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Los relatos de Culturamas 2018
Henry James escribió que el cuento se situaba «en el punto exquisito en donde acaba la poesía y empieza la realidad». Los personajes que pueblan los cuentos son extraños, fascinantemente particulares y, al mismo tiempo, gente corriente, reconocibles para el lector. Los relatos se pueden leer de una sentada, como si se tratase de un poema. El cuento es huidizo, secreto, una voz solitaria donde se concentra en él una crisis, “una unidad de impacto”, como creía Edgar Allan Poe. El gran cuentista, Julio Cortázar, lo definió como «tan huidizo en sus múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí mismo». Y existen otras definiciones algo más alegóricas, como la de la escritora estadounidense, Flannery O’Connor, que refleja una visión del cuento como la voz solitaria de “grupos de población sumergida”. Ya que O’Connor veía el género alejado de la colectividad.
El cuento es todo esto y más. Y, cada semana, desde Los relatos de Culturamas hacemos una llamada a todos los cuentistas que llegan a nuestra publicación, para que nos envíen sus textos inéditos. Aquí tendrán un lugar para darles visibilidad, para que sus palabras y su nombre empiecen a retumbar en el ágora virtual. A final de año elegiremos a los diez finalistas y de ellos saldrá, por votación pública, el ganador.
¡Queremos leeros, voces prometedoras!
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Carpe Diem
El poeta latino Quintus Horatius Flaccus, fue quien escribió aquél día, a su amiga Leucone: “…carpe diem quam mínimum crédula postrero…” y los historiadores recogieron el guante traduciéndolo al español como: “aprovecha el día, no te fíes del mañana”. Otros, más barrocos, románticos o renacentistas, podrán encontrar otra punta de la frase “carpe diem” y la compusieron literalmente como “vive el momento”. Pretenciosa actitud de Horacio para negarle a la vida, el tener que confiar menos en el mañana y disfrutar cada instante del presente. Porque el tiempo pasa y el mañana llega sin darnos cuenta.
Cándidamente negamos el “momento mori” de la sentencia latina que nos recuerda el “Vive el momento, recuerda que vas a morir”. Y es cierto pensar que la muerte es la única certeza que nos asegura la vida. Todo lo demás, no lo sabemos e inconscientemente, no lo queremos imaginar ni atrevernos a conocer.
Sin embargo, hoy la muerte ha llegado a golpearme las palmas de las manos, cuando retuve el cuerpo inerte de mi perro, ya viejo y achacoso. Lo escuché gemir y cuando salí a su encuentro, lo vi tendido a lo largo sobre la tierra en el gesto estoico de un guerreo agonizante después de la batalla. Apenas movía una de las patas y al acercarme, alcanzó a levantar la cabeza para regalarme una mirada triste de despedida o quizás, para disculparse por no poder ofrecerme un mañana.
Lo retuve entre mis manos como si pudiera insuflarle vida. Como si con la presión de mis dedos, pudiera retener su alma para que no se le escape del cuerpo enflaquecido por los años. Él, Homero, nuestro perro, permaneció en silencio mirándome cargado de recuerdos y miles de afectos alimentados por más de quince años juntos. Compartimos el mismo hogar, al cubierto del mismo techo. “Los perros no viven tanto tiempo” me dijo la veterinaria la última vez que vino a revisarlo. Y sí…, todos suponíamos que algún día Homero habría de morir.
Si lo mismo habrá de pasarnos a cualquiera de nosotros; él no tenía por qué resultar ajeno a la sentencia. “Carpe diem momento mori” debí recordar el instante en que la vida de mi amigo se me escurría entre los dedos que acariciaban su pelaje marchito. Lo que no podré olvidar es el calor de su cuerpo; latía despacio y en sus ojos tibios, la mirada triste que suelen tener las despedidas del para siempre.
Hoy la muerte, así chiquita, sin mayúsculas, la dueña de todas las vidas, vino a llevarse a Homero. A ese pedazo de mi vida que de cachorro aceptó su nombre en honor al poeta griego, como si desde tiempo atrás lo conociera. La gran diferencia en sus dignidades es que este Homero era mi perro, el perro de la familia, el amigo con quien nos fuimos poniendo viejos a distintos ritmos y a un mismo amparo. No quisimos darnos cuenta del paso del tiempo y lo creímos eterno.
Por un instante, los recuerdos llegados desde quince años atrás, me golpearon el pecho. Lo imaginé otra vez cachorro y travieso. Inteligente y valiente. Noble como cualquier amigo bueno. Al verlo así, sin mayores esperanzas, no pude soportarlo y cuando la muerte me lo arrancó definitivamente de las manos, como un hombre viejo, rompí a llorar en silencio.
Hola, Eduardo:
Para participar en la convocatoria envíanos tus creaciones a losrelatosdeculturamas2018@gmail.com
El tema es libre y el texto debe presentarse en documento Word y no debe superar las diez páginas en Times New Roman 12 con interlineado de 1’5.
¡Saludos!