. Si existe el Refugio, que es el cielo en la Tierra, resulta que también existe el infierno sin necesidad de navegar en la barca de Caronte. Hay un infierno creado por la maldad humana. El libro no abandona su carácter narrativo, a pesar de la tentación a una cierta filosofía, o teología, que todo esto impone. Tempest Williams elige, y sigue eligiendo, la vida. Eso supone fe, esperanza y caridad, sobre todo caridad de tipo humanista, y consagrarse a una vida de defensa de la naturaleza en un entorno que, en principio, no se nos antoja como el más bello. No son los bosques, no es la montaña o el río. Es el desierto, el territorio por excelencia de los ascetas. Porque a ella le basta con la austeridad para reconocer que uno vive en el presente. Que el presente es un regalo y un refugio.