bell hooks: "Mujer y empleo"
Más de la mitad de las mujeres de Estados Unidos pertenecen a la población activa. Cuando el movimiento feminista contemporáneo echó a andar, más de un tercio de la población activa estaba formado por mujeres. La mayor parte de las mujeres que conocía en mi entorno afroamericano y de clase trabajadora pertenecían a la población activa, así que fui una de las voces más críticas contra la idea sostenida por las pensadoras feministas reformistas de que el trabajo liberaría a las mujeres de la dominación masculina. Hace más de diez años escribí lo siguiente en Feminist Theory: From Margin to Center: «El énfasis en que el empleo es la clave para la liberación de la mujer hizo que muchas activistas feministas blancas insinuaran que las mujeres que trabajaban “ya estaban liberadas”. A todos los efectos, estaban diciendo a la mayoría de las mujeres trabajadoras que el movimiento feminista no era para ellas». Pero, sobre todo, yo sabía de primera mano que el empleo con salarios bajos no liberaba de la dominación masculina a las mujeres pobres y de clase trabajadora.
El objetivo de las pensadoras feministas reformistas de clase privilegiada era conseguir la igualdad social con los hombres de su clase y por ello igualaban empleo con liberación, pero solo hablaban de las profesiones bien remuneradas. Su visión del trabajo era irrelevante para la mayoría de las mujeres. Cabe destacar que el feminismo hizo hincapié en un aspecto que sí afectaba a todas las mujeres: la reclamación del mismo salario por el mismo trabajo. Las mujeres ganaron más derechos respecto a sueldos y puestos gracias a las protestas feministas, pero no se logró acabar por completo con la discriminación de género. En la actualidad, en muchas aulas universitarias el alumnado dirá que el movimiento feminista ya no es importante dado que las mujeres ya disfrutan de igualdad. Lo que no saben es que la mayoría de mujeres siguen sin recibir el mismo salario por el mismo trabajo y que, de hecho, reciben de media setenta y tres céntimos por cada dólar que reciben sus compañeros.
Ahora sabemos que un empleo no libera a las mujeres de la dominación masculina. De hecho, hay muchas profesionales con sueldos elevados, muchas mujeres pudientes, que establecen relaciones con hombres en las que la dominación masculina es la norma. Sabemos que, si una mujer tiene acceso a la independencia económica y apuesta por la libertad, es más probable que abandone una relación en la que la dominación masculina es la norma. La abandona porque tiene esa posibilidad. Muchas mujeres se comprometen con el pensamiento feminista, eligen la liberación, pero están atadas económicamente a hombres patriarcales y eso hace difícil —por no decir imposible— salir de esas relaciones. La mayoría de las mujeres saben lo que ya sabíamos algunas cuando comenzó el movimiento: el empleo no nos liberará necesariamente, pero es un hecho que la independencia económica es necesaria para que las mujeres se liberen. Cuando hablamos de independencia económica como un agente más liberador que el empleo, debemos dar un paso más y hablar de qué tipo de empleo nos libera: evidentemente, los empleos mejor pagados con horarios cómodos suelen ofrecer una libertad mayor a la trabajadora.
Muchas mujeres se enfadaron porque esa idea feminista les hizo creer que encontrarían la liberación entrando en la población activa, pero la mayoría terminaron trabajando muchas horas en casa además de en sus puestos de trabajo. Incluso antes de que el movimiento feminista animara a las mujeres a trabajar fuera de casa, las necesidades de una economía deprimida ya dieron su beneplácito para este cambio. Aunque el movimiento feminista contemporáneo no hubiera existido, miles de mujeres habrían entrado igualmente en la población activa, pero es poco probable que disfrutásemos de los mismos derechos si las feministas no hubieran cuestionado la discriminación de género. Las mujeres se equivocan al «culpar» a las feministas por hacerlas trabajar —que es una idea muy extendida—. La realidad es que el capitalismo consumista fue el factor que introdujo a más mujeres en la población activa. Debido a la crisis económica, las familias blancas de clase media no habrían podido mantener su estatus de clase ni su estilo de vida si las mujeres, que en su momento habían soñado con trabajar únicamente en sus hogares, no hubieran elegido trabajar fuera de ellos.
Los estudios feministas documentan que los beneficios positivos que consiguieron miles de mujeres gracias a su entrada en la población activa están más bien relacionados con el aumento de su autoestima y su participación activa en su entorno. Independientemente de su clase, la mujer que se quedaba trabajando en el hogar, al estar aislada, solía sentirse sola y deprimirse. Aunque la mayoría de trabajadores sienten que su puesto de trabajo no es estable, ya sean hombres o mujeres, sí les proporciona la sensación de formar parte de una estructura mayor. Mientras los problemas del hogar generan altos niveles de estrés y son difíciles de resolver, las dificultades en el lugar de trabajo se comparten con el resto y la búsqueda de soluciones no es tanto una tarea individual o aislada. Cuando los hombres eran la mayoría de los que salían a trabajar en un empleo, las mujeres trabajaban para que los hogares fueran un lugar cómodo donde ellos pudieran relajarse. El hogar solo resultaba relajante para las mujeres cuando no estaban cerca ni sus maridos ni sus hijos e hijas. Cuando las mujeres que trabajan en casa pasan la mayor parte del tiempo atendiendo las necesidades de otras personas, los hogares se convierten en un lugar de trabajo para ellas, no en un lugar para relajarse, sentirse cómodas y disfrutar. El trabajo fuera del hogar ha sido siempre más liberador para las mujeres solteras (muchas de las cuales viven solas y pueden ser o no heterosexuales). La mayoría de las mujeres no puede siquiera encontrar un trabajo satisfactorio y su participación en la población activa está reduciendo su calidad de vida en el hogar.
Ciertos grupos de mujeres privilegiadas con educación superior anteriormente desempleadas o con empleos precarios consiguieron, gracias a los cambios que el feminismo logró en materia de discriminación laboral, un mayor acceso a empleos que satisfacen y sirven de base para la independencia económica. Sin embargo, su éxito no cambia el destino de miles de mujeres. Hace años, comentaba lo siguiente en Feminist Theory: From Margin to Center:
Si mejorar las condiciones de las mujeres en el lugar de trabajo fuese el objetivo central del movimiento feminista, junto con conseguir empleos para todas las desempleadas y mejorar el salario de todos ellos, entonces el feminismo se podría considerar un movimiento que afronta las preocupaciones de todas las mujeres. El feminismo se ha centrado en realidad en conseguir que las mujeres tengan trabajo en profesiones muy bien pagadas más que en todas las mujeres alienadas del movimiento feminista. Las activistas feministas se equivocaron al considerar que el aumento de mujeres burguesas en la población activa podía ser una señal de que las mujeres en su conjunto estaban ganando poder económico. De haberse fijado en la situación económica de las mujeres pobres y de clase trabajadora, el feminismo habría visto el problema creciente del desempleo y el actual proceso de feminización de la pobreza.
La pobreza se ha convertido en un problema central para las mujeres. Los intentos del patriarcado capitalista supremacista blanco por desmantelar el sistema de bienestar de nuestra sociedad privarán a las mujeres pobres e indigentes del acceso a las necesidades más básicas para la vida: techo y comida. El regreso a los hogares patriarcales es la solución que ofrecen a las mujeres los políticos conservadores que ignoran la realidad del desempleo masivo de hombres y mujeres, así como el hecho de que ya no existen empleos capaces de sostener por sí solos una familia y de que muchos hombres no quieren sostener económicamente a mujeres, niños y niñas, a pesar de tener un sueldo.
Actualmente no existe ningún plan feminista que ofrezca una salida a las mujeres ni una manera de repensar el empleo. Como el coste de la vida en nuestra sociedad es elevado, el empleo no supone independencia económica para la mayoría de los trabajadores, tampoco para las mujeres. Sin embargo, la independencia económica es necesaria para que todas las mujeres puedan elegir liberarse de la dominación masculina y autorrealizarse completamente.
El camino hacia una mayor independencia económica debe incluir formas de vida alternativas a la imagen de buena vida que nos presentan los medios de comunicación patriarcales, blancos, supremacistas y capitalistas. Para vivir bien y con plenitud, para tener un empleo que mejore la autoestima y el respeto por una misma con un sueldo digno, necesitamos medidas para el reparto de tareas. El profesorado y el personal de servicios deben cobrar más. Los hombres y las mujeres que deseen quedarse en el hogar para criar a sus hijos e hijas deben contar con subsidios del Estado, así como con programas de educación en casa, para que puedan terminar la educación secundaria o realizar estudios universitarios; gracias a la tecnología, podrían seguir cursos universitarios a través de vídeos, además de acudir a clases presenciales. Si nuestro gobierno apostara por el bienestar en vez de por el gasto militar y toda la ciudadanía tuviera acceso legal a una ayuda estatal durante un año o dos en caso de no poder encontrar un empleo, se acabaría con el estigma asociado a los programas de asistencia social. Si los hombres tuvieran un acceso igualitario a esta asistencia, también se acabaría con el estigma del género.
Cada vez es mayor la brecha que separa a las mujeres pobres de sus homólogas privilegiadas. De hecho, gran parte del poder de clase que poseen los grupos de mujeres de élite, sobre todo las ricas, se ha conseguido a expensas de la libertad de otras mujeres. Ya existen pequeños grupos de mujeres de la clase dominante que están tendiendo puentes a través de programas económicos que apoyan y ayudan a mujeres menos privilegiadas. Las mujeres pudientes que siguen comprometidas con la liberación feminista —sobre todo aquellas que han heredado su riqueza— están desarrollando estrategias de economía participativaque recogen su preocupación y solidaridad con las mujeres pobres y de clase trabajadora. En la actualidad, estas mujeres son una pequeña minoría, pero su incidencia crecerá a medida que su trabajo sea más conocido.
Hace treinta años, las feministas no pudieron anticipar los cambios que tendrían lugar en nuestra sociedad en términos laborales. No se dieron cuenta de que el alto nivel de desempleo se convertiría en la norma, que las mujeres se podrían preparar para empleos que, sencillamente, no existirían. No previeron el asalto conservador y en ocasiones liberal al Estado del bienestar, no sospecharon que las mujeres solteras sin recursos serían demonizadas y culpadas por su precariedad económica. Todas estas realidades inesperadas hacen que necesitemos pensadoras feministas que reflexionen de nuevo sobre la relación entre liberación y empleo.
Contamos con mucha literatura feminista que aborda el papel de la mujer en la población activa actual y cómo ha cambiado su propia percepción y su papel en el hogar, pero no con estudios que confirmen si el crecimiento del empleo de las mujeres ha cambiado de manera efectiva la dominación masculina. Muchos hombres culpan a las mujeres del desempleo, ante el miedo de perder esa identidad estable que les otorga ser proveedores patriarcales, a pesar de que se trate tan solo de un mito. Uno de los objetivos futuros más importantes para el feminismo debe ser informar a los hombres de forma realista sobre la relación de las mujeres con el empleo para que puedan entender que las mujeres trabajadoras no son sus enemigas.
Las mujeres pertenecen a la población activa desde hace mucho tiempo. Tanto si los salarios son dignos como si son bajos, muchas mujeres no perciben que su empleo sea tan significativo como preveían las feministas utópicas. Cuando las mujeres trabajamos para ganar más dinero y consumir más en vez de para mejorar la calidad de nuestras vidas a todos los niveles, el empleo no nos conduce a la independencia económica. Tener más dinero no significa tener más libertad si no invertimos en bienestar. Es importante que el futuro movimiento feminista repiense el significado del empleo. Para su éxito, es vital tanto buscar vías para que las mujeres salgan de la pobreza como pensar estrategias que las permitan disfrutar de una buena vida a pesar de la escasez sustancial de recursos.
En las etapas tempranas del movimiento feminista, no se estableció la independencia económica como objetivo principal, pero poner encima de la mesa las necesidades económicas de las mujeres puede ser un trampolín que provoque una respuesta colectiva. También puede ser un punto de encuentro para la organización colectiva, una cuestión en común que puede unir a todas las mujeres.
(Fuente: «El feminismo es para todo el mundo», bell hooks, Traficantes de Sueños)