Recomendaciones de Sal&Roca, marzo
SOBRE HÉROES Y TUMBAS
Esta vez nos hemos decantado de nuevo por la montaña propia de la épica y de la lírica. Pero también por ese otro viaje, el aguerrido, el de los héroes y las tumbas, el de quien da fe del horror de la guerra.
Robamos el título de las más famosa de las novelas de nuestro querido Ernesto Sábato, porque coincide por igual con nuestra selección del mes. Esta vez nos hemos decantado de nuevo por la montaña propia de la épica y de la lírica. Pero también por ese otro viaje, el aguerrido, el de los héroes y las tumbas, el de quien da fe del horror de la guerra. En los tiempos que corren, sorteando a unos pocos corresponsales honestos y a los emigrantes, cualquier otra forma de desplazarse es un estilo más o menos sofisticado de turismo. Por eso nuestros dos montañeros viven allí, no viajan a las cumbres. Nuestros dos corresponsales, ellos sí, nos demuestran el valor de viajar.
Bernadette McDonald ya nos había dado una lección de literatura alpina en sus libros anteriores: Escaladores de la libertad y Guerreros alpinos. En ambas ocasiones se trataba de obras corales, de protagonista unidos por un espíritu que se rebelaba, en la misma frecuencia, contra la actualidad, contra el planeta, contra el rumbo que toma lo cotidiano. Ahora construye la biografía, la íntima, pero la que se mantiene en la montaña, de uno de los alpinistas más grandes y crípticos de la historia. Famoso por tratarse de un hombre de pocas palabras, por no dejar indiferente a nadie con unas decisiones que no creía preciso explicar, Kurtyka es un gran referente en el Himalaya, donde pasa la mayor parte del año. McDonald ha escrito este libro consciente de lo que supone para el lector, para los amantes del alpinismo. La literatura echa chispas por las cuatro flechas de la Rosa de los Vientos. Kurtyka es fiel a su libertad, sí, pero ese concepto tan particular de libertad es el que busca desentrañar McDonald. Se trata de saber si la libertad requiere un precio o es un don. Pura montaña apta para muy pocos corazones. Los que no podemos llegar allí arriba, leemos este tipo de literatura con auténtica pasión.
La exquisita editorial Minúscula nos descubrió hace unos meses a este autor. El muchacho silvestre es una de esas experiencias de Nature Writting que nos recuerda a Camus: “En mitad del invierno encontré en mí un verano invencible”. Esta expresión de un deseo, refleja mejor que ninguna otra la puesta en marcha del motor de explosión que tiene en el pecho Paolo Cognetti (Milán, 1978). En tanto que otros buscan ese verano de forma metafórica, en familia o en clases de yoga, él lo hace de manera literal: la vida es un invierno dentro del que cuelgan los veranos de la infancia, en el valle de Aosta, como consuelo. ¿Por qué elige la montaña? Porque de todos los paisajes de la naturaleza, es el que facilita mejor la tarea de soñar, es la metáfora de ser libre, es donde a pesar de haberse cartografiado por completo, las pequeñas cosas siguen sorprendiendo. En esta novel al confronta con la ciudad. Es decir, frente a los turista, ciegos y sordos al paisaje que atraviesan. Sus referentes: Hemingway, Mark Twain, Jack London y una intensidad emocional que si se asemeja a algo es al silencio.
Rechazado para combatir en el frente, Grossman aportó sus crónicas. Poco cabe añadir sobre ellas. Vida y destino, una obra maestra, está construida a partir de sus experiencias en la guerra o, para ser precisos, junto a la gente que vivía la guerra. La capacidad para el relato breve le viene de Chéjov. La de engarzarlos, de Tolstoi. Junto a ellos, tal vez sea el gran maestro ruso. Narrador sobrio, preciso, eficaz, el periodista Grossman no pierde el tiempo en denostar al enemigo con adjetivos innecesarios dada la magnitud y atrocidad de los hechos. Como en Vida y destino, en Años de guerra los capítulos sobre el heroísmo y sacrificio de los soldados en la defensa de Stalingrado y sobre la indefensión y el miedo de los judíos al llegar a Treblinka son aquellos en que mejor despliega sus grandes facultades de observación y su capacidad de transmitir su empatía con los que tanto sufrieron. A Grossman le admiran las hazañas heroicas de las que es testigo y siente curiosidad por el origen de tanto valor. “Unos dicen que la valentía es el olvido de sí mismo, y que esto sobreviene con el combate. Otros cuentan que al realizar hazañas heroicas sintieron un miedo inenarrable y que solamente la fuerza de voluntad y su capacidad para saber dominarse les conminó a levantar la cabeza e ir al encuentro de la muerte. Otros sostienen: ‘Soy valiente porque tengo la convicción de que no me matarán’. El capitán Koslov… me decía que él, por el contrario, es valiente porque está convencido de que han de matarlo y por eso le da lo mismo morir hoy que mañana. Muchos consideran que el origen de la valentía es la costumbre… La mayoría piensa que es el sentimiento del deber, el odio al enemigo… Otros dicen que son valientes porque creen que en el combate les están observando sus amigos, sus parientes, sus novias…”.
Durante el asedio de Sarajevo, en 1996, fueron numerosos los corresponsales de guerra que nos mostraron la supuesta cara de la incapacidad de reacción del hombre frente al francotirador. La lucha era muy desigual. Pero la mayoría de ellos no abandonaban el hotel, constituido en fortaleza. Sin embargo, dos de los enviados especiales destacaron por su honestidad: Alfonso Armada y Ramón Lobo. Si sus crónicas eran las que más nos llegaban al alma, se debía a la calidad de su prosa, sí, pero esta brotaba como una necesidad. Ambos siguieron dando testimonios de diferentes guerras. Ambos siempre con intención no ya de describirnos lo que sucedía en la línea del frente, sino de las consecuencias que tenía sobre aquellos que habían sobrevivido a las balas. Si algo importa, son las personas. Cada vida es el mundo. El universo cambia cuando alguien nace o alguien muere. Eso es lo que nos pretende acercar Ramón Lobo, en este caso desde Kabul, una ciudad a la que ningún occidental se atreve a pisar las calles si no es acompañado de un ejército y dentro de un tanque. Pero Lobo encuentra a los marginales, a los débiles, y a ellos les dedica unas crónicas que en otras manos solo podrían haber sido rezos.