'Madres y perros' una obra de Fabio Morábito
Por Ricardo Martínez.
No estoy seguro de que el autor que nos ocupa pase a ocupar un lugar destacado, tal como cabría esperar de la buena lista de cuentistas sudamericanos, si tomamos en consideración el cuento que da título al libro. La impresión es que es capaz de describir una cáscara tan entretenida como vacía.
Sí es cierto que posee un lenguaje, suelto, directo, muy apegado a la realidad y con el uso de expresiones propios de su país de adopción, México. Con la utilización de estas herramientas literarias, el argumento discurre con gran facilidad y el lector enseguida entra en la trama a que pretende llevarle el escritor, ahora bien, el mismo lenguaje, entonces, pone de manifiesto que una cosa es la sencillez y otra la simplicidad. Digamos que el interés de la trama se compone esencialmente de una serie de acontecimientos casi rutinarios que, más que emoción, suscitan si acaso una curiosidad casi vana.
Es decir: la mamá que está hospitalizada morirá sin mayor trascendencia consciente para sus hijos, los implicados en segundo plano en el asunto dominante: la grave enfermedad, se supone, de su ascendiente, su madre. Ellos, por otra parte, hermanos interesados aparentemente en cuidarla, colocan su dolorosa situación en un segundo plano porque lo que le importa a un hermano, el primogénito, es decirle al otro que ha de dar de comer a su perra Ñoqui, pues hace días que no come, mientras él acompaña a su madre en el hospital
El que ha de cumplir el cometido con la perra, tiene miedo de que, hambriento el animal reaccione mal, y entonces intervienen la ex mujer del que cuida a la madre (a ella le cae mal la perra), un vecino que conoce al animal y no acude a la cita para acompañarle y él, por fin, que ha pensado más en la perra cada vez más hambrienta que en la madre, se decide a asistirla.
Cuando llega, por fin, allí estaba el primogénito que, de incógnito, había regresado porque la madre ya había muerto antes de que le hiciese el encargo de darle de comer a la perra. Previendo su retraso de regreso a su casa, quiso convencer, mintiendo, a su hermano para que fuera a alimentar a Ñoqui.
Los hermanos se consuelan sin comentario alguno a propósito de cualquier situación más o menos rememorativa acerca de la madre; no hablan mucho; toman café. Como crónica resulta no solo monótona y falta de cualquier reclamo que otorgue una cierta intriga sugerente a la cuestión, sino que uno se plantea si tal vez hubiera sido mejor no haberse preocupado tanto por la perra y sí por la madre. Una crónica baldía, al fin. Afortunadamente breve y con esa virtud que tienen algunos cuentistas de aligerar lo contado como si fuese algo importante pero que, en realidad, decepciona por su vacuidad
El tono de otros cuentos se parece deducir de una similar cotidianeidad vacua; por ello prefiero no reproducir ningún fragmento; falta interés, creo, porque donde no hay lenguaje ‘de fondo’ hay personajes elementales y planteamiento sin más. El transcurso de una anécdota de un día cualquiera.
En fin. Efecto monocorde de un yo persistente en el contar que, si no ofrece trama y cuestionamiento, queda un regusto de decepción. Habrá que confiar en una nueva (y grata) sorpresa, valorando de nuevo la rica tradición cuentística en los narradores americanos de habla española.
“¿Quién, pudiendo ser escritor, elegiría ser crítico?” No recuerdo a quién se atribuye este aforismo, pero creo que queda a la medida al sr. Ricardo Mtez.