'Pelea de gallos', de María Fernanda Ampuero
Por Ricardo Martínez Llorca
@rimllorca
Pelea de gallos
María Fernanda Ampuero
Páginas de Espuma
Madrid, 2018
115 páginas
Rara vez, por no decir ninguna, nos habíamos encontrado frente a un escritor que narrara como si estuviera todo el rato describiendo. No hay frase de descanso, no hay reposo en las elipsis, no hay nada que no sea descripción, porque los actos, los gestos, las reacciones están en función de una concepción del mundo en la que nadie se salva. Se es víctima o victimario, pero igualmente participe de una literatura que es un trabajo, convertido en una moral que nos engulle por falta de aire, porque lo pordiosero abunda. Y duele. El estilo es siempre denso y el ritmo concentrado. Y la vida es lo que sucede por haber puesto mal los enchufes: los apagones, los cortocircuitos, los calambres y hasta las muertes. Todos los personajes parecen haberse emborrachado con una sopa que en el caso de los más desfavorecidos se llama bodrio, y en el de la burguesía el bodrio es la digestión que hacen de ella. A los personajes de María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) se les podría llamar excipiente de productividad. ¿Suena duro? Lo es. De hecho, cualquier reseña se quedará corta.
Las mujeres están bien jodidas (con perdón). La violencia sucede, los abusos suceden, la sangre sucede, como sucede la muerte y los besos podridos. También la memoria de la infancia, que no pudo ser feliz, por mucho que lo intentara, hasta el punto de que mientras relatan los personajes se dan cuenta de que su memoria ha sido falsa. Su infancia fue sucia, como lo es su realidad. Tristes e insultados, sobrevivieron por la naturaleza de la respiración y la digestión de pan rancio. El mundo es hostil, tanto como para resultar imposible encontrar tu lugar. Hay muchachas a las que no se las quiere ni para el sexo de los borrachos y otras a las que se las hace sangrar con la violencia del sexo. De hecho, el primer relato habla de alguien que elige ser muy desagradable para sobrevivir en este mundo ingrato. Hasta la menstruación hace de las niñas una monstruosidad de cara a la gente con quienes conviven, aterrorizadas por su padre, por las monjas… porque lo religioso también incrementa la sensación de angustia. La violencia llega hasta a las pasteleras que han dedicado toda su vida a fabricar tartas para los cumpleaños. Claro que a quien ya no es niño, una muerte más le trae sin cuidado, porque ya no desea su tarta con forma de Barbie.
El silencio será sinónimo de basura y las mascotas se comen a sus hijos. ¿Rezar? ¿Para qué? ¿Para qué sirve la ilusión de creer que hay un consuelo más allá del mundo de los injustos? Del mundo de las enfermedades venéreas, de la religión, del fetichismo, de la prostitución y del machismo, del exceso de machismo. El odio se instala hasta entre los que podrían sacar provecho, y los ataques de locura son privilegio de los ricos, su forma de destrozar el mejor mundo posible y permitir que continúe la miseria. La superficialidad de la clase alta no se escapa a la mirada de Ampuero. Nos habla de mujeres burdas y obscenas. Después de leer esto, ¿a alguien puede quedarle ganas de atreverse con el libro? Sí, deberían. Porque tal vez el mundo sea feo, pero Pelea de gallos es un libro sincero. Y, desde luego, consigue lo que pretende. Lejos de los convencionalismos, los relatos hacen saltar por los aires las normas del género y nos presentan a una narradora dotada de un oído extraordinario. Alguien que sabe reflejar en un texto lo que registra con la mirada. Una escritora de gran calibre.