Historia de los caballos
Por Gaspar Jover Polo.
Paralela a la historia de los protagonistas actores de las películas de aventuras, puede discurrir otra sobre los caballos más fotogénicos del séptimo arte. Se trataría, sobre todo, de una historia paralela a la del cine del Oeste y del medieval, los dos géneros especializados en los que es más frecuente la utilización de los animales de monta. Habría que resaltar en este estudio la importancia de las monturas sobre las que se han paseado los principales héroes, las estrellas del cine de todas las épocas. Esta investigación tendría, además, la ventaja de que versa sobre un tema del que se ha hablado poco y que, en consecuencia, está todavía por hacer. Sería tan novedosa, que habría que empezar por elegir el punto de vista sobre el que organizar el estudio. Es un contenido casi virgen y todos los puntos de vista están libres todavía. Se podría elegir como base el relato cronológico sobre el papel que han ido desempeñando estos animales desde la época muda al cinemascope; o se puede utilizar también la clasificación por importancia; algo así como un ranking con los caballos más fotogénicos o que han desempeñado papeles de mayor relieve. Si elegimos este segundo criterio, tendremos que tener en cuenta, seguramente, que los diez caballos más importantes no tienen por qué coincidir con los diez actores más famosos del género de aventuras, pues el papel que se le asigna al caballo del protagonista no siempre va unido al buen hacer del actor. Es una clasificación paralela a la de las mejores películas aunque, si la labor del director y la de su equipo ha sido excelente, los animales resultan favorecidos por lo general. En ocasiones ocurre una simbiosis perfecta en el sentido de que actor y montura se muestran a un parecido nivel; comparten protagonismo y acierto; y esos serán los casos que resulten especialmente llamativos en la historia de los mejores diez caballos. Hay películas en que la relación entre caballo y jinete es motivo central para el guionista y en las que se nota que la compenetración entre ambos es perfecta. En estos casos excepcionales, no faltan los duelos a tiros o a espada, la confrontación entre buenos y malos, pero, destacan sobre todo los momentos en que los dos protagonistas viajan solos el uno a lomos del otro y en los que se hacen mutua compañía por la soledad de los exteriores; son momentos en los que amo y caballo mantienen incluso un diálogo verosímil. El vaquero se dirige al animal como si el bruto pudiera entender, salta la chispa en la relación y la sintonía de intereses se acerca hasta un punto que nos puede producir escalofríos. Una historia sobre la presencia equina en el cine es una tarea intelectual de largo alcance que espera a que algún estudioso de la materia se anime. El tema es sin duda atractivo porque un buen jinete cabalgando sin pausa pero sin prisa por las Montañas Rocosas o por la fértil pradera, con el fondo de las altas sierra cubiertas de nieve, siempre llama la atención de los entendidos y también de los espectadores.
El caballo no sólo destaca por su presencia física en la pantalla, por su belleza en medio del entorno natural, sino que muchas veces juega un papel de importancia en el desarrollo del argumento. La peripecia argumental parece que va a decaer con el exclusivo protagonismo de los actores y, entonces, el papel principal se desplaza a la montura, que es capaz de salvar a su jinete en el momento crucial y que alcanza por ello la altura de coprotagonista. Si nos ocupáramos por ejemplo del cine de aventuras medievales, quién no recuerda la famosa escena de las arenas movedizas en la que el caballo libra a Robert Taylor (Lanzarote del Lago) de una muerte anunciada. Cualquiera que haya vista esa película, Los caballeros del rey Arturo, recordará el momento clave en el que el caballo salva al caballero en un alarde de inteligencia animal. Es una secuencia que ya ha quedado fijada en la memoria de varias generaciones de amantes del cine, pero que es conveniente repasar para poner como ejemplo de esta investigación sobre los caballos. Robert Taylor realiza, a lo largo de la película, varios combates a lanza, como era entonces costumbre, en los que resulta vencedor amparándose en la habilidad de su montura. El caballo blanco va cubierto por la gualdrapa roja que hace juego con la vestimenta de Lanzarote, ambos se compenetran como dos viejos socios, pero la última lucha es a espada y a pie y parece que el papel del bonito animal está agotado. Luchan a brazo partido Lanzarote y Mordrec y, cuando el protagonista, Taylor, consigue asestar una puñalada definitiva en el cuerpo del malvado Mordrec, éste le da un empujón con sus últimas fuerzas y hace caer al héroe por un precipicio que queda justo encima de las arenas movedizas. Es evidente que, con el peso de la armadura, acabará sumergido en cuestión de segundos. El caballo blanco había permanecido fuera del plano y al margen de la confrontación, parecía desaparecido, hasta que Robert Taylor se ve en la precisión de pedir socorro. Lo llama, viene corriendo, se acerca al trozo de arena blanda y, sin llegar a hundir las patas delanteras en la poza, estira el cuello para que el protagonista hombre pueda agarrarse de las riendas que le cuelgan; luego hace marcha atrás y lo saca empapado y a peso muerto. El animal hace dos, tres pasos hacia atrás para estirar de un amo que ya había arrojado la toalla. La compenetración entre ambos es grande y, al menos en esa secuencia fundamental, resulta claro que el caballo consigue la mayor parte del protagonismo gracias a su fuerza y a sus otras capacidades.
Para hacer esta historia paralela a la de actores y directores, son fundamentales las películas que tienen como tema central la relación del jinete con el compañero animal, y, de entre ellas, en el número uno de la clasificación por importancia, en el top-ten de las estrellas equinas, tal vez se debería colocar al protagonista del film de David Miller que en España se distribuyó con el título de Los valientes andan solos. Es en esa película de vaqueros modernos donde la presencia del animal alcanza un protagonismo equiparable al de Kirk Douglas, el actor cabeza de cartel. Se trata de un Western muy crepuscular, en la línea de por ejemplo Vidas rebeldes de Huston, otro film en el que también destaca el protagonismo de los caballos. Kirk Douglas hace el papel estelar; es un vaquero profesional que, naturalmente, va la mayor parte del tiempo a caballo, sobre un animal que ha comprado hace poco y que todavía está en proceso de aprendizaje. He dicho caballo pero, en realidad, se trata de una yegua, de un animal negro y aún muy joven al que su amo llama Whisky. Para que la relación entre las dos especies resalte es conveniente que ambos se desplacen por un entorno natural grandioso y sobre todo extenso, por una tierra todavía deshabitada y libre de barreras. Y es por eso que el cine del Oeste salvaje es, tal vez, el que mejor se presta para que los caballos luzcan con todo esplendor. La yegua Whisky destaca por su desmedida afición por las manzanas, tanto que, en vez del conocido terrón de azúcar como recompensa para cuando obedece, esta yegua recibe en todos los casos una manzana verde.
Son largas las jornadas de marcha por el campo abierto, pueden llegar a ser también aburridas y agotadoras y, para que esos largas cabalgadas resulten verosímiles, el director debe hacer hincapié en la mutua dependencia y en la sintonía de objetivos entre el hombre y el animal: el hombre acaba haciéndose amigo del bruto a través de esas largas distancias aunque no se sienta particularmente atraído por el caballo. El jinete casi siempre se ve obligado a atravesar un pequeño arroyo de aguas poco profundas y, justo en mitad del cauce, manda detener a la montura para que pueda beber tranquila y, luego, se echa hacia adelante y le pasa la palma de la mano un par de veces por el cuello con un movimiento típico y que se parece a una caricia. Esta es una secuencia típica del buen cine porque la acción trepidante no está reñida con los momentos cotidianos en los que el argumento cargado de acontecimientos busca un remanso y desliza una instantánea bucólica. Un detalle tan sólo por parte del director para compensar el ritmo alto de las secuencias repletas de tiros y de puñetazos. La pantalla se llena de colorido, de música ligera o de un sonido ambiente que hace las imágenes más verosímiles. Y en las mejores secuencias de este tipo de cine, parece también como si el vértigo de la acción característico del género se detuviese y la peripecia principal perdiera peso. Es más, son esos momentos que parecen intranscendentes los que consiguen que el escenario natural resulte lleno y que nada le sobre ni le falte. El director puede elegir el plano secuencia en un derroche de independencia o de inspiración: y, en ese mismo plano medio o largo, terminan de cruzar el arroyo y, después de ascender la rampa del cauce, amo y montura siguen avanzando de espaldas a la cámara, muy despacio pero muy erguidos, como sintiendo el peso de su protagonismo. En Los valientes andan solos, el caballo es el coprotagonista porque hay decenas de planos con amo y caballo a la vez: cabalgadas, saltos, y una relación entre ellos poco convencional por la intensidad con que se compenetran. Tal vez, en esta película en concreto, los dos formen un trío con el paisaje todavía silvestre aunque ya muy amenazado por el avance de la civilización. Hay también una peripecia argumental que tiene la principal cualidad de no estorbar el desarrollo de estos sentimientos casi fraternales. A Kirk le gustan los animales y no es el típico vaquero rudo que tanto abundaba por el Oeste lejano.
Whisky, la yegua, está todavía en proceso de aprendizaje y, al principio de la película, el vaquero tiene que demostrar mucha paciencia pues ambos se encuentran todavía en el tiempo de formación. Es un bello animal oscuro con una preciosa crin de color plateado. El vaquero le da instrucciones constantemente y no llega a irritarse del todo cuando la yegua se obstina en no obedecer. No parecen avanzar mucho en las clases, pero el jinete se esfuerza para que ella entienda las normas más elementales. No tiene todavía la yegua a punto y enseguida van a desarrollarse los acontecimientos. Cuando la peripecia argumental se complica y el personaje de Kirk es perseguido por una nube de agentes de la ley, da la impresión de que esa yegua todavía indócil va a resultarle más bien un estorbo.
Están subiendo por una montaña para esquivar a la autoridad y llegan a un punto en que la ascensión se vuelve demasiado empinada. Tal vez fuera mejor dejar el caballo, piensa Kirk, abandonarlo; de hecho la mayor parte de la pendiente la hacen a pie con el amo tirando de las riendas de Whisky, tropezando y cayendo de vez en cuando los dos. Pero el vaquero no ha terminado todavía el proceso de la enseñanza y no quiere dejar a medias una tarea en la que ha empleado tanta energía. Kirk sabe muy bien que Whisky tiene la virtud de encabritarse en los momentos menos oportunos y que no es fácil de controlar cuando la situación se complica. Es una película para sufrir por el amo a lo largo de todo el metraje y, sobre todo, por la yegua. El policía que los persigue está de acuerdo también en que ese caballo va a ser la ruina del fugitivo. Llega el momento en que tiene que trepar con cuerda para salvar el último tramo de la ascensión, que es una pared casi vertical; Whisky debe ser abandonada porque no queda otro remedio: “no me has causado más que molestias desde el día en que te compré, no sirves más que para eso; adiós Whisky. Y suerte”. Y empieza a trepar agarrándose a la cuerda con las dos manos. Ya está a mitad de la pared, pero, después de despedirse, vuelve la vista y la mira: “Eres peor que una mujer. Qué le vamos a hacer”, y la mira con una intensidad que desmiente por completo el reproche. Baja de un salto y decide dar un rodeo para no tener que abandonar a su animal. La desata y tira otra vez de las riendas pues reconoce en su fuero interno que ambos comparten el mismo destino: el de despeñarse por el desfiladero. Ella, naturalmente, tampoco quiere separarse del amo.
Un caballo es más bien un estorbo cuando la ascensión se complica. Ambos resoplan por el esfuerzo de la caminata. El terreno es pedregoso y polvoriento además de en pendiente. Por fin, llegan arriba, están cerca de un bosque más o menos llano y muy tupido por el que adentrarse y escapar justo cuando los policías perseguidores se les acercan: “Es el bosque más hermoso que he visto”, o, por lo menos, eso es lo que le parece en una situación tan difícil a Kirk. Kirk monta deprisa y emprende la galopada hacia el abrigo natural; sabe que, si consiguen llegar a los pinos, los dos estarán salvados. Les disparan pero llegan hasta los primeros árboles que les sirven de protección. Los papeles de los dos protagonistas parecen cambiar de golpe por lo que se refiere a la cuestión de la importancia: la supervivencia depende ahora del caballo más que del caballero según confiesa el propio jinete. Han herido a Kirk en una pierna y ya no puede desplazarse por su propio pie: “ahora dependo de ti”, le reconoce. La importancia de la yegua se agiganta e incluso el carácter del animal parece trasformarse por obra de la responsabilidad que le ha caído: Whisky se comporta como si hubiera madurado y aprendido de pronto todas las lecciones. Aceleran y van cabalgando en contra del viento como si flotaran por en medio de los pinos. Ya se han alejado mucho de la policía. Van cabalgando a buen trote camino de la frontera mejicana aunque antes tienen que salvar un último obstáculo, el obstáculo de la autovía que sirve de frontera entre el estado de Texas y México. Kirk deja pasar unos instantes hasta que el tráfico disminuye y, cuando ve la carretera más despejada, espolea al animal al mismo tiempo que empieza a llover. Están sobre la carretera y un camión empieza a tocar el claxon, lo que produce el efecto de que la yegua se espante: pasa un auto, otro auto que casi los golpea. Kirk intenta calmarla, dominarla, ejerce sus mejores dotes de jinete, pero ella se queda bloqueada sobre el asfalto hasta que el camión no puede evitar el atropello. Kirk o el personaje que representa Kirk Douglas en este film está muy malherido; a unos pasos de él y en la misma cuneta, se queja y patalea Whisky. Kirk está muy mal; muestra una expresión en el rostro realmente desencajada bajo las gotas de lluvia, pero, al oír el tiro con el que un policía pone fin a la vida de su compañera, acusa el golpe y parece capaz de sufrir un poco más todavía. Permanece consciente a pesar de todo y se da cuenta de lo que ha sucedido a unos pasos de donde se encuentra tendido e inmóvil. Llega el camionero a ayudar, llega la policía y, al momento, se escucha un tiro y la película termina no con la muerte del protagonista humano, de una de las estrellas más importantes de todas las épocas, que es recogido con vida por la ambulancia. No ha conseguido su objetivo de escapar pero al menos está vivo. Se lo llevan en ambulancia en un final un tanto prosaico para tratarse del héroe.
Y es precisamente ese último tramo del film lo que le confiere un valor sobresaliente a Los valientes andan solos. Esta película debería figurar en un lugar muy destacado de la historia de los caballos en el cine precisamente porque termina con la muerte del animal. Destaca también porque tiene un final cruel y desesperanzado pero que resulta absolutamente obligatorio tratándose de un western crepuscular. Se trata del final idóneo porque es uno de esos casos raros en la historia del cine de aventuras en que una de las estrellas es el caballo o, por lo menos, la entrañable relación que mantienen el héroe y la montura que le sirve de compañía y que, a la vez, lo transporta. Es decir, un número uno del ranking si decidimos elegir la clasificación de las películas por la importancia del animal.
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