'Bajo la alfombra' de Ángeles Mora hay poemas y mucha vida
Por Ángela S. Aragón. @angelasaragon
Ángeles Mora destacó en la llamada Poesía de la Experiencia. Una alternativa que nació en Granada a finales de los 70, con una finalidad muy clara: acercar la poesía a la gente. Bajarla del pedestal de lo incomprensible, de los nenúfares olímpicos y bajarla a la tierra. Este grupo, cuyos representantes más conocidos son Luis García Montero y Javier Egea, pretendía reelaborar el lenguaje popular, para dignificarlo y convertirlo en una poesía legible.
A pesar de que la obra de la poeta de Rute no haya tenido tanta difusión como la de sus compañeros, su lenguaje poético es igualmente rico. Fácil de leer, su palabra poética multiplica los significados, como sucede en una de sus últimos libros: Bajo la alfombra.
Este vio la luz en 2018. Sin embargo, como sucede con las verdaderas obras de arte, podría haberse escrito hoy o hace 40 años. Daría igual, porque Bajo la alfombra constituye una propuesta vital, donde la creación poética tiene un papel fundamental. Ángeles Mora la concibe como vía de conocimiento interior y exterior e, incluso, como valedora de la vida misma.
Sorprende la primera confesión de la poeta: la poesía no existe, si no es en el poema. Surge del alma que busca dentro y afuera el sentido de las cosas. Y así nos desvela algunos secretos. Secretos que ordenan la historia, alojados en versos que jamás olvidaremos “el bien era del poder, el mal de los que no tienen nada”.
La palabra, la venganza del padre, la condena: todos los nombres. Y dentro del nombre, una dosis de poder inyectada. El sustantivo que nos señala nuestro lugar en el mundo. Una civilización cuajada de moscas, de pérdida, de distancia, de tiempo, de amor. Todas las cosas, incluso las muertas, viven solas y, entre medias, “entrelíneas”, se esconde el poema que las explica. Si buscas.
Sin embargo, dicha búsqueda no deja de ser un juego de niños, con el que sigue divirtiéndose. Sospecha que el final del desafío está cerca, “y eso le añade suspense” y un compromiso. Apostarlo todo en cada poema, ya sea dócil o violento. No dejarse nada en el tintero: “quiero palabras de mi cuerpo (…) solo palabras de mi cuerpo en la memoria”.
Insiste en ellas porque son ellas las que construyen la historia. La mayúscula y la minúscula. Ángeles Mora reconoce “he visto un cielo y he visto todos los cielos (…) a dónde ir ¿por qué volver?”, al tiempo que recuerda a esos héroes que ya solo son piedras, casi fuera de contexto, “Bolívar solo, tan lejos de tu tierra”. El mundo sigue girando sin nosotros. Somos prescindibles.
Pero, ¿qué importa? Pase lo que pase, nos queda el vértigo de la hoja en blanco. Para no olvidar tenemos la música del poema, esa luz que alumbra lo que no se dice. “Cuando escribo me escriben”. No en vano, Ángeles Mora comenzó a publicar después de haber tenido 3 hijos. Justo cuando empezó a deshacerse de las convenciones que, como mujer, su tiempo le había impuesto.
No obstante, aquella época le enseñó la esperanza. A pesar de la escasez, de la casa pequeña y vieja “donde habita mi nombre”, en una clara referencia a Cernuda, aceptó la esperanza y empezó a vivir, con la pasión propia de la juventud. Luego, llegaron los poemas, la culpa del saber y, de nuevo, los poemas, como luz y penitencia al unísono.
Más tarde, la juventud se fue convirtiendo en futuro: en arrugas y desconcierto. Una imagen incomprensible, las ruinas de lo que perdió. La deslealtad de los falsos amigos. El silencio entre los amantes.
Da igual. El juego continúa, nunca termina. O cuando termina, comienza, como le explica a su hija. Está aprendiendo lo que ya sabía a través de sus ojos. Porque todo viaje es un camino de ida y vuelta. “Es un rumor creciendo el porvernir (…) despejará tu playa, Naima, como página en blanco”.