'Hotel Savoy', una obra de Joseph Roth
Por Por Jakub Nowak.
Hablar sobre literatura europea de la década de 1920 significa, necesariamente, hablar sobre “literatura de entreguerras”. El uso mismo del término frecuentemente resulta incómodo, sugiriendo en una óptica historicista y social que hay veces que el texto no necesita. Fueron, recordemos, los años de Marcel Proust y Virginia Woolf, del “Ulises” y “La montaña mágica”; fue la década de grandes obras literarias en las que la guerra, si bien alcanzable tirando de los hilos filosóficos de sus junturas, no estuvo presente de una manera definitoria.
Para contraste, hablar precisamente sobre “Hotel Savoy” de Joseph Roth supone, al contrario de las obras poco políticas de la poética del tiempo desmembrado, sumergirnos en aquello que llamaríamos “literatura de entreguerras” a tal profundidad que nos permite acariciar su propio espíritu. Los orígenes y vida del autor son en sí una indicación de lo que encontramos en su prosa. Nacido en el Imperio Austrohúngaro en territorio de la anterior Polonia, con orígenes austriacos, polacos y judíos, habitante de las capitales de Alemania, Francia y Austria a lo largo de su no muy larga vida. Podríamos decir que el mismo Roth era un cúmulo de circunstancias adversas, como también lo fue la Europa de los 20 y la correspondiente imagen cincelada por los renglones de su opera prima.
La imagen en sí es establecida en base a una narración sencilla y estructurada para dar a la lectura un ritmo que arrastra con calma, pero inexorablemente. El estilo de Roth rehúye de la sintaxis compleja y de la descripción minuciosa. Su lenguaje resulta situarse en la plácida franja donde convergen de alguna manera lo necesario con lo onírico, dando lugar un universo real y asolado a la par por espíritus de ideas suspensas entre paréntesis imaginaros.
Roth construye este escenario sobre Łódź – una ciudad fuertemente industrializada en potestad de la recién renacida Polonia, que durante más de un siglo había formado parte de Prusia. Lo edifica como un hotel, el titular hotel Savoy. Este funcionará prácticamente como una unidad territorial propia en la que se condensará toda la complicación social de aquella década. Afrontamos, pues, una división contrastada que situará a los personajes según su clase social en distintos pisos que contarán incluso con sus propios husos horarios. Le sumaremos la presencia de una clase obrera en condiciones de esclavitud, un grupo de repatriados rusos empujados por la revolución a reclamar también para ellos la conciencia europea, una burguesía venida a menos y, finalmente, un esquivo amasador de fortuna del Nuevo Mundo a quien toda la ciudad esperará como si de Godot se tratase. La guinda del pastel la supone un grupo de jóvenes desamparadas, reducidas a mercancía ante la mirada de una masculinidad desapasionada – lectura hoy en día relevante independientemente de Joseph Roth.
Este galimatías étnico, lingüístico y político dará lugar, evidentemente, a una peripecia. Su inmersión en las profundidades carcelarias de lo que sería un Hotel California en la Europa Central de los años 20 le da el ya mencionado tinte onírico, haciendo de la política una fábula, haciendo que al mascar la tragedia podamos percibir un confuso sabor dulce. Y a pesar de que para la feliz ignorancia de sus contemporáneos la obra de Roth fue una de postguerra, el término “de entreguerras” le queda como un guante. La escalada vertiginosa de tensión – aunque fuese en un universo en miniatura – que la Gran Guerra más que disipar recargó de rencor tendría, tanto para Europa como para “Hotel Savoy”, un único desenlace posible. Un desenlace que engendra la llama destinada a consumir el mundo.